Secretaría General de la FLACSO y La Red para el Estudio Social de la Prevención de Desastres en América Latina.
Elaborado en el marco del Proyecto UICN-FLACSO sobre Gestión del Riesgo y Adaptación al Cambio Climático
5 de febrero de 2011.
(este documento está en proceso de finalización y puede ser citado haciendo referencia al fuente )
1. Introducción
Nuestro punto de partida para esta discusión es la hipótesis de que la gestión del riesgo de desastre-GRD, y, particularmente, la gestión local del riesgo de desastre-GLRD, con sus probadas contribuciones a la práctica de la reducción y la prevención del riesgo, ofrece la fuente de inspiración más segura y las pautas conceptuales y prácticas más apropiados para la llamada “adaptación” al cambio climático-ACC (criticamos a lo largo de nuestro escrito el uso de la noción de “adaptación” en el contexto de los cambios en sistemas humanos frente al cambio climático, prefiriendo la noción de “ajuste”, pero debido a su común entender y contenido lo seguiremos usando en diversas partes de nuestro documento). Al mismo tiempo, también aceptamos que no todo lo que se considera dentro de la práctica de la GRD es relevante para ACC, ni que todo lo que comprende ACC, según lo representado en la discusión en curso sobre el tema, podría ser apoyado desde la GRD.
La GRD tiene una historia larga y a menudo fructuosa, rica en nociones y experiencia. En el documento postularemos y discutiremos que una buena parte de esta experiencia y los instrumentos y los métodos que se han desarrollado en torno a ella, muchos de ellos de relativamente reciente incorporación, desobedeciendo las visiones tradicionales de la GRD o el Manejo de Desastres como tema, pueden informar perceptiblemente a la práctica de la “adaptación” al cambio climático. Tal afirmación asume que la relación clima-sociedad es un continuo, que el futuro está construido con base en el presente, de manera iterativa y secuenciada, que la experiencia con el pasado es un punto de entrada lógico para la intervención prospectiva o proactiva, y que la gestión de los “extremos” del clima puede solo ser alcanzado adecuadamente cuando esto se hace en el marco de la vida cotidiana de la población y el riesgo crónico que muchas veces sufre, y de las normas y los promedios del clima. Con la noción de riesgo crónico nos referimos a las condiciones normales que afectan a la población muchas veces por falta de desarrollo humano y económico adecuado-desempleo, falta de ingresos, inadecuadas condiciones de sanidad y salud, violencia domestica y social etc.
Nuestro objetivo central aquí es demostrar donde y como los dos temas, al parecer distintos, convergen o divergen. A la vez en una serie de continuas digresiones semánticas y conceptuales ofrecemos crítica y esperamos, clarificación, en cuanto a varios temas, términos e ideas ya en boga pero que, desde nuestra perspectiva, no aguantan la prueba acido del papel litmus.
Para alcanzar nuestro objetivo central, primero postulamos y discutimos una serie extensa de preguntas contextuales y conceptuales que, a la vez que cuestionan una serie de posiciones comunes establecidas en torno a la “adaptación”, también ofrezcan una perspectiva desde la cual sea posible establecer relaciones reales y potenciales entre la gestión del riesgo de desastre y la “adaptación”, sirviendo como una guía o contorno posible para desdibujar el tipo más apropiado de acción que se podría tomar en el futuro. Esto es alcanzado “desempaquetando” la cuestión de la “adaptación” como se ha discutido hasta la fecha, procurando identificar sus diversos componentes y los desafíos que representa, y así poder relacionar éstos con las diversas problemáticas que enfrenta y definen la GRD. Aquí estamos asumiendo que el ACC y GRD no son monolíticos sino diversos en sus desafíos y problemas a enfrentar.
Nuestro documento se estructura de la manera siguiente.
Una primera sección discute que es GRD, cual ha sido su desarrollo como práctica, incluyendo una consideración de su transición de una concepción basado en la respuesta humanitaria hacía una basado en consideraciones del desarrollo y su gestión, cuáles son sus componentes y enfoques principales, y que importancia tiene la definición y discusión sobre los “extremos ambientales”. Esto es seguida por una tercera sección sobre aspectos relacionados con el cambio climático, incluyendo la misma noción de la “adaptación” y de sus percibidas fallas; problemas de definición; los temas de la mitigación y de la adaptación, su significación y relaciones cuando sean vistos desde una perspectiva del desarrollo; la pregunta sobre ¿a que adaptamos?- a promedios del clima, extremos del clima, aumentos del nivel del mar, el derrite del hielo polar y glacial; y una discusión en torno a la importancia creciente de los pequeños y medianos eventos, a diferencia de los llamados “extremos”, del clima. Una cuarta sección se dedica a reunir los aspectos y componentes discutidos en secciones anteriores, proponiendo un marco o una noción concreto en lo que concierne a la ACC y la GRD y sus relaciones. Una penúltima sección retoma la crítica a la noción de adaptación proponiendo una alternativa nocional basada en la idea de ajuste humana, como fue impulsado por Gilberto White en los 70s. Una sección final proporciona una síntesis de los puntos principales de nuestra discusión y algunas conclusiones.
2. Gestión del Riesgo de Desastre: Definición y Discusiones Preliminares sobre sus Alcances.
2.1. Gestión del Riesgo de Desastre: Una Definición Básica (vea Lavell, 2004 y 2009, para mayores detalles y especificaciones en cuanto al debate y definición en torno a la GDR en América Latina).
El concepto, el proceso y la práctica de la gestión del riesgo de desastre según lo discutido y aceptado cada vez más hoy en día, es relativamente nuevo. Comprende una posición o una discusión a propósito del riesgo y de los desastres que deriva de reflexiones y discusiones que han ocurrido particularmente durante los últimos 20 años en América Latina, y especialmente durante los 12 años después del huracán Mitch y sus efectos devastadores en América Central, en 1998. De posiciones anteriores donde los desastres como tales (caracterizado por pérdidas y daños económicos y sociales significativos) y su “gestión” o “administración” dominaban las preocupaciones y debates, ha habido una evolución en paradigmas de tal manera que una preocupación más amplia ahora existe en lo que concierne al riesgo de desastre - la probabilidad de pérdidas y daños futuros asociados con la ocurrencia de eventos físicos dañinos, la exposición de elementos sociales a sus impactos y a la presencia de la llamada vulnerabilidad humana-que es decir, la predisposición de los seres humanos, sus medios de vida e infraestructuras de sufrir pérdidas o daños. Con este cambio en la posición o paradigma, las opciones para la intervención social en el riesgo se han reconocido de forma creciente, y las discusiones y las opciones son grandemente ampliadas en torno a la prevención y la mitigación de los factores “primarios” del riesgo.
Esta nueva postulación o posición ni niega ni elimina la necesidad de mejorar el estado de preparación y respuesta a los desastres, pero, ahora, el problema de desastre como tal se ubica en un contexto de mayor amplitud y significación girando en el marco de la existencia de un “continuo de riesgo” donde el riesgo está en constante cambio y transformación, con expresiones y momentos distintos, de los cuales el desastre es solamente uno- el momento de actualización del riesgo preexistente, su transformación de lo latente a lo material y actual. Por otra parte, el cambio de paradigma ha sido acompañada por un reconocimiento fundamental de que el riesgo, y por lo tanto el desastre, es producto en gran parte de procesos de construcción social, determinados por y derivando en buena parte de los modos existentes e históricos del desarrollo social y económico. Esto significa que la comprensión del riesgo y la gestión del riesgo de desastre como tal no se pueden alcanzar sin el establecimiento de una relación, integral y holística con los procesos y el planeamiento sectorial, territorial, social y ambiental del desarrollo. Un aspecto esencial de esta visión de la gestión del riesgo es la importancia que debe ser asignado a la reducción y control de los llamados “impulsores o conductores del riesgo” (risk drivers en inglés)-la degradación ambiental, los medios de vida vulnerables, el mal uso y ordenamiento del territorio, la falta de adecuada gobernabilidad y gobernanza urbana y local etc. Al introducir tales consideraciones en la definición y práctica de la gestión del riesgo se amplia enormemente aquella visión del llamado “manejo de desastres” que concentraba en la respuesta y la alerta temprana, junto a algunas medidas de prevención estructurales.
Al considerar la brecha que se percibe existe entre la práctica y los practicantes de la adaptación y los de la gestión de riesgo y que se intenta analizar y remediar con diversas acciones hoy en día, sospechamos que lo que claramente son áreas con mucho en común se han hecho más distantes por la sencilla razón de que los adeptos a la adaptación vean en la gestión del riesgo algo dominado por lo reactivo, la repuesta y la alerta y no consideran las mas recientes aportes y direcciones que toma en cuanto a los procesos e impulsores fundamentales del desarrollo que hay que intervenir para garantizar que el riesgo no se construye. Como apreciaremos más adelante, al abrir la perspectiva a los nuevos enfoques de la gestión, que no se convierte en práctica común aun, pero que avanza en esa dirección, la cercanía de la gestión con la adaptación se hace más obvio, tanto en términos de un número importante de temas que debe enfrentar como en cuanto a las estrategias para enfrentarlos.
Esencialmente, al ocuparse de las causas y de las condiciones de estrés asociadas con las anomalías o “extremos” del clima (los huracanes, los tornados, sequía, etc.) y los procesos hidro-meteorológicos asociados (derrumbamientos, remoción en masa, inundaciones etc.), la gestión de riesgo del desastre, considerada como proceso social, incluye (éste es igualmente aplicable a las amenazas no climáticos):
· la necesidad de entender el riesgo, sus factores y los procesos causales,
· conciencia en lo que concierne a las condiciones existentes y posibles futuros del riesgo y su relación con el entrabamiento del desarrollo,
· la identificación, elaboración, promoción y puesta en práctica de políticas, estrategias, instrumentos y acciones que permiten que la sociedad haga frente a, o anticipan tales extremos o anomalías y el riesgo que significan, reduciendo o controlando los factores de amenaza, exposición y vulnerabilidad causales.
El logro de estos metas ocurre en el marco y contexto de la “normalidad” y la “rutina” de la vida social, y la GRD busca que las pérdidas y daños asociados con los “extremos” y la variabilidad del clima como tal se restrinjan a un mínimo sobre determinados períodos del tiempo (corto, medio y largo), bajo las condiciones, oportunidades y restricciones sociales, económicas, culturales y políticas existentes.
Antes de seguir nuestra discusión central más allá, es importante divagar un rato referente a dos puntos básicos asociados, los cuales son de gran importancia para los temas de GRD y ACC en general.
En primer lugar, al hablar de la “variabilidad climática” estamos refiriendo a la gama de condiciones del clima que desobedecen las normas o los promedios de los factores primarios del clima (velocidades del viento, temperatura, precipitación, transpiración etc.). Mientras que las normas o los promedios sirven en buena parte para definir el tipo de clima como tal y la categoría que la asignamos (latitud media templada; trópico-húmedo; trópico-seco, mediterráneo, etc.), son las facetas del clima que desobedecen la norma, los “extremos”, o formas no tan extremas, los huracanes, tornados, sequías etc., los que marcan los aspectos más notorios de la variabilidad. Estos acontecimientos son parte del clima “normal” pero desobedecen la norma como tal. Cuando el clima, considerado como una serie de normas o promedios, cambia, uno puede también contar con que los tipos, la regularidad y las características de las anomalías o los extremos también cambien. Esto es de importancia fundamental para el tema del cambio climático, como examinaremos más adelante.
El Panel Intergubernamental para el Cambio Climático-IPCC, por sus siglas en inglés-define la variabilidad climática como “variaciones en el medio u otras estadísticas del clima (tales como la desviación estándar, estadísticas de los extremos, etc.) con referencia a toda escala temporal y territorial, más allá de eventos individuales del tiempo. La variabilidad puede relacionarse con procesos internos naturales del sistema clima (variabilidad interna) o variaciones en factores naturales o antropogénicos externas (variabilidad externa).
En segundo lugar, cuando nos referimos a los “extremos climáticos o hidro-meteorológicos” normalmente se está refiriendo a condiciones u ocasiones del clima o la hidrología que en un sentido puramente físico excedan o desobedezcan la norma y están situados en los límites máximos de las escalas de intensidad y descarga de energía para un lugar particular. Así, con huracanes, por ejemplo, los extremos son establecidos, hasta la fecha, por la existencia de tormentas de categoría 5 en la escala Saffir Simpson con velocidades del viento sostenidas de 155 millas por hora (el mínimo es los huracanes nivel 1 con vientos sostenidos de 74 millas por hora). Al ocuparse de extremos sísmicos éstos son establecidos por el límite de la escala de Richter, y magnitudes cerca del 9.5-10 en esta escala.
El IPCC define extremos del tiempo como un evento que es raro dentro de su distribución estadística de referencia en un lugar particular. Definiciones de raro varían pero un evento raro del tiempo normalmente aparecería en el percentil 10 o 90 de probabilidades o más. Por definición, las características de “tiempo raro” varían de lugar en lugar.
Sin embargo, debemos reconocer que el uso común de la noción “extremos” (climáticas sísmicas, volcánicas etc.) es algo impreciso y con frecuencia está utilizado más para referir a acontecimientos que causan daño que a los “extremos” verdaderos. Aquí no es difícil apreciar que los “extremos” no son los únicos que presentan un peligro para la sociedad. Los huracanes del nivel 2 o 3, a pesar de no ser acontecimientos “extremo” en un sentido exacto de la palabra (de hecho son más cercanos a ser normales que extremos especialmente durante la temporada de huracanes), también conduzcan muchas veces al daño y a la pérdida extensos. En este sentido en nuestro documento debe ser reconocido que al usar tal noción no nos estamos limitando a una consideración de los extremos verdaderos del clima o del tiempo sino a una gama de manifestaciones físicas fuera de la norma y que pueden presentar un determinado grado de peligro para la sociedad.
Una vez establecidos la definición y los parámetros físicos de los acontecimientos “extremos”, debemos sin embargo también reconocer que al ocuparse del tema de la gestión del riesgo de desastre y la adaptación, de una manera integral, yendo más allá del marco de lo físico, debemos aceptar que no sólo son las características físicas de los acontecimientos las que determinan su nivel y tipo de “extremidad”. Nuestro interés se debe ubicar más bien en términos de “eventos de impacto social alto o extremo” o más simplemente los “eventos dañinos”. Con esto se acepta que no sólo es el nivel de la energía descargada lo que explica la pérdida y el daño, sino también los niveles de vulnerabilidad de la sociedad expuesta, combinada con el nivel de esa energía (véase a Hewitt, 1983, para una crítica lapidaria de la visión que el llama “fisicalista” de los desastres que sugiere la importancia unilateral de la energía física en explicar el daño frente a una sociedad supuestamente neutro e “inocente”).
Aquí, es de importancia fundamental reconocer que un evento físico con una descarga más baja de energía puede conducir a mayor daño y pérdidas que uno con mayores niveles de energía, si las condiciones asociadas, de exposición y de vulnerabilidad, son más altas en el primero que en el segundo caso. Y, para alcanzar metas de la gestión del riesgo de desastre es también muy importante reconocer que la recurrencia alta y el impacto concatenado de una serie de acontecimientos de escala pequeña o mediana, afectando a comunidades pobres y vulnerables, puede tener un mayor efecto acumulado que el impacto de un solo acontecimiento de escala grande el cual se repita en intervalos de tiempo de décadas o de siglos (véase ISDR, 2009, para una discusión reciente de los conceptos relacionados, de “ riesgo intensivo” y “extenso ”).
El hecho singular de que los eventos de una escala cada vez más pequeña están conduciendo a mas y mas daños y pérdidas es parte de la explicación para el aumento continuo en las pérdidas durante desastres durante las cuatro décadas pasadas, cuando ningún aumento significativo en eventos “extremos” se puede encontrar en el expediente histórico con referencia a eventos geológicos o oceánicos y poco aumento en los eventos climáticos extremos, hasta el momento.
A raíz de esta discusión, podemos concluir que la noción de eventos “extremos” ha sido introducida como consideración esencialmente por la comunidad geo-científica y con buena razón dada su interés en los procesos y los parámetros físicos de los fenómenos físicos disparadores de muchos desastres. Para la gestión del riesgo de desastre, sin embargo, y el tema de la adaptación, el parámetro más importante se relaciona con el grado de peligrosidad o amenaza que se asocia a estos acontecimientos, donde dominan en la explicación los niveles de exposición y de vulnerabilidad social, al menos que de hecho nos estamos ocupando de los extremos verdaderos de la naturaleza (9.5 R. terremotos, erupciones volcánicas violentas, huracanes del nivel 5 afectando áreas densamente pobladas por personas pobres, los tsunamis de 35 metros de altura, los grandes meteoritos que impactan la tierra, etc.) donde es difícil ver a una sociedad protegerse adecuadamente, no importa los recursos que maneja. Además, nuestra capacidad de gestionar el riesgo solamente se refiere a cambios que podemos introducir o inducir en los aspectos y comportamientos sociales frente a eventos con los cuales no tenemos nada que hacer de manera directa cuando son parte de la dinámica natural. Un concepto físico de lo extremo aunque sea de utilidad como parámetro no puede sustituir un concepto que revela y apunta a las condicionantes sociales de lo extremo y de los impactos sufridos.
Por lo tanto, a diferencia de una preocupación por el tema de los “eventos extremos” en un sentido físico necesitamos reconocer que la preocupación central abarque “acontecimientos y contextos de alto impacto social”, donde estamos obligados de analizar y entender los factores y condicionantes sociales asociados al riesgo y a la pérdida y daño. Es por eso que las ciencias del desarrollo o las ciencias sociales en general consideran un evento “extremo” no en términos de descargas más altas de energía física, sino más bien donde hay más daños y pérdidas asociados. Éste es, o debe ser el centro de la preocupación de la gestión del riesgo de desastre y de la adaptación, con la necesaria consideración y atención a las condiciones sociales, económicas, políticas, históricas y culturales que conducen a la exposición y la vulnerabilidad, las cuales afectan un gran número de personas y sus medios de vida, principalmente los pobres.
La necesaria énfasis en las condiciones de exposición y vulnerabilidad, a diferencia de los eventos extremos en sentido físico ayuda explicar cierto desencanto con el título escogido por el IPCC y la ISDR para el estudio que han iniciado recientemente sobre las relaciones entre GRD y ACC, producto de una reciente reunión celebrada en Oslo, y que habla en su título de “ Manejando Eventos Extremos y Desastres para hacer avanzar la Adaptación”. Aun cuando obviamente el estudio considerará de cerca el problema de la exposición y la vulnerabilidad al enfrentar el cambio climática, la selección del titulo en si representa un paso atrás por incitar una vez más visiones “fisicalistas” del tema de riesgo y desastre. Además, para el lector externo transmite la idea de que los que impulsan el estudio realmente creen que es el tema de eventos extremos y desastres lo que liga la GRD con la ACC, cuando en realidad es el tema de desarrollo, la exposición, la vulnerabilidad y el riesgo, los temas y condicionantes que los una. Desde esta perspectiva un título que habla de exposición y vulnerabilidad extremas, riesgo y desastre sería mucho más apropiado.
2.2. Las Énfasis Fundamentales de la Gestión del Riesgo de Desastre.
La “confrontación” de la sociedad con el riesgo puede ser visto desde dos dimensiones o direcciones fundamentales y relacionadas.
En primer lugar, con referencia al riesgo existente y la previsión del riesgo futuro. En el caso del riesgo existente se trata de una condición latente producto de la interacción de probables acontecimientos físicos potencialmente dañinos, la exposición de elementos sociales a sus impactos y los niveles de la vulnerabilidad de esa sociedad, de sus miembros y de sus medios de vida. En este caso, al considerar la intervención, nos referimos a la gestión correctiva, compensatoria o mitigadora de riesgo (véase a Lavell, 1998, 2005, 2009). En el caso de la previsión y la prevención de nuevos posibles, futuras condiciones de riesgo, esto es el tema de la llamada gestión prospectiva o proactiva del riesgo (volveremos a estas categorías más adelante en más detalle).
En segundo lugar, con referencia a las fases o los “momentos” del riesgo, donde el riesgo se considera un continuo, en movimiento y flujo constante, en permanente transformación y cambio (véase, Lavell, 2005, para un desarrollo del concepto del continuo del riesgo). Así, el riesgo como condición latente existe antes del impacto de cualquier evento físico dañino y su actualización como un desastre, y este riesgo se puede reducir o atenuar anteriormente. Nuevas condiciones de riesgo se crean una vez que el evento físico ocurra, transformando el riesgo existente en desastre frente al cual los mecanismos de respuesta humanitaria y rehabilitación buscan gestionar esos nuevos riesgos para las personas y la sociedad en general. Y, en el momento de la reconstrucción, consideraciones sobre el riesgo emergen nuevamente y se deben tratar para garantizar que el riesgo no se reconstruye en la sociedad con la aplicación de prácticas de reconstrucción y recuperación inadecuadas. En cada uno de estas fases o “momentos” del riesgo, la gestión del riesgo correctiva o prospectiva puede aplicarse.
2.3. Extremos del Tiempo y Normas del Clima y la Formulación de los Esquemas de la Gestión del Riesgo de Desastre.
Los “extremos” se deben considerar parte del clima “normal”, como hemos indicado previamente. Es decir, son un componente de su existencia, y de importancia fundamental en la regulación de la energía y el clima. Sin embargo, mientras que son parte de esa normalidad, desobedecen la “norma” o el “promedio” en lo que concierne a los factores o los parámetros básicos que definen el clima- la temperatura, precipitación, velocidad del viento, exposición e intensidad solar, humedad, etc. El clima es definido esencialmente por los promedios y las normas y no por los extremos, aunque éstos son parte de la variabilidad que exhibe y que lo caracteriza, de manera importante. Así, por ejemplo, aunque las tormentas y granizadas de verano y las nevadas del invierno pueden ocurrir en áreas tipificados por un clima mediterráneo, la definición de este tipo de clima será expresada más en términos de inviernos templados y lluviosas y veranos calientes y secos, la norma, que por la existencia de tales “extremos”.
Examinado desde la perspectiva de las motivaciones y los parámetros humanos para la localización de la producción, la vivienda, la infraestructura, el transporte y comercio, entre otras, éstas son generalmente influenciado por los promedios y las normas de clima (y, también, referente a otros factores de condicionamiento físicos, tales como el periodo de retorno y magnitud de los terremotos y de las erupciones volcánicas, procesos geomorfológicos, la erosión, las mareas etc., los cuales limitan, condicionan o favorecen el desarrollo humano seguro y sostenible), y no por la naturaleza y la presencia de extremos. Es decir, el “desarrollo” se ajusta a las condiciones normales, pues estos proporcionan el entorno que garantiza, sobre períodos determinados, las condiciones de seguridad para la producción y la localización, dentro de parámetros establecidos y fijos.
Indicado de otra manera, las decisiones fundamentales en cuanto a la dirección del proceso del desarrollo se toman y son dirigidas por la existencia de recursos, sean éstas naturales, de localización, económico, cultural o sociales. Las decisiones sobre donde estar no se basan en la existencia de eventos físicos potencialmente peligrosos que ocurrirán indudablemente de vez en cuando en las mismas zonas, aunque la presencia de peligros potenciales disuade indudablemente la localización, en muchas ocasiones (el Canal de Panamá, por ejemplo, fue construido donde está debido a la amenaza sísmica supuestamente más bajo al compararla a su “competidor”, la zona fronteriza de Costa Rica con Nicaragua- el río San Juan). Así, los recursos naturales de tierra y agua ofrecidos en los márgenes de los ríos, lagos y mares, los llanos de inundación o las pendientes volcánicas explican la localización de la población y de la producción pero también estos mismos sitios se transforman en zonas de peligro para la sociedad de vez en cuando, cuando ocurren las inundaciones, los huracanes o las erupciones volcánicas. Este continuo de recurso-amenaza ha sido discutida por diversos especialistas desde que fuera postulada como contexto analítico para entender las amenazas en los años 1970s por Roberto Kates y Ian Burton.
En suma, la gestión del riesgo de desastre, considerada dentro del contexto y el marco de la planificación del desarrollo, funciona bajo circunstancias donde diversas zonas ofrecen simultáneamente recursos y amenazas para el desarrollo humano. La llave o la esencia de la gestión del riesgo de desastre (y ésta es también cierto para la “adaptación”) es maniobrar en este serie continuo de recursos y peligros, procurando garantizar que el daño y la pérdida asociados a la ocurrencia de los acontecimientos físicos dañinos (los “extremos”) se limita al máximo posible a través de la gestión de mecanismos e instrumentos apropiados y sea de tal magnitud que minimiza la erosión o eliminación de las ventajas y ganancias económicas y sociales acumuladas que derivan del uso de los recursos estratégicos ofrecidos por diversas áreas durante los períodos largos durante los cuales no son afectadas por los “extremos”.
La seguridad de la vida es siempre esencial en esta fórmula a tal grado que podría también ser establecido que la esencia de la gestión del riesgo de desastre es garantizar un equilibrio social y económico muy favorable entre las ganancias derivadas del uso de los recursos y las pérdidas debido a los extremos, a medio y largo plazo, siempre garantizando una pérdida mínima de vida humana y de la vida en general. Debido a esto, los sistemas de alerta temprana son extremadamente importantes, aunque tales mecanismos son esencialmente la manera más conservadora de ocuparse del problema de riesgo de desastre. Esto es así porque mientras resuelven un problema inmediato asociado con el peligro de un evento por concretarse, hacen poco para cambiar o eliminar los factores subyacentes que explican el riesgo en primer lugar y que garantizan, probablemente, que la pérdida de medios de vida y la evacuación de personas y animales sea necesaria una vez más en el futuro. La pérdida acumulada de medios de vida y de inversión de los pobres debido a la incidencia recurrente de eventos “extremos”, se sumará a sus problemas de supervivencia, a pesar del hecho que sus vidas fueron salvadas. Cuando los sistemas de alerta temprana se construyen en el marco de procesos y gestiones que garanticen el avance económico y social de las áreas afectadas, más opciones para la reducción primaria del riesgo existen y nos referimos a una manera más progresiva de ocuparse de los desafíos del riesgo (véase Lavell, 2005, 2009).
Los “extremos físicos” son caracterizados por los científicos naturales y aplicados en términos de “períodos de retorno”. Es decir, el número de años en promedio entre cada episodio o acontecimiento de un nivel determinado de intensidad o magnitud. Así, por ejemplo, podemos tener un huracán del nivel 5 en la escala Saffir-Simpson que afecta una zona o una región cada 50 años en promedio, y otros de una intensidad menor con períodos más cortos de retorno, afectando las mismas zonas o regiones. Igualmente, esto ocurrirá con tornados de los niveles 6, 3 o 2, o con distintas intensidades de lluvia, inundación, granizadas etc. El período de retorno se calcula según la información histórica disponible sobre la incidencia temporal y espacial de acontecimientos de magnitudes o intensidades similares, y a través del cálculo científico, y nos dice que exista una probabilidad cada tantos años en promedio que ocurrirá un acontecimiento de la magnitud establecida. Esto no significa por supuesto que tal tamaño de acontecimiento no podría ocurrir dos días, dos meses o dos años en fila. El cálculo es estadístico y probabilístico.
Así, con el riesgo de desastre, es necesario reconocer una gama de contextos de “normalidad” y de “anormalidad” (toda lo que está arriba o debajo de la norma o del promedio es “anormal”, si no extremo) en lo que se refiere al ambiente natural. Y, es en el contexto de esa variabilidad que la gestión del riesgo de desastre opera, complementando las decisiones individuales y colectivas tomadas en el marco de las normas y promedios físicos con la gestión de los efectos potenciales negativos de los “extremos” y las anomalías. Es porque los extremos y las normas forman parte de una realidad integrada, única, que la gestión del riesgo de desastre debe ser considerada un componente esencial e integral del planeamiento del desarrollo y no un adjunto a ella. También manifestamos que así se debe considerar la adaptación al cambio climático, tanto en términos sustantivos como institucionales.
La situación actual, por el que la práctica de la GRD y del ACC sean consideradas prácticas discretas, impulsadas por instituciones distintas con mecanismos financieros y líneas de formulación de política distintas, debe superarse lo mas rápido posible dando lugar a una única institucionalidad, ligada esencialmente a los órganos e instituciones de planificación nacional, sectorial y territorial. Este problema “institucional” se ha discutido extensamente en el campo de la gestión del riesgo de desastre y es también frecuente ahora en lo que concierne a la “adaptación”, donde los ministerios del ambiente y las oficinas meteorológicas nacionales con sus trasfondos e implicancias físicos fuertes dominan en comparación con las visiones basadas más directamente en lo social, el desarrollo y su planificación.
2.4. Normalidad y Anormalidad y las Decisiones sobre el Desarrollo y el Riesgo.
Con el contraste entre lo normal o promedio y lo “excepcional”, las condiciones extremas, irregulares o anormales, podemos preguntarnos ¿cómo es que las decisiones se toman en la sociedad en lo referente a tales condiciones contrastantes, cuando el objetivo es localizar, producir, construir, circular o viajar bajo condiciones que garanticen los niveles máximos de producción y productividad sociales y económicas y los niveles más altos de seguridad y sostenibilidad? ¿Cómo se maneja el riesgo asociado a los extremos o a las condiciones “anormales”, cuando intentamos tener una producción social y económica óptima según lo determinado en gran parte por las condiciones normales, el promedio?
La herramienta o concepto más común usado en la gestión de riesgo de desastre para racionalizar las relaciones entre las normas y los extremos es la noción de “riesgo aceptable” (esto se puede utilizar de forma formal y sistemática o informal e implícitamente) empleado en decisiones sobre la intervención necesaria y factible (entre actores de los sectores formales y con suficientes recursos para poder discernir y decidir “racionalmente”), y que sirva para dirigir:
· la reducción del riesgo existente a niveles aceptables, considerando las condiciones sociales, económicas, culturales, políticas e históricas y las opciones verdaderas que existen (la gestión correctiva del riesgo de desastre)
· la promoción de la incorporación de medidas que garantizan un nivel conveniente de seguridad y sostenibilidad para las nuevas inversiones y desarrollos emprendidos por el gobierno, el sector privado y la sociedad civil en general (gestión prospectiva o proactiva del riesgo).
Tal noción es acompañada normalmente por un análisis de costes y beneficios económicos y sociales donde nos ocupamos de inversiones del sector formal. En el caso de grupos sociales marginados o excluidos, los pobre o los indigentes, la noción del riesgo aceptable está en buena medida relegada por consideraciones mas bien de “riesgo aceptado” donde la necesidad de encontrar oportunidades cotidianos de supervivencia e ingresos, tierra para una vivienda etc., en condiciones de escasos recursos, determinará que muchos se localizan en áreas peligrosas a pesar de su conocimiento de tales circunstancias. El ocuparse del riesgo cotidiano, crónico, superará cualquier opción para ocuparse del riesgo de desastre, directamente. Y, por lo tanto, el ocuparse del riesgo de desastre para estas poblaciones requiere una integración absoluta en las estrategias de reducción de la pobreza y la gestión de los procesos generales del desarrollo.
Así, aunque sean las normas y promedios diarias, mensuales y estacionales del clima (y de otras condicionantes físicos) los que esencialmente determinan la localización de los seres humanos y de la producción, y el tipo de producción e infraestructura requerida, las condiciones “anormales” - los “extremos” - son muchas veces considerados para calcular los niveles adecuados o aceptables de seguridad y sostenibilidad y los mecanismos necesarios para lograrlo.
En el caso de los niveles de protección que las agencias y los órganos relevantes de la sociedad determinan necesarios para el caso de las facilidades para la generación de energía nuclear, por ejemplo, el período de retorno de terremotos contra los cuales la protección debe ser asegurada puede colocarse a veces en los 10000 años; mientras que, para una casa, con un período de depreciación fijado en las décadas, el período de retorno seria calculado tal vez alrededor de los 50 años, a menos que sea una casa de valor histórico incalculable ( el lugar de nacimiento de Shakespeare o de Cervantes, de Einstein o de da Vinci, por ejemplo) cuando el período de retorno se podría fijar en los centenares de años o hasta la eternidad!
Es decir, el nivel de la protección establecida será una función del tipo de bien o de producción, su importancia estratégica para la sociedad, el riesgo asociado a un fallo en su operación, la disponibilidad financiera, y otros criterios objetivos y subjetivos. La significación de los conceptos de riesgo “aceptable” y “aceptado” para el campo de la adaptación no debe ser subestimada.
En fin, el arte de la gestión del riesgo de desastre, está en la capacidad de manejar los extremos o las desviaciones que ayudan a definir la variabilidad del clima, en el marco de la normalidad ambiental. El arte de la planificación del desarrollo es manejar la normalidad en el marco de los extremos. Dos lados de la misma moneda. Aquí debemos recordar que es la normalidad o la rutina del desarrollo social y económico la que se interrumpe y se daña durante desastres, pero, también, y al parecer de manera contradictoria, esa misma normalidad es muchas veces la fuente del riesgo que finalmente se actualiza en desastre. Es decir, al mismo tiempo que los desastres interrumpen el “desarrollo” el mismo “desarrollo” es también muchas veces la fuente del riesgo que posiblemente más adelante es transformado en desastre (véase a Lavell, 1999). Tal es la dialéctica de la realidad y del riesgo.
En suma, la gestión del riesgo de desastre asociada con el clima trabaja en el contexto de las características extremas del clima y sus grados del peligro relativos, aplicando consideraciones formales o informales en cuanto a los niveles aceptables del riesgo o, en el caso de la población extensa que tienen pocas opciones de elegir o de “adaptarse” con sus propios recursos, el riesgo “aceptado”.
3. Mitigación y Adaptación al Cambio Climático.
3.1. Cambio Climático.
El cambio climático, según el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático-IPCC-, refiere a un cambio substantivo en los patrones y parámetros del clima como resultado de variaciones en factores naturales y la influencia humana, específicamente a través de la emisión de los gases de invernadero tales como bióxido de carbono y metano; el efecto de la isla de calor urbano, cambios en los patrones rurales de uso del suelo y la desforestación. Para la Convención de las NNUU sobre el Cambio Climático, este cambio se refiere solamente a los cambios inducidos por la intervención humana, sin tomar en cuenta los factores naturales.
Debido al hecho de que el interés en este escrito está centrado fundamentalmente en el lado de la “adaptación” y no en el proceso físico del cambio como tal, adoptaremos aquí, como punto de partida, la definición más comprensiva ofrecido por el IPCC, que incluye factores naturales y humanos. Esto, por supuesto, no nos exime de reconocer la importancia que los ritmos y características del cambio, los incognitos en cuanto a estos ritmos durante los años y décadas próximos, la territorialidad de sus impactos o efectos, entre otros factores del contexto, tienen en lo que concierne a las decisiones sobre la “adaptación”. Estos aspectos influenciarán en las decisiones sobre gestión del riesgo y la adaptación de una manera fundamental y por eso damos un tratamiento breve a varios aspectos sobre la mitigación mas adelante en nuestro escrito. Así, por ejemplo, los grados de éxito o no éxito logrados en las negociaciones sobre la reducción de los niveles de emisión de gases en la cumbre de Copenhague en diciembre, 2009, influenciará en los niveles y la naturaleza del cambio climático y, por lo tanto, el grado y el tipo de gestión del riesgo y de “adaptación” requeridas. Por otra parte, como comentaremos más adelante, el tipo de resolución adoptada a través de la gestión del riesgo o las estrategias de adaptación puede muy bien tener impactos en la conformación del problema del cambio climático como tal.
Sin embargo, al poner nuestra énfasis en la respuesta humana al cambio, la necesidad de entender el proceso de cambio no es lo más importante, ya que no importa si el cambio es “natural” o inducido humanamente, la reacción y las respuestas a ella tienen que darse y son fundamentales en términos de opciones de producción, comercio y servicios agrícolas o industriales, el uso de los recursos naturales, las tecnologías de la producción, los estilos y ritmos de consumo de energía, y en lo que concierne a la construcción y al uso de la vivienda y de la infraestructura.
Por otra parte, a pesar de la certeza de que la actividad humana contribuye de una manera significativa al cambio, no hay manera científica en este momento de calcular qué parte del cambio se relaciona con la actividad humana, en comparación con la naturaleza, ni en cuanto a las sinergias entre ambos tipos de influencia (deductiva e hipotéticamente podríamos derivar una cierta respuesta a este interrogante, pero no una científica, en el sentido del uso de un experimento controlado).
En limitar nuestro interés y definición de esta manera, esto no significa que no reconocemos la diferencia fundamental entre el cambio inducido por la intervención humana en comparación con las causas naturales, en el sentido que el primero es en principio controlable y debe ser controlado, y el segundo no lo son controlables directamente.
3.2 La Mitigación del Cambio Climático
El primer pilar de la acción contra el cambio climático es la llamada “mitigación” que según la Convención, el IPCC y otras fuentes autorizadas, se define en términos de la reducción y control de las emisiones de los gases de invernadero, tales como el bióxido de carbono y el metano, y la provisión de sumideros de carbón. Esta definición de la “mitigación” es la que se acepta y se utiliza comúnmente entre científicos del clima y muchos otros de las ciencias naturales y básicas. Es parte de la terminología establecida por IPCC y la Convención y sus comunidades científicas asociadas.
La “mitigación”, por lo tanto, se define con referencia a los procesos físicos por los cuales las nuevas condiciones climáticas son construidas, y no, como es el caso con la gestión del riesgo de desastre, con referencia a la reducción de la amplia gama de las condiciones que explican el riesgo- las amenazas, la exposición y la vulnerabilidad.
Con esta diferencia en uso e interpretación, podemos identificar un primer problema potencial de “comunicación” entre el GRD y la “comunidad” o los especialistas ligado al tema del cambio climático.
Decimos “potencial” porque la significación verdadera de la diferencia no se basa tanto en las diferencias en el uso de palabras sino más bien en diferencias en el entendimiento de conceptos y procesos. En la medida en que son solamente palabras las que se usan de formas distintas no hay mayor problema, aunque la homogeneización de usos siempre facilita la comunicación. En la medida en que haya diferencias significativas en el entendimiento de conceptos y procesos el problema es mucho mayor. En esto no hay porque suponer que las diferencias internas entre practicantes en el campo de la GRD no sean iguales o hasta mayores que entre ellos y los de ACC.
Así, debemos también ser muy cuidadosos al dividir el mundo en dos “comunidades” con la sugerencia implícita que hay acuerdo y consenso total dentro de ellas y diferencias significativas entre ellas. Esto simplemente no es verdad y es muy probable que cada uno de éstos “comunidades” sea de hecho varias comunidades con diferencias significativas entre sí mismos en aspectos importantes, incluyendo la terminología usada y los aspectos significativos de procesos (ya vimos el tema de los eventos “extremos” y examinaremos algunos mas diferencias en el tema de la GRD más adelante). Al mismo tiempo existe claramente una comunidad “integrada”, mucho más pequeña de tamaño, que no atribuye sus preferencias o lealtades a una u otra de las “comunidades” auto-definidas, mencionadas arriba, sino más bien se acerca al problema desde un ángulo integral, fundamentada en el “desarrollo” como concepto integrador. El actual autor se atribuye esta idea y práctica, aunque su experiencia deriva del tema de GRD en el marco de la planificación del desarrollo.
Entonces, el problema de definición y uso de terminología es mucho más complejo que lo sugerido al principio y esto se puede resolver solamente al llegar a acuerdos comunes sobre los conceptos básicos y los procesos comunes implicados en la construcción del problema bajo análisis.
La explicación de las diferencias en el uso del término “mitigación” entre GRD y los adeptos al tema del cambio climático se puede explicar, nosotros suponemos, por el hecho de que el tema de cambio climático fue dominado durante un largo plazo por los científicos del clima, las ciencias atmosféricas o las profesiones relacionadas, con su preocupación por el proceso de cambio en el clima como tal, y no prioritariamente la necesidad de la reducción de sus impactos, de las pérdidas y el daño humano asociado, y contra el cual la “adaptación” o el ajuste humano era la respuesta. Siendo así pues, la apropiación primaria de terminologías ocurrió antes de la presencia significativa de los especialistas de la gestión de riesgo, de las ciencias sociales y del desarrollo en el tema. Con esto, el tema de la exposición humana y la vulnerabilidad no fueron tomados en cuenta en ningún grado importante, y no había problema, en principio, en adoptar la noción de la “mitigación” para referirse solamente al lado físico de la ecuación, al control o a la reducción de los factores físicos que contribuyen al cambio.
Cuando la necesidad del ajuste humano finalmente fue dada más crédito y la necesidad de encontrar mecanismos para apoyar esto reconocida plenamente, la noción de la “adaptación” entra pues como un complemento a la “mitigación”. Para entonces, el concepto de la mitigación había sido monopolizado ya por el lado físico de la ecuación de tal manera que no podía ser utilizado en un sentido social más amplio para incluir la mitigación de cada una o todas las condiciones y los factores del riesgo, las amenazas, la exposición y la vulnerabilidad, al igual que es el caso con la GRD. La adaptación como término fue introducida para llenar el boquete y para referirse esencialmente a lo que llaman los especialistas de GRD, mitigación, prevención, reducción del riesgo o simplemente “desarrollo”. La noción y la definición de “adaptación” serán examinadas críticamente en nuestra sección siguiente.
El problema de las diversas interpretaciones y definiciones dadas a la misma palabra, noción o concepto ha sido algo que ha prevalecida (a la vez mida el ritmo de la reflexión y la evolución y avance en el tema) durante la historia relativamente larga del campo de la GRD con las transiciones que han ocurrido dentro de él, de la dominación temprana de la respuesta humanitaria y de los paradigmas estructurales de la prevención, de la presencia de las ciencias de la tierra, de la ingeniería, de las ciencias médicas, hasta hoy en día con una mayor presencia de las ciencias sociales, de las visiones elaboradas desde el concepto de la construcción social del riesgo y de interpretaciones más amplias de lo que significa la reducción del riesgo del desastre en el marco de la planificación del desarrollo (véase Lavell, 2005 para un detalle de estas transiciones y movimientos).
Hemos examinado ya la noción de los eventos “extremos” cuando están considerados desde la perspectiva de las geo-ciencias y desde la perspectiva de las ciencias sociales y del desarrollo, y éste constituye solamente uno de los varios términos donde las diferencias en enfoque y definición pueden ser encontradas. En seguida, brevemente, examinaremos algunas de estas diferencias para ayudar a verificar la idea que los conceptos son fluidos y el desarrollo de las áreas del conocimiento significa contar con cambios y transformaciones, las cuales no siempre se convienen unánimemente, pero los cuales de hecho representen o reflejan el tipo de discusiones y avances alcanzados. Esto ha sucedido en el GRD y en los campos de la respuesta al desastre durante los últimos 50 años, y podemos esperar y esperaríamos que también suceda en el campo del cambio climático. La evolución y cambio conceptual marca el progreso del debate y la definición de un tema o problema.
Con la misma noción del “riesgo” y su uso en el tema de los desastres, ha habido cambios y modificaciones significativas durante los últimos 40 años, todos asociados con el involucramiento creciente de las ciencias sociales en su definición y estudio. Así, mientras que las ciencias de la tierra dominaron el tema del desastre, el riesgo fue utilizado (y continúa siendo utilizado por muchos) para definir la “probabilidad de la ocurrencia de un acontecimiento físico dañino” o la “probabilidad de la ocurrencia de una amenaza”. Esto sigue el uso común que se expresa en frases tales como “hay un riesgo de que llueva hoy”. Hoy en día, sin embargo, la definición más común de este término se refiere a la “probabilidad de daños y pérdidas futuros en la sociedad” como resultado de la ocurrencia de eventos físicos potencialmente perjudiciales bajo condiciones de exposición y vulnerabilidad humanas; o “la combinación de la probabilidad de un acontecimiento y de sus consecuencias negativas” (ISDR, 2009). Es decir, la definición ha perdido su contenido esencialmente físico-temporal y ha asumido o acogido más abiertamente un contenido social-temporal. El acontecimiento físico es parte de la ecuación del riesgo pero no la define ni la determina como tal, hoy en día, en el entender de muchos adeptos de la GRD. Aquí es interesante constatar que las ideas de amenaza, exposición y riesgo ni siquiera son empleadas o definidas en los glosarios de la ACC.
Otro ejemplo existe con la noción de “amenaza” que, cuando las geo-ciencias dominaron, e igual hoy en día entre muchos, hace referencia al evento físico per se que detona el desastre, o, para algunos, todos los acontecimientos físicos “extremos”. La actual definición de la EIRD de “amenaza” refleja este acercamiento “fisicalista” en definirla como “un fenómeno peligroso, una sustancia, una actividad humana o condición que pueda causar la pérdida de vida, lesiones u otros impactos en la salud, daños materiales, pérdida de medios de vida y de servicios y daño económico o ambiental”.
Sin embargo, con el aumento en las contribuciones de las ciencias sociales (psicología y las ciencias del comportamiento incluidas), la amenaza ha venido cada vez más a ser considerado por muchos como el peligro latente asociado a un probable evento físico y que en sí mismo es determinado, entre otras cosas, por los niveles existentes de exposición y vulnerabilidad humana. Eso es, la amenaza no es el acontecimiento físico como tal, sino el peligro absoluto o relativo que representa (aquí uno habla de diversos niveles del peligro- alto, bajo, medio, por ejemplo y éstos por supuesto, varíen según los niveles de exposición y vulnerabilidad y no apenas las calidades físicas del evento en sí mismo). Según esta escuela del pensamiento, una vez que ocurra el acontecimiento físico deja de ser un “peligro” o “amenaza” como tal y se convierte en un fenómeno dañino verdadero. La importancia de esta distinción se relaciona con el hecho de que el estado latente del peligro, y del riesgo como tal, permite que lo anticipemos así también permitiendo que intervengamos anteriormente. Por otra parte, si la amenaza es el acontecimiento físico en si entonces tendremos que encontrar otro término para la amenaza latente asociada a los acontecimientos futuros porque es solamente con la identificación de esto que la intervención anticipada puede ser considerada una opción. O sea, si los eventos y sus impactos no pueden ser anticipados, no hay condición latente en la amenaza, entonces no habría manera de prevenirlos. Sin embargo sabemos que eso no es verdad y que la amenaza está en la latencia y no en la realidad del evento.
La idea que la amenaza es una calidad y no una cantidad significa que la gestión del riesgo de desastre se relaciona esencialmente con la limitación del nivel de amenaza o de peligro de los eventos físicos potencialmente perjudiciales, por medio de su eliminación o deviación como tal o la reducción de la exposición y de la vulnerabilidad humana. Por medio del manejo del peligro o la amenaza asociado con los eventos probables, manejamos el riesgo.
En fin, la “comunidad” GRD se tipifica por diferencias en cuanto a definición y concepto, a pesar de las tentativas del EIRD de proveer de definiciones estandarizadas y consensuadas.
Por otra parte, las diferencias que se encuentran dentro de la “comunidad” de GRD encuentran paralelos con las diferencias entre ella y las definiciones usadas en el tema del cambio climático. Así, mas allá de las diferencias con la idea de mitigación, importantes diferencias también existen con referencia a las nociones de impacto y vulnerabilidad, entre otros. (véanse, Birkmann, 2009 y Schipper, 2009 para una consideración de algunas de estas diferencias).
De una que otra forma, como ha ocurrido con el término “desastre natural” (inadecuado por si y construido ideológicamente, además de ser definido de maneras muy distintas por diferentes corrientes de opinión), los términos tienden a convertirse en algo fijo e inflexible (hacen que la gente se siente cómoda y segura) y así permanente, a pesar de sus limitaciones, y las evidencias claras en cuanto a su naturaleza inadecuada. Debido a esto, con la dominación que prevalece de visiones disciplinarias del riesgo y desastre, y con el nivel muy bajo de análisis crítico asociado con el tema que existe muchas veces, no creemos que habrá cambios importantes en estos usos hasta que haya una aceptación más amplia de que el tema de riesgo y desastre (y en su caso, adaptación) es multi- e interdisciplinario por naturaleza y hay la necesidad de construir un marco conceptual en común, para poder ligar los enfoques y perspectivas diferentes, todas las cuales aportan elementos importantes para el tema, pero no lo definen como tal.
Actualmente, a pesar de las persistentes demandas para un mayor trabajo y enfoque interdisciplinario y multidisciplinario, el campo del riesgo de desastre todavía es dominado básicamente por contribuciones y visiones mono disciplinarias, donde todavía existen diferencias importantes en la interpretación de conceptos básicos. Un movimiento hacia la investigación y la acción integradas requerirá quemarse del ego, el sacrificar visiones disciplinarias, todo a favor de acercamientos más holísticos y más integrales, con armazones conceptuales mas en común. Por supuesto, esta misma discusión también se relaciona con la adaptación al cambio climático y su relación con el campo de la gestión de riesgo de desastre, donde, hasta que se reúnen y se ligan más de cerca en términos conceptuales y prácticos, continuarán utilizando términos y conceptos similares en diversas maneras.
Por otra parte, a menos que se haga tal movimiento a favor de la integración, viviremos probablemente con la idea que realmente hay dos “comunidades” representando dos temas diferenciados y que éstos necesitan encontrar tierra en común, en vez de darnos cuenta que no es tanto una cuestión de integrar diversos temas sino más bien de descubrir que esencialmente estamos con el mismo tema. Visiones deductivas en oposición a inductivos, holísticos en comparación con maneras discretas del pensamiento, son necesarias si esperamos superar la discusión y las diferencias conceptuales y definicionales que existen, y con eso más rápidamente caminar el camino de la resolución de problemas asociados con un clima en proceso de cambio. Los elementos comunes entre los dos son claramente clima en sus expresiones normales y extremos, “desarrollo”, “amenaza”, “exposición” y “vulnerabilidad”.
Volviendo ahora al tema de la mitigación, la preocupación principal de esta sección, cuando relacionamos esto, y sus niveles relativos de éxito o fracaso, al tema de la adaptación (la respuesta y los ajustes humanos al cambio del clima) es obvio que la adaptación en sus formas y niveles verdaderos será condicionada por los niveles de éxito y las faltas con la reducción del proceso y el curso del cambio del clima. Es decir, aunque la “mitigación” y la “adaptación” se ven como dos estrategias distintas, son interdependientes en gran parte. La sociedad debe “adaptarse” según los cambios en los ritmos y las expresiones del clima en el territorio. Simultáneamente, el ritmo del cambio es influenciado por el tipo de “adaptación” empleada, particularmente cuando esto se basa en la transformación de las formas de ocupación y uso de la tierra, cambios en las formas de consumo de energía y de desarrollo urbano.
Es decir, el problema del cambio climático, de la “adaptación” o “mitigación”, es esencialmente un problema del desarrollo y se relaciona de cerca con los modos que éste asume.
A diferencia del clima histórico “no contaminado”, donde dominaron factores naturales en su cambio y conformación (por supuesto ha habido siempre influencias humanas en el clima local), la comprensión del clima bajo condiciones de interferencia humana decisiva ahora requiere “una climatología humanizada”. Aquí, debemos entender que la explicación primaria verdadera del cambio de clima no se reclina tanto en los gases mismos, sus características físicas, sino más bien en los modelos de desarrollo que conducen a su producción excesiva. Es decir, sin un cambio fundamental en los patrones del desarrollo o en las tecnologías y los patrones del uso de los recursos que los sostienen, no hay opción verdadera para la reducción en los niveles de emisión de los gases del invernadero. La ciencia del clima debe convertirse en un aliado y en un arma de las ciencias del desarrollo, en vez de ser un fin en sí mismo, como ha sucedido en muchas ocasiones en el pasado. La esencia de la mitigación es la capacidad de imaginar y de imponer otro modelo del desarrollo. Si se considera posible reducir la emisión de gases utilizando los mismos esquemas de desarrollo y versiones “mejoradas” de ellos poco será alcanzada y mayor énfasis cada día se tendrá que poner en la llamada “adaptación” al cambio.
Ahora examinemos la noción y el paradigma de la “adaptación” más de cerca.
3.3 “Adaptación” al Cambio del Clima: un Examen Crítico y Constructivo del Concepto, de su Contenido y de su Importancia en el Marco de la Gestión del Riesgo de Desastre.
El segundo pilar de la acción frente al cambio del clima es, entonces, la llamada “adaptación”. De acuerdo con la Convención, IPCC y el ISDR esto se refiere, al “ajuste en sistemas naturales o humanos en respuesta a estímulos climáticos reales o previstos o a sus efectos, y que modera el daño o permite explotar opciones beneficiosas”. De acuerdo con estas fuentes la “adaptación” puede tomar la forma de: Adaptación Anticipada, donde se ajusta a cambios previstos en el clima en el futuro, conocido también por el término adaptación proactiva; Adaptación Autónoma que no representa una respuesta consciente a estímulos climáticos, sino es disparado por cambios ecológicos en sistemas naturales o por cambios en mercados o el bienestar de sistemas humanos y es también conocido como adaptación espontánea; y Adaptación Planificada que es el resultado de decisiones de política deliberadas, basados en la consciencia de que las condiciones ambientales han cambiado o están por cambiar y que la acción es necesaria para volver a, mantener o lograr un estado deseado.
Con estas definiciones, como hemos insinuado en la sección anterior, hay una serie de problemas conceptuales y prácticos que necesitamos analizar y revelar de una vez por todas, así haciendo que la delimitación de nuestro problema fundamental sea más fácil y también facilitando el establecimiento de los límites del problema y de su definición. La adaptación necesita ser “desempaquetada”, ser desagregada y ser clarificada, permitiendo que distingamos sus diversos y distintos componentes, como éstos se representan, se describen y se discuten hoy en día en la literatura académica, gris e informal. Con esto podemos entonces esperar proyectar cómo éstos aspectos o componentes podrían ser considerados e integrados con aspectos relevantes de la gestión del riesgo de desastres y de la gestión del desarrollo.
Examinemos algunos de los aspectos esenciales de lo consideramos un caso claro de indefinición y mal uso conceptual, a la vez ignorante de la significación y el uso histórico y científica del mismo término.
En primer lugar, el uso del concepto de “adaptación” para referirse a sistemas humanos y naturales a la vez, introduce una confusión de niveles y de procesos con referencia a dos muy diferentes, aunque relacionados sistemas. Esto es particularmente notorio pues la referencia se hace a los “sistemas” mismos y no a los elementos que los componen-seres humanos, animales, plantas etc., los cuales de hecho si “adaptan” siguiendo procesos e impulsos similares de acuerdo con lo descrito y analizado por Darwin y otros en el marco de la evolución y la sobrevivencia de los más fuertes.
No podemos, ni debemos asumir que el proceso por el cual los sistemas naturales (esas relaciones e interrelaciones, flujos de la energía, entre el mundo vivo no humano, y entre esto y su ambiente inerte natural) reaccionan y cambian frente al cambio del clima es de manera similar o comparable a los sistemas humanos, interpretados estos como la suma de las relaciones sociales de la producción, consumo y circulación basadas en la empresa humana y los recursos ofrecidos por el mundo natural externa a ella. Las diferencias básicas y fundamentales entre estos dos procesos sirven para argumentar que no es valido poner ambos bajo el mismo paraguas conceptual o práctico al tratarse de sistemas y no individuos. Más allá, en el caso de los “sistemas humanos”, argumentamos que ni hay justificación real y precisa para llamar el proceso de cambio, “adaptación”.
Estos intentos de hacer similar cosas no similares ha sido más y más comunes en la medida que se busque justificar (desde una perspectiva filosófica integral) que hay un singular sistema natural del cual somos parte y que exista una igualdad de derechos entre lo natural y lo humano. Debido a esto hemos llegado a un punto donde indiscriminadamente usamos términos y conceptos para analizar y apuntar a cosas que en su esencia son muy distintos, aunque relacionados, tales como impacto, vulnerabilidad, pérdida amenazas, riesgo y ahora, adaptación. Cada una de estas nociones al aplicarse a sistemas humanos y sistemas naturales significa diferentes cosas y viene de distintos ángulos disciplinarios y analíticos y no deben confundirse de tal manera que mezclamos manzanas y persas, uvas y bananas.
El uso de un solo concepto o noción, “adaptación”, para cubrir ambos tipos de ajuste, en los sistemas humanos y naturales, solamente crea confusión, genera una carencia de especificidad y de exactitud conceptual y, por lo tanto, crea dificultades en entender las opciones para la práctica y el cambio (aquí esquivamos el hecho evidente de que los sistemas enteramente “naturales” casi no existen hoy en día debido a la influencia de la intervención humana directa o indirecta, además del hecho de que los sistemas humanos, en sentido estricto, son ellos mismos parte de la naturaleza y de los sistemas “naturales”, como comentamos arriba).
En el caso de la “adaptación” de sistemas naturales ésta es siempre “espontánea”, “autónoma” o “independiente”, no deliberado, ni imaginado o facilitado por procesos del pensamiento (al menos de que los seres humanos participan en cambiar la dirección de los procesos naturales) mientras que, en el caso de “sistemas humanos” éstos funcionan y cambian principalmente bajo la influencia de factores de conciencia, de uso del poder, de la deliberación, del planeamiento y de la decisión. La noción del cambio “espontáneo” o “autónomo” en sistemas humanos, con referencia al problema de la “adaptación”, se utiliza de una manera distinta que con sistemas naturales, para captar cambios inspirados o impulsados por iniciativas de la sociedad civil, individuales y colectivas, o del sector privado, donde ninguna intencionalidad directa se tenía con referencia al cambio climático. Eso en comparación con el cambio promovido conscientemente con el desarrollo de estrategias, políticas, instrumentos y acciones inspirados en la esfera pública de gobierno con referencia directa al cambio climático.
Obviamente ninguna planificación o adaptación anticipatoria puede ocurrir en sistemas naturales, al menos de que asumamos que los seres humanos pueden planificar la adaptación de sistemas naturales a su antojo. Esto sería por supuesto completamente contrario a la noción científica de adaptación.
En segundo lugar, al analizar simultáneamente la gama de contextos, acciones, respuestas, reacciones, “soluciones” que son, al parecer, incluidas bajo la noción de la “adaptación”, podemos apreciar que el término carece de especificidad a tal grado que su valor científico, práctico, pragmático y heurístico se diluye totalmente (se ha sugerido por muchos investigadores que igual situación sucede con el concepto de la “vulnerabilidad” que ha venido siendo utilizado como una caja negra para referirse a muy diversas cosas y contextos, y que ha conducido a un esfuerzo de parte de algunos de definir el concepto en una forma más específica y más inequívoca (véase Cannon, 2008; Wisner et al, 2004, Lavell, 2005).
Según la literatura disponible sobre el tema y las discusiones en curso sobre la “adaptación”, esta se aplica o está en respuesta a todo una serie de circunstancias o desafíos muy diversos y dispares (la única cosa que realmente los une es que todas se relacionan de una cierta manera que otra a cambios en las temperaturas promedias y a cambios en el clima, lo cual en sí no es suficiente para justificar el uso del mismo término para comprender todos). Estos incluyen su aplicación a:
· sistemas naturales y humanos;
· cambios en sistemas productivos, de localización, esquemas de construcción, ajustes ambientales, educación, normativa y legalidad;
· Cambios en ecosistemas.
· respuestas a los aumentos en vectores de la enfermedad y problemas de la salud.
· cambios en la disponibilidad del agua y de las fuentes de energía, respuestas a la pérdida de hielo glacial y polar y a aumentos en los niveles del mar;
· cambios en normas del clima y en los promedios y, al mismo tiempo, en los “extremos” o las anomalías.
· cambios ya experimentados en el clima, y cambios anticipados en el futuro.
· la migración interna e internacional “forzadas” bajo condiciones de estrés climático.
· la prevención o reducción de riesgo y la respuesta humanitaria en momentos de desastre y la posterior reconstrucción.
Es decir, la “adaptación” pretende incluir una tan amplia gama de cambios y de respuestas que se está utilizando básicamente como substituto para la noción de “desarrollo humano y económico” o el cambio societal en general, y tiende a sustituir la misma noción del desarrollo sostenible. Se construye como noción que monopolice la idea del desarrollo, en vez de ser un facilitador de esto. Es todo y no es nada. Es la indefinición y definición completa. Es tomar refugio en una idea y un concepto para evitar la necesidad de hilar más fino y ajustar conceptos, contextos y panoramas de una manera más exacta.
La conveniencia de ser “sencillo” y “comprensiva” se pierde y la imprecisión conduce a la anarquía conceptual. Por otra parte, desobedece el uso histórico y científico ampliamente aceptado del mismo término (Darwin, Russell y otros probablemente darían vuelta en sus sepulcros si podrían ver la imprecisión dada a un término que utilizaron con tal precisión exacta e inequívoca).
En tercer lugar, la idea de un “ajuste en… sistemas naturales en respuesta a (real) o esperados estímulos climáticos o sus efectos…” es falso e inoperable como concepto y realidad.
Ningún sistema natural se ajusta a esperados estímulos o efectos climáticos, porque la anticipación y la acción previsora es sencillamente una característica de los seres humanos pensantes (en el sentido cerebral), pero no, en general, de sistemas naturales y sus componentes vivos. ¿Cuándo hemos visto un bosque, una familia de insectos o zorros, un pedazo particular de suelo, un ecosistema, modificar sus comportamientos, funciones y relaciones de una manera que anticipan el clima futuro? Se ha observado y se ha sistematizado el comportamiento de animales y plantas “bio-indicadores” de condiciones futuras en el corto plazo, pero esto no es la misma cosa de que hablamos aquí.
En cuarto lugar, con el ajuste a cambios reales, ya existentes, éste es basado en estímulos y circunstancias de hecho, racionales y observables, basadas en la medida de, y la sensibilidad a nuevas circunstancias ya existentes y puede ser medido, monitorizado y sistematizado. La medida del éxito y de la naturaleza apropiada de tales ajustes puede evaluarse a posteriori. Un problema importante en responder al cambio actual se relaciona con el problema de saber cuando el cambio “real” es de hecho permanente y requiere más que en estrategia temporal para hacer frente a ello. ¿Si una región sufre una sequía 3, 4, 5 o 6 años en fila ¿debe ser asumido que esto es un cambio permanente y que la región ahora es árida, o al contrario, que las condiciones normales volverán después de cierto rato, lo cual exigirá una vuelta a las prácticas anteriores?
Simultáneamente, el ajuste al cambio real en el clima debe considerar e incorporar medidas y planes para un cambio continuado en las condiciones de clima en el futuro dado que no estaremos seguros durante bastante tiempo si el cambio se ha estabilizado. En algunas escritos recientes (véase Cristopolos et al, 2009; Birkmann et al, 2009) se sugiere que la reacción a los extremos o las anomalías del clima en el marco de un clima estable y regular se conoce como “haciendo frente” (coping); mientras la adaptación significa algo emprendido en un medio y largo plazo, frente a un cambio permanente en condiciones del clima. La necesidad de considerar los ajustes frente al cambio actual y a la vez flexibilizarse para pensar posibles cambios en el futuro no es típico en los casos de intervención que conocemos hasta la fecha y esto representa un desafío verdadero para las comunidades y los promotores de proyectos- ¿cómo ajustarse al cambio real a la vez que se dejan opciones para acomodarse a los cambios futuros, desconocidos en sus implicancias, pero predecibles en su ocurrencia?
Reconozcamos, entonces, que el cambio o ajuste en comportamientos y prácticas humanas cuando se está frente a cambios reales o verdaderos puede ser el resultado de acciones de la sociedad civil individuales o colectivas o del sector privado, donde están disponibles conocimiento, finanzas, instrumentos, imaginación, e inteligencia. Pueden aprovecharse de los estímulos del gobierno si éstos existen en un intento por empujar, persuadir y apoyar los agentes sociales no estatales.
Desde una perspectiva léxica y teórica, las acciones introducidas cuando estamos frente a cambios existentes y reales se pueden comprender bajo la terminología empleada cada vez más en la GRD- la gestión “correctivo”, “compensatoria” o “ mitigadora”. Es decir, los cambios introducidos cuando estamos frente a condiciones existentes de estrés o riesgo, los cuales pueden inspirarse y estimularse por políticas del gobierno e instrumentos que norman o ayudan a la sociedad civil y el sector privado, y que buscan reducir niveles existentes del riesgo y de desequilibrio ambiental. A esta terminología e idea volveremos más adelante.
Cuando trasladamos nuestra atención a los cambios futuros previstos en el clima y las reacciones humanas a estos, la opción del ajuste anticipado ciertamente existe, pero no sin solucionar o racionalizar desafíos importantes que van mucho más allá de los presentes cuando se ocupan del cambio verdadero, real, actual.
El cambio anticipado constituye un contexto humano de respuesta totalmente distinta, a tal grado que llamar este y el ajuste al cambio real, ambos “adaptación”, es extremadamente aventurado puesto que los procesos y los factores condicionantes son muy disímiles. Mientras que nadie niega la necesidad de prestar gran atención a este proceso y a las políticas, las estrategias y los enfoques concretos para lograrlo, el desafío que significa y los problemas que enfrenta es mucho más complejo que lo asociado al ajuste actual frente al cambio.
Con qué nos hacemos frente es más bien la previsión y la reacción especulativa, buscando mantener la flexibilidad y las opciones abiertas bajo condiciones de incertidumbre, pero reconociendo que el ajuste no es necesariamente adecuado, y mucho menos “adaptación”, sino más bien “anticipación”. Estamos “jugando” con el riesgo y la noción de la “protección al margen”, la reducción de la incertidumbre a través de una diversidad de opciones (hedging), frecuentemente empleado como noción en los fondos de inversión, es igualmente aplicable con respecto a la anticipación del cambio futuro en el clima y las reacciones anticipadas y necesarias.
Para poder ajustar o instigar un cambio anticipado, individuos, colectividades, sector privado y otras expresiones de la sociedad civil y política requieren acceso a una información confiable sobre los cambios proyectados en el clima y en la sociedad durante períodos establecidos de tiempo, y en escalas sociales y territoriales adecuadas. Aquí, al considerar los escenarios futuros y los cambios en los parámetros del clima, sus índices de cambio posibles, su temporalidad y su territorialidad, hacemos frente a altos niveles de incertidumbre. El descubrimiento reciente de que los pronósticos del deshiele del Árctico han sido muy subestimados es solamente una demostración palpable del incertidumbre y de la ausencia de mecanismos y técnicas adecuadas de proyectar el futuro de forma confiable.
Por otra parte, el problema del cambio del clima todavía es dominado por visiones desde las ciencias físicas y considerado predominante como un problema físico pero no necesariamente de desarrollo (véase, por ejemplo, cómo el tema del cambio del clima está situado, en una mayoría de países, en los ministerios o las secretarías del ambiente o en instituciones meteorológicas y no en aquellos referente el planeamiento, el desarrollo territorial o la economía). De esta manera, la situación existente con referencia a la adaptación emula la énfasis física dado en los estudios de desastre y la dirección de la intervención, por muchas décadas, hasta que la naturaleza y la significación social verdadera del riesgo y del desastre fueron revelados y hechos evidentes.
Los escenarios de cambios económicos y sociales fundamentales en la sociedad sobre periodos de tiempo de mediano y largo alcance (crecimiento y densidad de la población, los estilos del desarrollo, los patrones de consumo y de producción, desigualdad en la distribución de ingresos, división territorial de la producción y del consumo entre el norte y el sur, etc.) no se miden ni se modelan suficientemente, a tal grado que es ilusorio pensar en diseñar estrategias de la “adaptación” para el futuro con cualquier nivel aceptable de exactitud o de certeza proyectada.
Es preocupante pensar que entre ciertos sectores la adaptación se ve como el coste adicional requerido para “proteger” el desarrollo como se concibe hoy en día, y ajustarlo a las demandas del cambio del clima, en vez de considerar la “adaptación” un componente intrínseco de un nuevo modelo del desarrollo con patrones alternativos de consumo, de producción, de división social y territorial de la producción y de la distribución de la renta. La adaptación debe ser visto más en términos de nuevos modelos del desarrollo que con referencia a cambios y ajustes frente al cambio climático, per se.
También es preocupante pensar que bajo el concepto de adaptación, como mantenimiento del status quo, un cambio fundamental en los patrones y la tecnología de la producción energética, en el uso del suelo, en los patrones de desarrollo urbano, en el uso de los recursos naturales, que sirven para reducir las emisiones de los gases de invernadero, simultáneamente, podrían atestiguar un aumento o poco o nada de cambio en la incidencia de la pobreza y en la distribución de la renta. Es decir, reducción del índice de cambio y la “adaptación” sin la resolución de los problemas fundamentales de la pobreza y del desarrollo. Cambio para mantener el estatus quo.
La ausencia de confiables escenarios del desarrollo de la sociedad futura y del comportamiento del desarrollo significa una carencia básica de información sobre el desarrollo del riesgo en la sociedad y nos reduce una vez más a un modelo del riesgo, del conocimiento y del análisis, basados esencialmente en “conocimiento” del lado de la amenaza climática, la cual es una sola dimensión de la trilogía de factores del riesgo, la amenaza, la exposición y la vulnerabilidad. Con esto no existe una opción verdadera para entender el tipo y el grado del riesgo en el futuro, sus impactos, temporalidad y territorialidad.
La información requerida para proyectar y planear de una manera anticipada simplemente no está disponible para el público en general o para el político. Escenarios, anticipaciones, proyecciones etc. tienen un valor obvio, pero al grado que la sociedad no los confía, debido a su nivel de especulación científica o indefinición, poca acción será tomada por una u otra parte. La gente en general y los políticos particularmente esperan que los científicos proveen de evidencia dura y no especulación informada, dentro de niveles dados de incertidumbre y reaccionan generalmente a las cosas reales y verdaderas y no al pensamiento especulativo y proyectivo (la mayoría de la gente sigue siendo adversa al riesgo).
Éste es el desafío más grande cuando se está frente al cambio del clima. El problema no es confirmar y detallar cómo el clima ha cambiado hasta la fecha, sino más bien proporcionar información exacta y adecuada sobre la escala del cambio en el futuro. Esto sencillamente no es posible al nivel requerido para promover anticipadamente la acción como parte de una “estrategia anticipada de adaptación”.
Incertidumbre en lo que concierne al futuro, combinado con el valor que se atribuirá a las lecciones y experiencias del pasado inmediato y el presente inmediato, en relación al clima normal y a su variabilidad, es la base de la hipótesis de que el futuro se construye sobre el presente y el curso del ajuste humano frente a los nuevos estímulos del clima descansa en nosotros construyendo opciones con base en actuales experiencias, de forma iterativa y continua, y no saltando quinquenios o décadas en la búsqueda de la acción concreta.
Esto no niega la opción y la necesidad de pensar estratégicamente, en términos de política pública abriendo canales para el flujo de información, la reducción de incertidumbre y la discusión de alternativas.
Sin embargo, el cambio ocurrirá gradualmente y será basado en las experiencias de hoy, donde el conocimiento acumulado con la gestión de riesgo de desastre puede ofrecer mucho, conceptual y prácticamente. Y, entre las cosas más ciertas que hemos descubierto es el hecho de que la reducción del riesgo del desastre es casi imposible sin una disminución general en los niveles de la pobreza y de la vulnerabilidad. No es difícil asumir que éste también será el caso con la “adaptación”.
Para especificar aún mas la naturaleza y el contenido de las relaciones entre la gestión de riesgo de desastre y la adaptación al clima, y sus puntos de convergencia o de divergencia, es necesario, finalmente, responder a la pregunta “a qué adaptamos” o “a qué cambios de clima ajustamos”. En contestar esta pregunta proporcionaremos nuevos o confirmaremos viejas dudas en cuanto al uso de la noción “adaptación” en el contexto de los ajustes humanos a cambios en el clima y sus efectos.
3.4 ¿Adaptación o ajuste a qué?
El cambio climático ha sido caracterizado por cambios en dos tipos de variable del clima y del tiempo-los promedios o normas fundamentales y los “extremos” - acompañados y explicados ocasionalmente por alteraciones en otros contextos y ambientes (pérdida de hielo polar y glacial y aumento en niveles del mar, por ejemplo). Estos dos tipos de variable correlacionan simultáneamente en ciertos contextos, uno que ayuda explicar el otro.
Las variables fundamentales se relacionan, en primer lugar, con los cambios en los parámetros o los promedios básicos de aquellos factores que caractericen “clima” y que signifiquen un nuevo patrón y variabilidad del clima en el futuro (precipitación, temperatura, viento etc.). Y, en segundo lugar, el aumento proyectado en el número, la intensidad, la escala o la recurrencia de eventos “extremos” y anomalías del clima.
La noción de la “adaptación”, como aparece en las definiciones oficiales y populares, se relaciona con cualquier de las cuatro variables o contextos mencionados arriba- normas o promedios o extremos que ya cambiaron o que cambiarán, aumentos en el nivel del mar y pérdida de hielo polar y glacial-y los contextos sociales y económicos (además de políticos) que suscitan.
Cada uno de estos contextos, aunque de muchas maneras se relacionan, es muy diferente. Esto, como hemos sugerido antes, pone el concepto de la “adaptación” bajo una tensión enorme, dado las diferencias que cada una significa dentro del tema general del riesgo y del desarrollo.
En el “discurso” sobre el Cambio Climático es muy probable que el público en general presta más atención a los “extremos” del clima, la pérdida de hielo polar y glaciar y el aumento en los niveles del mar, que a los cambios en las normas y promedios del clima. También probablemente ven aquellos como más significativos, a pesar de que los promedios y normas que cambian pueden verse como la esencia del cambio del clima y exigirán importantes cambios en el proceso de producción, la incidencia espacial de diversas especies de animal y de plantas, el uso de tecnologías, la localización de las personas, la producción y la infraestructura etc.
Los tipos y los patrones históricos del clima esencialmente no se han definido en términos de los “extremos” sino en términos de normas y promedios del clima. Sin embargo, con el tema del cambio climático pareciera que el clima comienza a definirse más por los “extremos” o las anomalías. En el grado en que tales características aumentan su incidencia y pesan cada vez más el promedio, necesitaremos quizá comenzar a definir el clima en términos de la presencia o ausencia de “extremos”, ahora convertidos en el promedio! En lugar de hablar en los informes del tiempo “de condiciones calientes, nubladas y húmedas, con ocasionales tormentas” quizás comenzaremos a escuchar el clima descrito en términos más dramáticos tal como “tormentas continuas con fuertes vientos, entremezclada con períodos cortos de sol y cielos claros” (entre broma y broma!).
Los contextos o los problemas asociados a los “extremos”, el hielo polar y de glaciar y los niveles de mar son claramente más “atractivos” y hasta sensacionales y éste garantiza su elevación a una posición preponderante en la mente pública en general (y en la mente de los políticos). Su promoción no es exenta de enfoques “sensacionalistas”, fomentados por algunos sectores de la prensa y algunos “expertos” en el tema. Incluso, si tomamos un estudio reciente muy bien logrado y serio tal como es el del Instituto Mundial de Recursos (2007) sobre los tipos de enfoque y estrategia posibles frente al cambio climático, una mayor parte de su contenido está sobre “amenazas extremas” o anómalas, y el título-“Aguantando la Tormenta”, - invoca la idea de catástrofe y de “extremos”, a diferencia de promedios y normas. La fascinación con los extremos ya hemos manifestado tipifica parte del titulo del estudio contextual solicitado por el IPCC y la EIRD, sobre “ Eventos Extremos y Desastres”.
Con estas reflexiones preliminares, entonces, podemos abrir una discusión para poder acercarnos a una respuesta a nuestra pregunta original: ¿“A que se adapta? , “a qué se ajusta” y en hacer esto esperamos avanzar en nuestra definición de las relaciones y de las compatibilidades y las diferencias, entre la gestión del riesgo de desastre y la “adaptación”. Ahora tomemos cada uno de los diversos contextos que hemos especificado y examinemos las implicaciones en lo que concierne al ACC y la GRD y sus relaciones.
La pérdida de hielo polar y el deshelar de la tundra norteña influyen sobe el clima y son ellos mismos producto del levantamiento de las temperaturas atmosféricas globales y regionales. También influencian en los niveles del mar, la apertura de canales de comunicación marítima en el norte y nuevas oportunidades para la producción agrícola en áreas de clima extremo.
La pérdida de hielo glaciar afecta el clima local y el acceso regular a las fuentes de agua de verano y de primavera, con el deshelar anual del hielo de invierno. Los cambios en los niveles del mar tienen impactos en términos de la localización, la pérdida de tierra, la salinización etc., y, en algunos casos, la potencial pérdida de estados isleñas pequeñas. De hecho, es con el aumento del nivel del mar y los mayores niveles de certeza en cuanto a tal fenómeno, comparado con las proyecciones de cambio en el clima local, que la acción anticipada es más fácil de planear y justificar, si es en Londres u Holanda con la amenaza de incursiones del mar, o con las islas pacíficas, su inundación y la necesidad de emigrar. Por otra parte, cambios pequeños en los niveles del mar pueden ser devastadores si uno ocupa una isla o un estuario de río con poca tierra sobre el nivel del mar, donde las necesidades del ajuste son altamente sensibles a los cambios pequeños.
La necesidad del ajuste en estas situaciones es clara y más o menos obvia. Algunas situaciones que se presentan representarán nuevas oportunidades, otras, condiciones difíciles si no imposibles, que requerirán nuevos sistemas de localización, de uso del suelo, de producción, de uso del agua etc. No hay complicación con estos fenómenos cuando uno tiene que pensar los desafíos que presentan, a pesar de su novedad como experiencias para la sociedad humana. Solamente con algunas excepciones, son condiciones o contextos con los cuales la sociedad humana ha tenido que lidiar en épocas geológicas recientes y, generalmente poca, si ninguna experiencia “moderna” de gestión de riesgo existe cuando estamos frente a tales contextos. Experiencias existen, sin embargo, relacionado con el ajuste a la pérdida de fuentes de agua debido a los procesos acelerados de desglaciación en los Andes; o los ajustes frente al aumento del nivel del mar en el Pacífico, con la necesidad de emigrar a otros sitios; o los problemas para comunidades de animales, tales como los osos polares, con la pérdida del hielo polar, o comunidades de aves que desaparezcan de sus hábitats típicos, para ser ocupado por otros, más adaptados ya a las nuevas condiciones.
Pero, generalmente los cambios más dramáticos y generalizados se predicen para el futuro y no hay experiencia con ellos que viene a partir del pasado reciente. Es decir, de la perspectiva de la gestión del riesgo de desastre no hay grandes contribuciones que podrían iluminar el camino del ajuste necesario, aunque las opciones en términos de enfoques metodológicos y métodos se pueden espigar de tal trabajo (por ejemplo, la necesidad de relacionar el ajuste al riesgo con el proceso local de desarrollo, concentrándose especialmente en los procesos que reducen la vulnerabilidad y el riesgo en general; el estimulo a la participación local en la identificación de problemas y en la identificación de soluciones posibles; el estimulo de la autoconciencia y el conocimiento propio de los problemas; el ligar intervenciones locales a los contextos más amplios y a los agentes o actores regionales y nacionales etc.).
b. Cambios en los promedios y las normas de los factores del clima.
Desde nuestra perspectiva, la esencia del cambio climático debe ser vista en términos de cambios en los promedios y normas del clima y es frente a esos cambios que la sociedad tiene que “adaptarse”. Esto es así no solamente porque es referente a estos cambios que los ajustes de la sociedad deben ser alcanzados, pero también porque es el cambio en los promedios lo que será la causa directa de una parte importante de la nueva variación del clima y de los extremos que ocurren. El clima es normalmente descrito y caracterizado por los promedios aunque los extremos son obviamente parte de la fórmula de la definición. Como hemos precisado previamente, es más probable que describimos un clima mediterráneo, por ejemplo, en términos de inviernos templados y lluviosos y veranos calientes y secos que definirlo en términos de tormentas esporádicas, vientos fuertes y olas de calor, aunque estos sean parte del clima típico.
Es decir, cambios en la precipitación media de diversos lugares y regiones, en la intensidad solar media, en los promedios diurnos, estacionales y anuales de la temperatura; en los ritmos de la transpiración, serán la esencia del cambio. Con estos cambios, habrá cambios en los regímenes climáticos de diversas zonas, en la incidencia de la sequía climática, en la incidencia de zonas húmedas y, en los niveles de viento que ocurrirán. Y, estos cambios significarán, en muchas ocasiones, niveles de estrés climático para el mundo de los animales y las plantas y para los seres humanos, incluyendo la pérdida de recursos de agua, aumento en los vectores de enfermedad, el mayor predominio de la sequía, una productividad reducida entre los productos agrícolas, en la pesca y las poblaciones animales etc. O sea, los promedios y normas que han cambiado representarán de alguna manera condiciones de estrés y riesgo, aunque no sean extremos como tal.
Pero, en otras ocasiones, nuevas oportunidades para el desarrollo humano serán abiertas con el cambio de promedios: el acceso a fuentes de energía solar, de viento y a otras previamente no-existentes; nuevos recursos de agua en zonas áridas o previamente semi-secos; la creación de nuevas condiciones para la promoción de la producción agropecuaria nueva; y aumentos en el acceso al agua para el consumo humano y la producción agrícola. Todos éstos y más situaciones estarán entre las nuevas condiciones a las cuales las poblaciones humanas y los sistemas naturales tendrán que posiblemente adaptarse o ajustar. Y todos se relacionan con los cambios en las normas y los promedios, no los extremos.
Pues, como entendemos el problema, si es posible hablar de la “adaptación” esto sería referente a cambios en los promedios y las normas, lo cual esencialmente significa un ajuste y transformación in situ. Este argumento es sostenido por la idea que son las normas y los promedios los que esencialmente determinan las nuevas modalidades de la producción, el uso de energía, la localización etc. Aunque los extremos deben ser considerados de cerca, bajo ninguna circunstancia una consideración de los extremos conduce a decisiones en cuanto a lo que y donde hay que producir y localizar. Su impacto es más bien en términos de donde no hacer estas cosas. O sea, influyen de forma negativa no positiva en la decisión.
En la medida en que los cambios en los parámetros y los promedios sean tan dramáticos o inmanejables que requieren la migración y la relocalización de la población humana en busca de nuevas experiencias y opciones del sustento, no creemos en sentido estricto que este mecanismo puede compararse al ajuste in situ y no debe ser considerado en los mismos términos, de adaptación, o lo que sea. Más bien la migración es una respuesta a la no adaptación. De una forma que otra, ambos mecanismos, en situ o extra situ, son reacciones al cambio, pero son tan distintos uno del otro, que merecen ser tratados conceptual y clasificatoriamente de forma distinta.
Sin lugar a dudas, la gestión del riesgo de desastre no ha tratado de la promoción del desarrollo, la producción agrícola, el uso y control del agua, el desarrollo industrial o localización humana, en el contexto de los promedios del clima. Ésta es fundamentalmente una meta central del planeamiento sectorial y territorial del desarrollo, aunque, como hemos manifestado previamente, esas normas son de hecho el punto de referencia para las acciones asociadas a la gestión de riesgo de desastre y el cálculo del riesgo aceptable asociado con los eventos “extremos”. Es decir, mientras que los promedios explican los patrones de producción y la localización, la gestión del riesgo de desastre ayuda generalmente a mantener niveles adecuados de sostenibilidad y seguridad frente a la probabilidad de la ocurrencia de los “extremos”.
La manera en que la gestión del riesgo de desastre y la adaptación caben en la ecuación de la planificación del desarrollo varía en principio, pues la primera debe tratar de extremos que cambian en el marco de promedios que cambian, y el segundo el revés (veremos adelante que esta formula es equivocada, pero lo dejamos por el momento por fines ilustrativos).
Lo que no está en duda en cuanto a las relaciones y nexos entre ambos es que ambos problemas son parte de la ecuación del planeamiento del desarrollo, o deben ser así consideradas, y que es en el acoplamiento a los procesos del planeamiento del desarrollo que el tema del cambio del clima y de la reducción del riesgo de desastre encontrarán una relación de funcionamiento común y compatible, combinándose probablemente en una sola práctica íntegra en el futuro.
Históricamente, las transformaciones, los ajustes o los cambios en la sociedad frente a los cambios naturales y graduales, o aún acelerados, en los variables promedios y extremos del clima han ocurrido de forma espontánea, y estos casos constituyen ejemplos del cambio “normal” en sistemas humanos y productivos en perspectiva histórica. Los ejemplos abundan en la historia, de cambios en los patrones de ocupación y de producción en el pre-desértico y el desértico Sáhara hace más de 12 mil años; con la eliminación de oportunidades para la producción agrícola en Groenlandia en los siglos 14 y 15 y con la eliminación de la producción de uva y vino en Inglaterra en el mismo periodo.
El cambio mayor y más rápido en los variables del clima que se espera en el futuro excederá la experiencia en el pasado, bajo condiciones naturales de cambio climático, pero esencialmente el problema del cambio en la sociedad es igual que el sufrido históricamente, aunque ocurrirá bajo condiciones de mucho mayor velocidad en el cambio de los variables del clima y bajo condiciones sociales más agudas, con contingentes mucho más grandes de población pobre, con falta de resiliencia, con una carencia de recursos y de opciones económicos importantes para la migración, y por la presencia de estados nacionales proteccionistas.
A pesar de que la gestión del riesgo de desastre no ha contribuido excesivamente a la definición de estrategias y de enfoques de desarrollo normal bajo la influencia de las normas del clima, debemos recordar siempre que tal gestión puede ser emprendida solamente con eficacia cuando funciona en el contexto de la normalidad del clima y reconoce que las condiciones normales y el riesgo diario, crónico, son parte del fórmula de toma de decisiones sobre como mejor reducir las pérdidas y el daño que se asocia con los “extremos”. De una que otra forma la GRD frente al nuevo clima y su variabilidad intrínseca, se desplegará en el marco del clima “normal” y se debe asociarse a, y tomarla muy en consideración.
Estableciendo este principio base, ahora consideraremos más detalladamente el tema de los “extremos” y qué significan en términos de la discusión sobre la adaptación, el ajuste y la gestión del riesgo de desastre.
Hemos expresado insistentemente que el cambio del clima se ha caracterizado no sólo en términos de promedios y normas que cambian pero probablemente más vocalmente en términos de los aumentos en las intensidades, frecuencias e impactos del clima o tiempo “extremo” y sus “anomalías”.
Estas “anomalías”, “variaciones”, “extremos” serán parte del nuevo clima, de una manera similar que el clima en el pasado las haya experimentado. Las variaciones incluirán aspectos relacionados con los huracanes, la precipitación intensa y los vendavales, inundaciones, sequía, tornados, y derrumbamientos.
Frente a esta expresión bi-modal del clima (los promedios y los “extremos”) una serie de preguntas básicas se pueden plantear con repercusiones fundamentales en términos de la manera en que concebimos la intervención y la gestión del riesgo en general.
¿La manera de ocuparse de los extremos debe considerase una parte de la “adaptación” de la misma forma que se ocupa de cambios en promedios, de tal manera que la gestión de riesgo de desastre desaparece como tema con respecto a los extremos del clima y es substituida y absorta por la teoría y práctica de la adaptación, aun cuando una buena parte de esto se basa en la experiencia y aprendizajes del campo de la GRD? ¿En el futuro construiremos un acercamiento integrado y holístico a los problemas relacionados con el clima, desarrollando simplemente un campo de la gestión relacionada con el clima y el desarrollo que toma bajo sus alas los ajustes necesarios a los promedios que cambian y a la vez la reducción del riesgo asociado a los extremos?
¿O, considerarán la adaptación al cambio climático y la gestión del riesgo de desastre dos diversos sectores de actividad especializados, con papeles distintos, aun que relacionados?
La manera en que se resuelven estos interrogantes influenciará claramente las maneras en que desarrollamos nuestra práctica en el futuro, la institucionalidad desarrollada para promoverla, y, en general, las relaciones que establecemos entre diversas facetas de una misma y única realidad. Sobre esto, volveremos en más detalle más adelante.
¿Nos adaptamos a los extremos y los eventos dañinos de la misma manera que nos adaptamos a los promedios?
Mientras reconocemos las diferencias entre los cambios requeridos cuando estamos frente a cambios en los promedios a diferencia de cambios en los “extremos”, y también reconocemos que estos dos contextos no se pueden tratar por separado, sino de forma coordinada, es importante desde el principio establecer que desde nuestra perspectiva uno simplemente no se “adapta” a los extremos, sino a las normas y a los promedios. Y parte de esa adaptación se trata de lidiar con los extremos y minimizar su impacto en el modelo de desarrollo fundamentado esencialmente en los promedios del clima.
La naturaleza incierta, esporádica, recurrente, pero irregular, de éstos “extremos” significa que es imposible imaginar un contexto en el cual las prácticas productivas y de vida permanentes podrían ser impuestas bajo su influencia, aunque los extremos influencian claramente en las decisiones sobre los niveles de seguridad buscados. Además, más allá de la imposibilidad de “adaptarse” a los extremos, irregulares pero predecibles, un número significativo de eventos excepcionales o únicos (es decir. no experimentado antes), en comparación con acontecimientos extremos, están ocurriendo en el pasado reciente y se puede esperar que ocurran en el futuro (véase el huracán de Santa Catarina en el Brasil y la tormenta de viento en Montevideo, por ejemplo). No hay manera de predecir la ocurrencia de tales anomalías y así adaptarse a ellos con anterioridad a su ocurrencia.
La sociedad, cuando está frente a la ocurrencia de los “extremos” tiene un número limitado de opciones abiertas, incluyendo la preparación y respuesta a ellos, el comportamiento emergente, la coexistencia con ellos, un aumento en la resiliencia y en la reducción de la vulnerabilidad frente a ellos; el tomar refugio de o huirlos, entre los mas conocidos, pero estas acciones se toman dentro del marco establecido por el ajuste o la adaptación a los cambios en promedios y normas del clima. La respuesta a los “extremos” es parte de la respuesta integral de la sociedad enmarcada dentro de un modelo del cambio inspirado básicamente por la necesidad de adaptarse y de cambiar según nuevos promedios del clima y del ambiente en general. Es decir, las maneras en que respondemos a los extremos son una adición, un adjunto a la adaptación, un ajuste, pero no adaptación como tal.
Las reacciones o las respuestas, las estrategias y los métodos de ocuparse de los “extremos” son, simplemente, lo que hemos considerado históricamente el objetivo de la práctica de la gestión del riesgo de desastre. Con aumentos en las frecuencias e intensidades la situación esencialmente no se diferencia del pasado, cuando los extremos fueron tratados como parte de la práctica de la gestión del riesgo formulada en el marco de las decisiones del desarrollo tomadas bajo la influencia de promedios y normas del clima.
Sin duda, si los pronósticos de aumentos en los parámetros de los acontecimientos “extremos” están seguros, habrá un cambio en el equilibrio de las decisiones y los niveles y las necesidades de la intervención. Así, por ejemplo, si el huracán del nivel 5 en lugar de suceder cada 50 años en promedio, sucede ahora cada 25 años, o el de 25 años ocurre cada 13 años, éste tendría que obviamente afectar el proceso de toma de decisión sobre los niveles de riesgo aceptable para la sociedad. Igual sería el caso con las inundaciones, los tornados, sequía y los procesos de remoción en masa.
Si los “extremos”, de diversas magnitudes o intensidades, acortan sus periodos de retorno en tal grado que el promedio sea influenciado cada vez más pesadamente por ellos y se convierten así en un componente más influyente de la norma que el caso hoy en día; y, si la sociedad es incapaz de poner en ejecución suficientes y aceptables medidas de seguridad contra esto, porque el clima llega a ser generalmente demasiado adverso, allí no habrá ninguna opción excepto la migración y la relocalización en busca de condiciones más propicias. Pero, mientras los extremos no son la norma no hay razón por la que en principio la GRD debe cambiar su práctica o desaparecer. Donde la norma es tan pesada por los extremos que estos se acercan a la norma, claramente nuevos arreglos serán necesarios. Y, si consideramos el cambiar de normas y de extremos juntos en un futuro incierto, nuestro concepto de la institucionalidad más apropiada debe variar de forma importante. Volveremos sobre este problema más adelante.
Pero, ¿sobre qué “extremos” o eventos dañinos estamos hablando?
Asumamos que el proceso de cambio climático será caracterizado, por un lado, por un aumento en la recurrencia y la intensidad de “extremos” en zonas que sufren ya tales manifestaciones y, por otra parte, por la aparición de extremos o anomalías en zonas que no tienen ninguna historia importante de tales acontecimientos. Obviamente el problema para la gestión de la adaptación y del riesgo es diferente en los dos tipos de zona, porque en la primera hay experiencia histórica con tales acontecimientos y en el segundo esto no es así. Esta diferencia constituye un aspecto fundamental en una consideración de los mecanismos de ajuste y un elemento esencial en cualquier tipología de las zonas de impacto y de intervención.
Según las discusiones sobre el tema de los “extremos” y los desastres, teniendo en cuenta el cambio climático, el huracán, la inundación, la sequía etc. de un período histórico de retorno de 150 años se podía transformar en uno de un período de retorno de 75 años, el de 100 años en el de 50 años y la ocurrencia de 50 años en una experiencia de 25 años. Es decir, asumimos un acortamiento en el período de retorno de 100% (no hay ciencia que permite que hablemos en términos ciertos de los nuevos períodos posibles de la retorno). Entonces, la lógica sugeriría que el acontecimiento de 10 años se convierta en el de 5 años y de la inundación del año, la inundación regular de escala pequeña o media, se convertirá en la inundación de 6 meses.
Los acontecimientos pequeños, regulares y recurrentes, sabemos, erosionan constantemente las oportunidades de sustento de la población pero se hace frente a ellos debido a la existencia de distintos mecanismos de resiliencia y recuperación- capital social instalada, transferencias sociales, ayudas del gobierno y de ONGs bajo la forma de “ayuda humanitaria.
Sin embargo, al analizar el problema de los períodos de retorno más de cerca, la relación estadística no es necesariamente regular cuando se trata de eventos de gran escala y acontecimientos pequeños. Después de consultar con meteorólogos y a hidrólogos en cuanto a este problema, parece que la relación no es linear. Así, el acontecimiento de un año podría convertirse en el acontecimiento de 3 meses y tendríamos, en vez de una inundación por año, hasta 3 o 4 pequeñas, pero afectando acumulativamente la capacidad, los medios de vida y las inversión locales.
¿Qué significa esto para la discusión de la “adaptación”, la gestión del riesgo y las relaciones de éstos con el riesgo crónico o cotidiano?
Si hoy en día los acontecimientos pequeños y recurrentes erosionan constantemente las opciones para el desarrollo de poblaciones pobres en el nivel local, la situación en el futuro sería mucho más onerosa y los pobres en los lugares afectados realmente no tendrán que seriamente pensar en los acontecimientos más grandes porque simplemente, el pequeño y el mediano, los recurrentes, eliminarían cualquier opción de ajuste o de adaptación in situ, y la migración quizás sería la única opción verdadera.
Hoy en día, los acontecimientos pequeños son a veces una oportunidad para la gente porque el gobierno o las ONG les dan materiales, alimento, cubierta, como parte de su respuesta humanitaria. Pero con ocurrencias más frecuentes, incluso en zonas no afectadas previamente, esto no va a suceder y se puede ofrecer la hipótesis que se convertirán en comunidades olvidadas debido al nivel y a la cantidad de ayuda requerida, que excederá los límites de los gobiernos locales y nacionales, abrumados por el coste de los impactos en general y la respuesta a acontecimientos más grandes.
Un estudio reciente de Tufts University (Walker et al, 2008) estima que debido al cambio del clima, la demanda para la ayuda humanitaria podría crecer entre 56 y 1600 por ciento dependiendo de qué parámetros usted introduce en el modelo de la predicción. Puesto que el coste de la ayuda humanitaria es hoy en día en los miles de millones de dólares cada año, el nuevo coste sería inmanejable si los “extremos” también aumentan notablemente. Los acontecimientos pequeños y medianos asumirán incluso mayor importancia en el futuro que hoy en día y la gestión del ajuste frente al cambio de clima tendrá que tomarlos mucho en cuenta, en las zonas pobres particularmente.
Por supuesto, si hubiera cambios significativos en la distribución de la renta, en la reducción de la vulnerabilidad, en la capacidad de absorber los impactos de los acontecimientos cortos regulares, la situación cambiaría. Es decir, el problema continúa siendo uno de desarrollo y no del clima y una disminución general de la vulnerabilidad es la única manera verdadera de conseguir ponerse encima del problema.
Cuando un número mayor de acontecimientos pequeños y medianos ocurren y, también, sobre períodos más largos, hay un mayor número de acontecimientos grandes, el equilibrio entre consideraciones de desarrollo, gestión de riesgo, reducción de la pobreza y las ecuaciones de la vulnerabilidad cambiarían.
La incidencia y el impacto de los acontecimientos pequeños sería tal que casi se convertirían en parte de las condiciones normales del riesgo cotidiano, pesando la norma y el promedio de existencia humana tanto que dejarían de ser considerados “anormales” para pasar a constituirse en parte de la regularidad de vida en las comunidades.
Ésta es apenas una hipótesis entre muchos sobre qué podría suceder y es tan incierto en sus resultados como son los modelos de cambio del clima propuestos por diversos científicos del clima. Pero, los cambios allí estarán, el peso en los promedios cambiará y las demandas sobre la gestión serán diferentes.
4. Las Convergencias y las Divergencias entre la Gestión del Riesgo de Desastre y la “Adaptación” al Cambio Climático.
En esta penúltima sección de nuestro documento procuraremos, basado en las discusiones y contextos previamente elaborados, identificar y contornear las relaciones y diferencias que se pueden ver entre la gestión del riesgo de desastre y la llamada “adaptación”.
En primer lugar identificaremos campos de interés comunes según lo revelado en la literatura de las dos áreas especializadas; en segundo lugar, identificaremos acercamientos al problema del riesgo y del cambio que están en común a ambas áreas; y en tercer lugar los aspectos metodológicos, estratégicos e instrumentales de la gestión del riesgo que son de importancia percibida para la ACC serán destacados.
4.1. Los tipos de impacto y motivos de preocupación vistos de los ángulos de la GRD y la ACC
Hemos sugerido como hipótesis básico que los conceptos y la experiencia de GDR se puedan aprovechar con referencia a la “adaptación” al cambio del clima. Al mismo tiempo, el desarrollo de nuestras discusiones en secciones anteriores indica claramente que la naturaleza de esta relación depende en cómo vemos los diversos aspectos del problema, incluyendo los cambios requeridos cuando estamos alternativamente frente a promedios o extremos que cambian; frente a aumentos en los niveles del mar o de la pérdida de hielo polar y glacial, o combinaciones distintas de estos cuatro contextos distintos, junto a los problemas sociales y económicos particulares que ayudan incitar.
Cuando nos acercamos al problema de la relación desde la perspectiva de los tipos de problema, impacto o contexto que se han enfrentado con la gestión de riesgo de desastre estos son en muchos casos esencialmente iguales o similares a los identificados para la adaptación al cambio climático. Las diferencias principales ocurren con los cambios requeridos en función de un cambio en promedios y normas del clima, como hemos precisado en secciones anteriores, particularmente cuando esto se asocia con afectaciones en los niveles de productividad y sostenibilidad en la agricultura, pesca y ganadería debido a los promedios crecientes en la temperatura o en la ausencia y presencia de lluvias, heladas, vientos etc.. Sin embargo, debido a que los cambios de promedio estarán asociados con cambios en la variabilidad y los extremos, la relación entre manejar una y otra circunstancia claramente exigirá enfoques integrales para enfrentar el desafío que representan ambos contextos. Además, los cambios en promedios introducen un nuevo tipo de estrés el cual, aunque no sea el mismo que el asociado con los extremos, nos permite sugerir que el manejo el cambio relacionado con ese estrés es también una forma de gestión del riesgo.
Un estudio reciente del WRI identifica los siguientes impactos o contextos que deben enfrentar las estrategias de adaptación (cuando éstos coinciden con contextos o entornos tradicionalmente cubiertos por la GRD ponemos las siglas “GRD” entre paréntesis):
La mayoría de los temas sugeridos en el estudio de WRI se relaciona con los extremos y se cruzan obviamente con aspectos tradicionalmente tratados con la GRD. Además al tratar la necesidad de reubicación de población y opciones de vida asociado con aumentos en los niveles del mar, la pérdida de opciones de vida debido a escasez de agua, etc. la GRD ya tiene mucha experiencia con la relocalización de población, infraestructura y producción después de desastre.
4.2. Los tipos de contexto y de riesgo que se tratarán en ambos casos
Dentro de las prácticas de la GRD y la ACC los contextos siguientes se pueden identificar en común:
· la necesidad de una reducción general y específica en la vulnerabilidad como resultado del desarrollo económico y social, y que implica aumentos en resistencia, resiliencia, capacidades y oportunidades en general con influencias directas o indirectas en la reducción de riesgo y en la capacidad de ajustarse autónomamente al cambio climático, implementando medidas de autoprotección. Esto corresponde a lo que se llama adaptación “serendipidous” en el estudio de WRI, adaptación autónoma por el IPCC, y qué en GRD se llama reducción en los factores de riesgo cotidianos, crónicos, o, simplemente, “desarrollo”.
· la necesidad de reducir riesgos existentes para la población, producción, infraestructura, medios de vida etc. que en la gestión de riesgo de desastre se conoce cada vez más como gestión correctiva y en el tema de la adaptación, “protección del clima” o adaptación planificada. En el caso de la gestión del riesgo nos estamos ocupando de ajustes o correcciones en la práctica existente cuando estamos frente a acontecimientos previsibles dentro de períodos calculados de retorno de eventos extremos en condiciones estables y normales de clima, mientras que en el tema de la adaptación la “corrección” ocurre debido a cambios en el ambiente físico asociados con cambios ya sentidos confirmados en el clima y que ponen en peligro la producción, los medios de vida, la ubicación, todos establecidos bajo otras condiciones de clima pero que ahora están bajo estrés debido al cambio del clima. Ambos tipos de intervención son correctivos pero en el primer caso la “corrección” es emprendido debido a errores históricos en el desarrollo, y en el otro porque el clima ha cambiado así poniendo en peligro prácticas existentes. Los dos tipos de intervención son claramente complementarios y pueden incluso funcionar en los mismos contextos territoriales. Así, un hospital inadecuadamente localizado o construido requiere intervención debido al error del pasado pero a la vez si el clima cambia esto tendrá que ser tomado en cuenta en los nuevos arreglos que se buscan para garantizar la seguridad de la instalación y su funcionamiento.
Dentro del concepto de la gestión correctiva es también posible incluir los ajustes requeridos en localización y producción, infraestructura etc. que derivan de cambios en los niveles del mar y por pérdida de hielo glacial. Éstos constituyen nuevos problemas para la humanidad, y no son en realidad problemas del clima. La reubicación de pobladores y producción en particular es tema con el cual la GDR ha lidiado en numerosos ocasiones cuando eventos físicos han hecho imposible seguir ocupando las mismas zonas o áreas.
· La anticipación del riesgo futuro que se asocia a la ocurrencia futura de extremos ambientales predecibles en el caso de la GRD, y a cambios anticipados pero inciertos en los promedios y extremos, en el caso de ACC. Ambos tipos de práctica se pueden incluir y han sido incluidos bajo la noción de la gestión prospectiva o proactiva, intentan anticipar el riesgo futuro, y buscan introducir medidas adecuadas y mecanismos de control de nuevos riesgos en nuevas inversiones y desarrollos sociales y económicos. La diferencia principal reside en que la gestión anticipada de GRD se ha ocupado tradicionalmente de extremos predecibles bajo la formula de periodos de retorno de eventos “extremos” y la formula del riesgo aceptable, mientras al enfrentar los cambios en los promedios y extremos en el futuro no hay medida posible para anticipar sus recurrencias y magnitudes sin niveles mayores de incertidumbre.
· Respuesta humanitaria al riesgo residual y con la ocurrencia de desastres. Éste ha sido uno de los apoyos principales de la gestión de desastres y continuará siendo de gran importancia en el futuro pues el cambio del clima agrega nuevos elementos de estrés a los contextos existentes. Con respecto a la ACC es desconcertante ver la respuesta a los desastres futuros delimitado como un mecanismo de adaptación, de la misma forma que lo son ajustes a los promedios y a los extremos, al aumento del nivel del mar etc. Podemos manifestar simplemente que tal respuesta será necesario en el futuro, ello comprenderá respuestas a muchos tipos de estímulo que vayan más allá de clima y de sus efectos y esencialmente será parte de los mecanismos e institucionalidades ya establecidas para tales fines con las mejoras necesarias debido al aumento en la magnitud del problema. A diferencia de mecanismo de adaptación la respuesta es una medida más bien de no adaptación o de respuesta a la no adaptación!
4.3. Contribuciones de GRD para la Adaptación al Cambio Climático
La contribución de la teoría y de la práctica de la GRD a la ACC se puede considerar en términos de:
· aspectos metodológicos, procesales o del contexto de la gestión o,
· la gestión y la resolución de tipos particulares de contexto y problema.
4.3.1 Contribuciones y enfoques metodológicos
GRD abarca un cuerpo de conocimiento específico que incorpora muchos años de desarrollo y diseño conceptuales y metodológicos y de métodos específicos. Muchos de éstos, con las modificaciones y ajustes necesarios, se pueden aplicar en otros contextos, incluyendo el ajuste al cambio de clima.
Métodos y metodologías particulares
En el nivel de métodos particulares, uno puede destacar la importancia de la experiencia de GDR en la: construcción de escenarios de riesgo (que toman en cuenta amenazas, exposición y vulnerabilidad) y con análisis de vulnerabilidades y capacidades locales y nacionales; el monitoreo social y ambiental participativa y científica y el diseño de sistemas de alerta temprana en el marco de los planes locales de gestión del riesgo y de desarrollo; la elaboración de diagnósticos participativos locales, tomando en cuenta factores económicos, sociales y naturales locales en la búsqueda de un acuerdo común sobre la naturaleza de los problemas y de su solución final; y con el uso de la noción de riesgo aceptable y los periodos de retorno de eventos extremos
La ventaja de muchos de estos métodos es que se han desarrollado en el marco de la vida cotidiana de lugares y comunidades y por lo tanto son informados de manera integral por el contexto en que se desarrolla la actividad.
Los parámetros de la intervención
Probablemente de igual importancia relativa que los métodos particulares para el análisis del riesgo, son los parámetros o los criterios que se han discutido y se han elaborado para dirigir la gestión de riesgo, y la gestión local en particular, y que son totalmente relevantes para el planeamiento y la decisión sobre la adaptación:
4.3.2 En la resolución de problemas actuales (gestión correctiva) y previstos (la gestión prospectiva)
a. Gestión del Riesgo Correctivo:
Si constatamos que existen contextos ya donde es real el cambio climático y que exigen un ajuste en la práctica y el comportamiento de la sociedad local, está claro que los mecanismos y las oportunidades ahora utilizados y discutidos en GRD, bajo el paraguas de la “gestión correctiva”, sean totalmente compatibles con muchos de las necesidades de la “adaptación”. Sabemos desde el principio que el cambio de clima puede significar un cambio en promedios y normas y también en los tipos de variación y de expresión de los eventos extremos. Habrá casos donde el estrés climático es nuevo para las comunidades y otros donde experiencia histórica existen frente a extremos si no los promedios cambiados.
Los mecanismos, los instrumentos y las acciones disponibles y probadas en el caso de la gestión del riesgo correctiva de desastre y de importancia directa a la práctica para la adaptación, basado todo en una comprensión de cómo el riesgo se construye y se expresa en la sociedad, incluyen los siguientes:
Tales mecanismos correctivos explícitos de la gestión son básicamente conservadores en que atacan los síntomas del riesgo, pero no las causas. Pueden, sin embargo, ser acompañados por mecanismos que procuran influir sobre las causas de raíz del riesgo, aumentando las oportunidades de vida y de medios de vida de la población y fomentando mejoras en sus niveles de bienestar social, así aumentando las oportunidades para la autoprotección y la protección social. Esto va junto con la idea de que la única manera verdadera de promover la adaptación para millones de personas es reduciendo la pobreza y la vulnerabilidad en general de tal manera que las opciones están abiertas para la toma de decisiones más racionales en el futuro, incluyendo decisiones sobre la localización y la producción. Por otra parte, ésta es la única manera de garantizar que el cambio puede ser compatible con la permanencia del cambio en el clima y en el ambiente en diversas áreas.
Los mecanismos descritos arriba corresponden en buena medida a lo que se llama “protección contra el clima-climate proofing”, por los especialistas de la adaptación. Y, si tomamos la idea de un continuo de adaptación desarrollada en el estudio de WRI, tales medidas son ejemplos de la gestión del riesgo del clima, donde la “información sobre clima se incorpora en decisiones para reducir los impactos negativos en recursos y medios de vida, tomando en cuenta el hecho que muchas veces los efectos del cambio de clima no pueden fácilmente ser distinguidos de las amenazas que ocurran dentro del rango normal de la variabilidad del clima“.
b. Gestión Prospectiva o Proactiva.
En el contexto de la gestión prospectiva del desastre, se introducen mecanismos que permiten el planeamiento de inversiones futuras y proyectos que toman en cuenta los extremos, sus periodos de retorno y la noción de riesgo aceptable para garantizar su seguridad futura.
En el caso de la adaptación al cambio futuro en el clima, la noción de la gestión prospectiva o anticipada puede también ser aplicada dado que el desarrollo de las nuevas iniciativas sociales y económicas hoy en día exige una consideración de los ambientes que cambian en el futuro. Donde nos estamos ocupando de los medios de vida, la infraestructura, la producción y el comercio ya existentes y que serán afectados por el cambio de clima en el futuro es posible ver la intervención tanto como “correctiva” como “prospectiva”. Todo depende cuando se introducen las modificaciones para adecuarse al cambio previsto. Si se hace anticipadamente sería prospectiva y si se hace en el momento del cambio seria correctiva
Es con la noción de la gestión de riesgo “prospectiva” que vemos los dos temas, fluyendo irremediablemente juntos. Así, si aceptamos que el clima cambiará continuamente en el corto y mediano plazos (hasta que se estabilizan las emisiones de gas de invernadero y se eliminan del atmosfera), entonces no habrá clima “estable”, con promedios estables y períodos fiables de retorno para los acontecimientos extremos. Todo estará en un flujo constante y no habrá estabilidad con promedios y extremos. Así las opciones de aplicar un análisis de periodos de retorno siguiendo patrones estables, históricos y entonces, análisis con base en la noción de riego aceptable no existirá más al menos de que las ciencias del clima nos pueden ofrecer escenarios de cambio con bajos niveles de incertidumbre en sus resultados. Esto no es realmente posible con la situación hoy en día de las ciencias del clima.
Es decir, la gestión prospectiva del riesgo de desastre en el marco del planeamiento del desarrollo, en general, donde están fiables y regulares las normas y promedios del clima y los extremos ocurren con aceptables niveles de incertidumbre o de certidumbre no existirá más y las decisiones tendrán que ser tomadas con grados más amplios de flexibilidad y bajo mayores condiciones de incertidumbre. El manejo de la incertidumbre se convertirá en una consideración mucho más importante que hoy en día o en el pasado.
Con este contexto no hay realmente razón para distinguir entre la práctica de la GRD, de la ACC y la práctica del desarrollo, pues todo debe combinarse claramente en un solo esquema integrado de gestión. Pues los promedios y los extremos estarán en movimiento constante y hasta cierto punto imprevisible, y el planeamiento del desarrollo, si es en la sociedad civil o en el gobierno, tendrá que tomar cuenta de ambos en procurar tomar decisiones sobre las necesidades de la “adaptación” futura. No habrá razón de establecer una separación entre, por una parte, la práctica del planeamiento del desarrollo y de la adaptación haciendo frente a las opciones según promedios, y, por otra, la GRD ocupándose de aquellos extremos que podrían empeligrar el desarrollo basado en los promedios. Todos necesitarán ser considerados en un solo marco de planeamiento integrado, donde los promedios y los extremos que cambian ambos se asocian a nuevo riesgo y eso se debe gestionar de una manera holística e integrada. Con esto la discusión sobre las relaciones entre GRD y la adaptación debe desaparecer porque debe haber una sola práctica que podía llamarse “gestión del ajuste frente al cambio climático”, “gestión del riesgo climático” o algo similar. Con esto está claro que tal práctica se debe esencialmente situarse institucionalmente en los ministerios del planeamiento, de finanzas y del desarrollo y no en comisiones ambientales, meteorológicas y de emergencia.
Esto será una situación favorable comparado con el contexto hoy en día donde a pesar de discusiones y argumentos constantes a favor de una visión más holístico de la GRD basado en el desarrollo y su gestión de forma integral, aun enfrentamos una situación donde en mayor medida la GRD y la gestión del desarrollo están en dos lados de la ecuación y se aboga aun para su “integración”, como que si fueran cosas diferentes , a diferencia de ver la GRD como un componente integral y definitorio de la gestión del desarrollo.
Con el cambio de clima y ninguna manera de estabilizarla durante los próximos 100 años, según los expertos, no habrá otra opción que no sea tratar el problema de los cambios en promedios y extremos juntos bajo el mismo mecanismo de planificación, todo incorporada a la planificación del desarrollo. La idea de una GRD para el clima, un esquema de adaptación impulsado desde otra institucionalidad y, por otra parte, una planificación del desarrollo al cual hay que integrar las otras dos gestiones sería contra producente e infructífera.
Sin embargo, esta situación de obligada integración por supuesto no conducirá a la desaparición de GRD como práctica específica porque su objeto de estudio e intervención no es solamente el clima y sus extremos sino también los peligros y las vulnerabilidades asociados a la geología y geomorfología, oceanografía, tecnología y los peligros inducidos por los humanos en general. Todo el planeamiento futuro del desarrollo por supuesto tendrá que tomar tales factores y contextos en consideración.
Aquí debemos darnos cuenta que el ambiente y la sociedad humana es un contorno único e integrado y es imposible separarlo en partes independientes de manera inductiva y esperar conseguir los mejores resultados. Las áreas afectadas por cambio del clima en muchas ocasiones también serán afectadas por otros tipos de peligro-terremotos, tsunamis, derrumbes, accidentes tecnológicos.etc.
Dado este contexto, no habrá otra opción válida que sea la promoción de esquemas de gestión del desarrollo que incorporan aspectos de multi-amenaza y otros aspectos limitantes y promocionales del desarrollo en las distintas escalas territoriales y sectoriales. Todo se vuelve al mismo punto- el planeamiento para el clima y el ambiente en general se debe emprender desde perspectivas holísticas, integrales del desarrollo y no de forma desagregado, resultado del estatus quo, el ego, la ceguera y las luchas y feudos institucionales, como ha sucedido hasta hoy en día en distintos grados con los temas de GDR y ACC.
Con las estrategias o los tipos particulares de instrumento disponibles para la gestión prospectiva del riesgo asociado con el clima, no hay diferencias significativas entre aquellos discutidas y practicadas por la comunidad de GRD (véase ISDR 2009 y Lavell, 2009, por ejemplo) y aquellos discutidos en la comunidad de la adaptación (véase WRI, 2007; IPCC, 2007, por ejemplo). Éstos pueden ser resumidos de la siguiente manera (podemos apreciar que éstos correspondan básicamente a las estrategias correctivas y sus instrumentos y solamente el aspecto temporal varia- ahora se anticipan en vez de corregir):
Examinando estas opciones teniendo en cuenta las discusiones realizadas en cuanto a la vulnerabilidad y su reducción por los especialistas de GDR vemos que pueden ser comprendidos fácilmente en las cinco categorías propuesto por Terry Cannon y sus colegas (Cannon, 2007), es decir:
c. Gestión del riesgo residual
Independiente del éxito absoluto o relativo con la gestión correctiva o prospectiva, siempre habrá una necesidad de responder a las emergencias y a las situaciones de crisis asociadas a extremos del clima y otros extremos. El nivel de la respuesta será inversamente proporcional al éxito alcanzado con el planeamiento integral de la reducción del riesgo. Como un punto de referencia podemos reiterar las conclusiones del estudio de la Universidad de Tufts que demuestre que según diversos panoramas el aumento en el coste de la respuesta humanitaria bajo condiciones del cambio del clima podría variar entre el 56% y el 1600% sobre los niveles actuales.
No importa qué es el escenario verdadero, la respuesta todavía será necesaria y ésta no distinguirá entre la adaptación al cambio del clima y los principios de gestión normal de desastres y sus necesidades. Las mismas instituciones estarán implicadas que han estado implicados históricamente, bajo diversos arreglos de organización, quizás. ¡Y estas respuestas son respuestas simplemente humanitarias y no, como la literatura de la adaptación quisiera hacer ver-otra estrategia de adaptación! ¡Si algo es, no es una estrategia de adaptación, sino una estrategia frente a la no adaptación!
5. Una Reflexión Consolidada Final sobre el Concepto de la adaptación y el Ajuste.
A través de este documento hay una crítica evidente de la noción de la adaptación y de su uso en las circunstancias particulares del cambio del clima y de las respuestas humanas. Las razones por las que el término fue elegido originalmente se han tratado de una forma algo tentativo anteriormente.
Mientras no tenemos ningún problema en cuanto al uso de la adaptación como conepto al ocuparse de los sistemas naturales frente a estímulos y cambios reales en el ambiente, su uso en lo que concierne a los sistemas humanos es abiertamente cuestionado aquí, dado el uso tan diverso que se lo dan, para tratar muy distintas cosas, estrategias e instrumentos de ajuste. En lo que concierne a sistemas humanos se aboga para el uso de algo más adecuado y menos histórico y científicamente cargado como concepto y realidad.
Por otra parte, cuando el definir la “adaptación” se requiere el uso de otro concepto también histórica y conceptualmente comprometido, tal como es el “ajuste”, que tiene su propia historia y se reconoce y se utiliza extensamente en estudios de la geografía y del ambiente de maneras muy exactas, cometemos un error serio y generamos una confusión epistemológica y metodológica importante. Si adaptación es “ajuste” como las definiciones oficiales implican (y no pensamos que éste es el caso-adaptación y ajuste son cosas distintas) entonces ¿porqué no simplemente usar el último término y evitar la confusión conceptual, científica e histórica, que implica su uso?
Una opción que permitiría que distinguiéramos entre los procesos referentes a sistemas naturales y aquellos referentes a sistemas humanos sería utilizar el término “ajuste” en el último caso, como fue postulado por el Gilbert White y sus colegas en los años 60 y 70s en sus trabajos sobre las respuestas humanas a las amenazas físicas, todo derivado de las ideas de la Escuela de Ecología Humana de la Universidad de Chicago desde la década de los 10 en adelante inspirado en las ideas de Harlen Barrows. Ajustar (positivamente) es adecuarse a las nuevas condiciones para ganar ventajas de las oportunidades y los recursos que se presentan con el cambio, y enfrentar las contradicciones, amenazas y vulnerabilidades que aparecen o se aumentan con el cambio. El término parece ser más adaptado, más flexible y menos contradictorio para representar la gama amplia y distinta de acciones y cambios que se abarcan hoy en día bajo la noción de la “adaptación” al cambio del clima y que hemos discutido previamente.
Para consolidar nuestra idea para la unificación conceptual y terminológica, podemos, así, sugerir el uso de la noción adaptación para los sistemas naturales en su proceso de cambio de conformación frente a las nuevas, pero no anticipadas, circunstancias ambientales; el término “ajuste” para describir los cambios introducidos en la práctica humana cuando está frente a cambios reales o anticipados. La diferencia entre el cambio frente a lo actual o real y lo anticipado se podía captar en las nociones de gestión correctiva y gestión prospectiva o proactiva que ya se usan de forma mas y mas generalizado en el tema de la gestión del riesgo
6. Resumen y conclusiones.
El objetivo principal del actual documento es considerar la “adaptación” al cambio climático y la gestión de riesgo de desastre, sus relaciones, similitudes y divergencias. El documento es escrito por alguien que sale de la escuela de pensamiento sobre la gestión de riesgo considerado como una estrategia de desarrollo. Esto colorea nuestro análisis y asegura de que las discusiones tienden ir de la GRD hacía la ACC, y no viceversa.
Aparte de la hipótesis básica de que la GRD, los conceptos y los métodos, la práctica y las estrategias que ha desarrollado tienen mucho que ofrecer el campo de la ACC, establecemos que solamente críticamente “desempaquetando” la gestión del riesgo y aún más la ACC , examinando de cerca sus diversos objetivos y componentes, podemos esperar alcanzar una conclusión válida en cuanto a semejanzas, diferencias, relaciones y divergencias. Por otra parte, cualquier tentativa en solucionar el “rompecabezas” de las relaciones requiere una mirada crítica a los conceptos y las definiciones según lo utilizado en ambos campos. En este sentido examinamos brevemente las nociones de la mitigación, la amenaza, el riesgo, la vulnerabilidad y la adaptación, indicando las diferencias que existen en su uso entre las dos áreas pero esencialmente las diferencias que existen dentro de los practicantes de la misma GRD. La importancia del creciente participación de las ciencias sociales y del desarrollo en el tema de la GRD se usa como explicación de las diferencias y cambios que percibimos. Es de suponerse que tal proceso podría pasar entre los adeptos al cambio climático una vez que la presencia de las ciencias sociales se fortalezca.
La GRD se analiza desde la perspectiva de los temas y de enfoques que incorpora, desde la gestión correctiva hasta la gestión prospectiva; de la prevención hasta la reconstrucción. El énfasis se pone la manera en que la GRD trabaja dentro de las normas y promedios del clima, utilizando nociones de periodos de retorno y riesgo aceptable asociado con los extremos para tomar decisiones que garantizan que los daños y pérdidas se mantienen los más bajos posibles dados las circunstancias sociales, económicos, políticos, tecnológicos y culturales existentes. Es decir, son los “extremos ambientales” y sus efectos perjudiciales que han sido el tema central de la GRD, pero una consideración de éstos no puede conducir a efectos positivos a menos que se vean en el contexto de los promedios ambientales la vida cotidiana y el riesgo crónico asociado. La GRD se debe ver esencialmente como una estrategia del desarrollo, una parte integral del planeamiento sostenible del desarrollo. Igual se aplica a la ACC.
La noción de eventos “extremos” se comenta y se cuestiona, indicando que tal nomenclatura y noción deriva de las ciencias físicas y se relaciona con los niveles de energía descargada, mientras que para la comunidad del desarrollo y de las ciencias sociales más interés se debe poner en los eventos “de alto impacto o que causan dañan” donde de hecho niveles inferiores de energía pueden asociarse con niveles más altos de pérdidas debido a la influencia dominante de la exposición y de la vulnerabilidad. La conclusión explícita a que se llega es que el riesgo está construido socialmente y la importancia de los eventos físicos es directamente proporcional a la existencia de niveles más altos de exposición y de vulnerabilidad. Por otra parte, se ha discutido y se ha probado cada vez más que la pérdida y daños acumulados asociados con pequeños y medianos eventos recurrentes pueden exceder los asociados con eventos de escala grande pero de periodos de retorno muy largos. Debemos aceptar que en referirnos a eventos “extremos” de hecho debemos ampliar la noción para considerar todos esos eventos que estén fuera de la gama normal o media pero con los se asocien algunos niveles significativos de pérdida y daños.
Después de una definición inicial del cambio climático y de sus factores principales, los temas de la “mitigación” y la “adaptación” se tratan, estableciendo desde el principio que ambos están correlacionados en términos de causa-efecto y que la base de cualquier consideración de estas “estrategias” debe estar guiado por un enfoque de desarrollo. Es decir, el cambio climático es esencialmente un problema de desarrollo y no un problema físico, y las estrategias de mitigación y de adaptación deben construirse sobre consideraciones del desarrollo.
El concepto de la “adaptación” es criticado a lo largo de nuestro escrito cuando se usa en el contexto de sistemas humanos y mostramos una preferencia para el término o noción de “ajuste”. La crítica se basa en la naturaleza excesivamente amplia de los temas y problemas, circunstancias y contextos cubiertos por el término, además de su uso de una manera que desobedece su uso histórico y científico hasta la fecha.
Un apoyo para esta discusión, además del logro de información requerida para analizar las relaciones entre GRD y ACC, se deriva de un “desempaque” crítico del concepto y de los tipos de actividad y de contexto a los cuales supuestamente responde. Aquí hemos analizado el uso de la noción de adaptación en contextos tan diversos tales como los sistemas humanos y naturales; con referencia a los promedios del clima y a los extremos; referente a ajustes enfrentado con el cambio real y el cambio anticipado en clima; con referencia a la pérdida de hielo polar y glaciar y a niveles del mar, y otros contextos diversos; además de contemplar ajustes en situ, migración y respuesta humanitaria como aspectos de la adaptación. Esta variedad de contextos niega la opción de precisión y valor conceptuales. La significación de cada uno de estos contextos para la discusión sobre relaciones entre GRD y ACC se examina de cerca. Y, la debida consideración se da a la importancia creciente de los eventos de escala pequeña a mediana con el cambio del clima y cómo ellos podrían cambiar el equilibrio de las consideraciones relacionadas con los eventos “extremos” y los niveles de pérdida y daño sociales asociados, hasta el mismo concepto de “lo normal”.
Se concluye o se sugiere que el problema del cambio climático (y la “adaptación” o el “ajuste” como tal) debe verse esencialmente en términos de promedios y normas del clima y los contextos asociados y no los extremos, los cuales han sido y aun son tema de la GRD. Las acciones correctivas cuando están hechas frente al cambio real del clima definido en términos de promedios que cambian serán acompañadas por el trabajo de l GRD cuando los extremos han cambiado también. Pero cuando se ocupa del cambio anticipado del clima y de las reacciones sociales anticipados que sobrevienen, la GRD y el ACC deben combinarse debajo un solo paraguas dirigido por los principios del desarrollo y del planeamiento del desarrollo, dado que hay incertidumbre tanto en lo que concierne a promedios como extremos que cambian. Bajo condiciones de clima estables, históricos éste no es el caso y se ha podido aplicar nociones de periodos de retorno y de riesgo aceptable con cierta seguridad. Este planeamiento con respecto al cambio anticipado tendrá un enfoque correctivo y prospectivo. Donde el cambio en prácticas se relaciona con inversiones y prácticas ya establecidas que resultarán dañados por cambio climático futuro esto es correctivo. Y cuando las nuevas inversiones y desarrollos que se planean se miran desde el ángulo del cambio climático ésta será gestión prospectiva.
Así, se concluye que la ACC y GRD tienen ambas un componente que se relacione con lo que se ha llamado la gestión correctiva, donde contextos sociales y económicos ya existentes son amenazadas por el cambio en el clima; y, ambos tienen un componente anticipado o proactivo donde se hace una tentativa de anticipar el riesgo y de ajustar nuevas inversiones y acciones a éstos; y ambas incorporan la necesidad de la respuesta humanitaria cuando el riesgo no se ha resuelto con anticipación. Por lo tanto, esencialmente ambos temas comprenden los mismos componentes y pueden en muchas áreas combinarse y trabajar en conjunto. Por otra parte, un análisis de los tipos de estrategia y de instrumentos disponibles para ambos revela semejanzas cercanas, con la gestión correctiva y anticipada.
Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales y LA RED
Cuzco, Perú, 16 al 18 de marzo, 2010
(El contenido de este documento está basado esencialmente en consideraciones vertidas en Lavell, 2010 y Lavell 2010ª)
Nuestro punto de partida para esta discusión es la hipótesis de que la gestión del riesgo de desastre‐GRD con sus contribuciones a la práctica de la reducción y la prevención del riesgo, ofrece la fuente de inspiración más segura y las pautas conceptuales y prácticas más apropiados para la llamada “adaptación” al cambio climático‐ACC. Esto implica una aceptación inicial de que los dos enfoques o temas, prácticas o estrategias tengan una serie importante de aspectos en común. Al mismo tiempo, también aceptamos que no todo lo que se considera dentro de la práctica más avanzada de la GRD es relevante para ACC, ni que todo lo que comprende ACC, según lo representado en la discusión en curso sobre el tema, podría ser apoyado directamente desde la GRD.
Nuestro objetivo central aquí es, entonces, indicar en principio donde y como los dos temas convergen o divergen. En documento aparte elaborada para este mismo seminario versaremos, en base a la presente discusión, sobre los elementos o criterios clave para una gestión articulada y sinérgica entre la GRD y la ACC. Comencemos intentando dotar de una definición de lo que se trata con por una parte la Gestión del Riesgo y por la otra la llamada Adaptación al Cambio Climático y sus áreas de acción, definiciones que permitirán una posterior identificación de sus divergencias y convergencias en lo que se refiere a problemática, enfoque, método y elementos estratégicos e instrumentales.
2. Gestión del Riesgo de Desastre: Una Definición Básica (vea Lavell, 2005 y 2009, para mayores detalles y especificaciones en cuanto al debate y definición en torno a la GDR en América Latina).
El concepto, el proceso y la práctica de la gestión del riesgo de desastre según lo discutido y aceptado cada vez más hoy en día, es relativamente nuevo. Comprende una posición o una discusión a propósito del riesgo y de los desastres que deriva de reflexiones y discusiones que han ocurrido particularmente durante los últimos 20 años en América Latina, y especialmente durante los 12 años, después del huracán Mitch y sus efectos devastadores en América Central, en 1998. De posiciones anteriores donde los desastres como tales (caracterizado por pérdidas y daños económicos y sociales significativos) y su “gestión” o “administración” dominaban las preocupaciones y debates, ha habido una evolución en paradigmas de tal manera que una preocupación más amplia ahora existe en lo que concierne al riesgo de desastre, la probabilidad de pérdidas y daños futuros asociados con la ocurrencia de eventos
físicos dañinos, la exposición de elementos sociales a sus impactos y a la presencia de la llamada vulnerabilidad humana‐que es decir, la predisposición de los seres humanos, sus medios de vida e infraestructuras de sufrir pérdidas o daños debido a características de “debilidad” producto de diversos procesos sociales, económicos, culturales y políticos. Con este cambio en la posición o paradigma, las opciones para la intervención social en el riesgo se han reconocido de forma creciente, y las discusiones y las opciones son grandemente ampliadas en torno a la prevención y la mitigación de los factores “primarios” del riesgo, tanto en lo que concierne al riesgo existente y su mitigación como la previsión del riesgo a futuro.
Esta nueva postulación o posición ni niega ni elimina la necesidad de mejorar el estado de preparación y respuesta a los desastres, pero, ahora, el problema de desastre como tal se ubica en un contexto de mayor amplitud y significación girando en el marco de la existencia de un “continuo de riesgo” donde el riesgo está en constante cambio y transformación, con expresiones y momentos distintos, de los cuales el desastre es solamente uno‐ el momento de actualización del riesgo preexistente, su transformación de lo latente a lo material y actual. Por otra parte, el cambio de paradigma ha sido acompañada por un reconocimiento fundamental de que el riesgo, y por lo tanto el desastre, es producto en gran parte de procesos de construcción social, determinados por y derivando en buena parte de los modos existentes e históricos del desarrollo social y económico. Esto significa que la comprensión del riesgo y la gestión del riesgo de desastre como tal no se pueden alcanzar sin el establecimiento de una relación, integral y holística con los procesos y el planeamiento sectorial, territorial, social y ambiental del desarrollo. Un aspecto esencial de esta visión de la gestión del riesgo es la importancia que debe ser asignado a la reducción y control de los llamados “impulsores o conductores del riesgo” (risk drivers en inglés)‐la degradación ambiental, los medios de vida vulnerables, el mal uso y ordenamiento del territorio, la falta de adecuada gobernabilidad y gobernanza urbana y local etc. (ver ISDR, 2009). Al introducir tales consideraciones en la definición y práctica de la gestión del riesgo se amplia enormemente aquella visión del llamado “manejo de desastres” que concentraba en la respuesta y la alerta temprana, junto a algunas medidas de prevención o mitigación estructurales.
Esencialmente, al ocuparse de las causas y de las condiciones de estrés asociadas con las anomalías o los “extremos” o eventos “no rutinarios” que tipifican la variabilidad climática normal (los huracanes, los tornados, sequía, etc.) y los procesos hidro‐meteorológicos asociados (derrumbamientos, remoción en masa, inundaciones etc.), la gestión de riesgo del desastre, considerada como proceso social, incluye (éste es igualmente aplicable a las amenazas no climáticos):
· La necesidad de entender el riesgo, sus factores (exposición, amenaza, vulnerabilidad) y los procesos causales,
· Conciencia en lo que concierne a las condiciones existentes y posibles futuros del riesgo y su relación con el atraso en el desarrollo,
· La identificación, elaboración, promoción y puesta en práctica de políticas, estrategias, instrumentos y acciones que permiten que la sociedad haga frente a, o anticipe tales extremos o anomalías y el riesgo que significan, reduciendo o controlando los factores de amenaza, exposición y vulnerabilidad causales.
El logro de estos metas ocurre en el marco y contexto de la “normalidad” y la “rutina” de la vida social y del clima, la geología etc., y la GRD busca que las pérdidas y daños asociados con los “extremos” o non rutinario del medio se restrinjan a un mínimo sobre determinados
períodos del tiempo (corto, medio y largo), bajo las condiciones, oportunidades y restricciones sociales, económicas, culturales y políticas existentes.
La “confrontación” de la sociedad con el riesgo de desastre puede ser visto desde dos dimensiones o direcciones fundamentales y relacionadas.
En primer lugar, con referencia al riesgo existente o con referencia a la previsión del riesgo futuro. En el caso del riesgo existente, condiciones de riesgo ya plasmados en el territorio como producto de procesos históricos de acumulación o construcción nos referimos a la gestión correctiva, compensatoria o mitigadora de riesgo(véase a Lavell, 1998, 2005, 2009). En el caso de la previsión y la prevención de nuevos posibles, futuras condiciones de riesgo, esto es el tema de la llamada gestión prospectiva o proactiva del riesgo (volveremos a estas categorías más adelante en más detalle).
En segundo lugar, con referencia a las fases o los “momentos” del riesgo, donde el riesgo se considera un continuo, en movimiento y flujo constante, en permanente transformación y cambio (véase, Lavell, 2005, para un desarrollo del concepto del continuo del riesgo). Así, el riesgo como condición latente existe antes del impacto de cualquier evento físico dañino y su actualización como un desastre, y este riesgo se puede reducir o atenuar anteriormente. Nuevas condiciones de riesgo se crean una vez que el evento físico ocurra, transformando el riesgo existente en desastre frente al cual los mecanismos de respuesta humanitaria y rehabilitación buscan gestionar esos nuevos riesgos para las personas y la sociedad en general. Y, en el momento de la reconstrucción, consideraciones sobre el riesgo emergen nuevamente y se deben tratar para garantizar que el riesgo no se reconstruye en la sociedad con la aplicación de prácticas de reconstrucción y recuperación inadecuadas. En cada uno de estas fases o “momentos” del riesgo, la gestión del riesgo correctiva o prospectiva puede aplicarse.
La Gestión del Riesgo, entre otros métodos o instrumentos que ayuden en la toma de decisiones formales sobre tipos y niveles de intervención, ha contado primero, con los cálculos científicos y el conocimiento generado por el estudio y rescate de la historia local que nos permiten hablar de los “períodos de retorno” de los eventos dañinos de determinados y distintos niveles y magnitudes; y, segundo, con las nociones de “riesgo aceptable” o “inaceptable” que, de acuerdo con las circunstancias económicas, sociales y culturales existentes permite para el sector formal delimitar momentos y necesidades en cuanto a la intervención “obligada”. Para los sectores excluidos o marginales es obvio que esta técnica tenga poca utilidad debido al margen reducido de decisión que exista y la necesidad de “racionalizar” múltiples tipos de riesgo para poder tomar decisiones sobre la seguridad posible.
El cambio climático, según el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático‐IPCC‐, refiere a un cambio substantivo en los patrones y parámetros del clima como resultado de variaciones en factores naturales y la influencia humana, específicamente a través de la emisión de los gases de invernadero tales como bióxido de carbono y metano; el efecto de la isla de calor urbano, cambios en los patrones rurales de uso del suelo y la desforestación. Para la Convención de las NNUU sobre el Cambio Climático, este cambio se refiere solamente a los cambios inducidos por la intervención humana, sin tomar en cuenta los factores naturales.
De acuerdo con la Convención, IPCC y el ISDR la adaptación a estos cambios se refiere, al “ajuste en sistemas naturales o humanos en respuesta a estímulos climáticos reales o previstos
o a sus efectos, y que modera el daño o permite explotar opciones beneficiosas”. De acuerdo con estas fuentes la “adaptación” puede tomar la forma de: Adaptación Anticipada, donde se ajusta a cambios previstos en el clima en el futuro, conocido también por el término adaptación proactiva; Adaptación Autónoma que no representa una respuesta consciente a estímulos climáticos, sino es disparado por cambios ecológicos en sistemas naturales o por cambios en mercados o el bienestar de sistemas humanos y es también conocido como adaptación espontánea; y Adaptación Planificada que es el resultado de decisiones de política deliberadas, basados en la consciencia de que las condiciones ambientales han cambiado o están por cambiar y que la acción es necesaria para volver a, mantener o lograr un estado deseado.
Según la literatura disponible sobre el tema y las discusiones en curso sobre la “adaptación”, esta se aplica o está en respuesta a toda una serie de circunstancias, contextos o desafíos muy diversos y dispares. Estos incluyen:
· Sistemas naturales y humanos;
· Cambios en condiciones normales, las normas y promedios del clima y en extremos o eventos no rutinarios.
· Cambios ya experimentados y cambios a preverse en el futuro
· Aumentos en el nivel del mar
· Pérdida de hielo polar y glacial con sus diversos impactos en cuanto a disponibilidad de agua, ambientes y opciones.
Al considerarse este rango de circunstancias particulares, la adaptación significará ajustes en: sistemas productivos, de localización, constructivos, ambientales, educativos, normativas y legales; en ecosistemas; en las respuestas a los aumentos en la incidencia de los vectores de la enfermedad; en las respuestas a la disponibilidad del agua y de las fuentes de energía; los procesos internas e internacionales “forzadas” de movimiento y migración poblacional; y, en la respuesta humanitaria en momentos de desastre y la posterior reconstrucción, entre otros.
Es decir, la “adaptación” se dice incluir una gama tan amplia de condicionantes y circunstancias que en fin se está utilizando básicamente como substituto para la noción de “desarrollo humano y económico” o el “cambio social” en general.
La literatura existente, no formal e informal, gris y oficial, sobre la GRD y las relaciones con la ACC, es ahora relativamente grande y aumenta en cada momento.Gran parte de esta literatura pone de relieve la forma en que los dos sectores se han desarrollado con cierta autonomía, bajo diferentes marcos conceptuales y semánticas y con criterios diferentes, con diferentes grupos de expertos y disposiciones institucionales y de financiación.
La GRD (o sus variantes anteriores en el Manejo o Administración de Desastres) claramente ha existido como una escuela de pensamiento y práctica durante mucho más tiempo que la llamada “ciencia de la adaptación”; ha sufrido varias transiciones en el pensamiento y los paradigmas que sigue, a favor de una posición más proactiva y preventiva; y ha desarrollado una gran cantidad de instrumentos de análisis y estrategias de intervención aun no disponibles y probados en la ciencia de la adaptación.
A pesar de esto la adaptación tiene ascendencia y dominio en los discursos políticos y de la sociedad en general, situación explicable por la naturaleza potencialmente catastrófica que perfila la situación si uno confía en algunas de las proyecciones más dramáticas sobre el cambio climático. Algunos han descrito la situación reinante como uno en que la adaptación tiene mucha mayor visibilidad política y aparente relevancia social, pero mucho menor desarrollo de métodos e instrumentos, experiencia y experimento que es el caso con la GRD.
Esto incluye métodos para el análisis de riesgo y la vulnerabilidad y para la toma de decisiones en torno a ellos; el desarrollo de buenas prácticas y su difusión en lo local y lo nacional; y el desarrollo de estrategias estructurales y no estructurales de intervención y los instrumentos basados en ellas. Esta situación, combinada con la yuxtaposición clara y la coincidencia de diversas áreas críticas de investigación y de intervención, son la base para la búsqueda de una integración y sinergia entre estas dos áreas de análisis y acción, búsqueda avalada con las declaraciones emanadas de la Conferencia de las Partes celebrada en Bali, Indonesia en 2007 e impulsados por los acuerdos de Nairobi.
Tomando en consideración la síntesis desarrollada de las preocupaciones centrales y los preceptos de la DRM y la CCA, y teniendo en cuenta el rápido crecimiento de la literatura que se ocupa de las relaciones de estos dos ámbitos del pensamiento y la práctica, las similitudes y diferencias más comúnmente identificados o discutidos en la literatura se pueden resumir de la siguiente manera.
· La GRD cubre una gama mucho más amplia de tipos de amenaza que la ACC, dado que incluye las geológicas, oceanográficas (mas allá del aumento del nivel del mar) y geomorfológicos, así como los riesgos tecnológicos. Estos pueden existir en escenarios mono o multi‐amenaza. En este último caso la gestión debe darse potencialmente en torno a contextos donde amenazas hidro‐meteorológicos existen a la par de las geológicas, geomórficas o tecnológicos.
· La ACC se ocupa no sólo de la variabilidad climática y sus extremos o eventos no rutinarios, sino también de los cambios en las normas y los promedios del clima y sus potenciales impactos en la población y la producción,los cuales ya se convierten en elemento de nuevo estrés o de riesgo a diferencia del contexto histórico donde los promedios eran la base de los recursos del clima que daba sustento a la sociedad de forma regular y predecible.
· El gradual aumento del nivel del mar y la pérdida del agua de los glaciares debido al aumento de las temperaturas globales y locales no son problemas que el GRD ha tradicionalmente tratados como tales, aunque la experiencia con los desastres llamadas de aparición lenta y con la relocalización de la población post impacto, y las estrategias para enfrentar escasez de agua sugieren que experiencias pertinentes existen dentro de la comunidad de GRD para poder ofrecer apoyos en estas “nuevas” circunstancias.
· La ACC, se dice en varios escritos, se ocupa de cambios a más largo plazo y permanentes, mientras que GRD se ha interpretado como algo que opera en marcos de tiempo más corto y más directamente relacionados con los desastres y la recuperación de ellos (esto es un argumento falso que tendremos oportunidad de examinar en nuestra segunda ponencia).
· Las intervenciones frente al cambio climático se desarrollan en un medio de mucho mayor incertidumbre en lo que respecta a las amenazas y los patrones de vulnerabilidad, aunque
la adaptación en curso, igual la reducción correctiva de riesgos, operan siempre en el marco de condiciones ambientales y sociales ya existentes.
· Los orígenes y el desarrollo de los dos temas se encuentren en diferentes comunidades científicas, profesionales e institucionalesy debido a esto los dos temas son tratados por diferentes organizaciones e instituciones a nivel nacional e inclusive internacional. Un aspecto significativo de esto es que mientras la GRD tiende a evolucionar hacía una institucionalidad mas cerca a las ciencias del desarrollo, la ACC sigue predominantemente visto como prerrogativa de lo ambiental y climático
o Ambos se refieren a patrones de la variabilidad climática que se expresan en la existencia y el aumento potencial en el número, la intensidad, la escala o la recurrencia de eventos climáticos o hidro‐meteorológicos que cubren un amplio espectro desde lo extremo a la pequeña escala no habitual, que afectan poblaciones, sus medios de subsistencia, sus condiciones sociales de vida e infraestructura, aumentando las pérdidas y daños y reduciendo la sostenibilidad del desarrollo.
o Ambos se refieren a pérdidas y daños debido a las condiciones y factores existentes de riesgo y a la anticipación de riesgos futuros.
o Al considerar los contextos en los cuales la ACC debe operar estos son, en muchos casos, esencialmente iguales o similares a los identificados para la Gestión del Riesgo de Desastre. Un estudio reciente del Instituto Mundial de Recursos‐WR, identifica los siguientes impactos o contextos que deben enfrentar las estrategias de adaptación (cuando éstos coinciden con contextos o entornos tradicionalmente cubiertos por la GRD ponemos las siglas “GRD” entre paréntesis):
- Pérdida de biodiversidad (GRD cuando se trata de procesos de desforestación)
- Inundaciones, incluyendo las costeras y por ruptura de lagos glaciales (GRD.)
- Pérdidas en productividad agrícola, avícola, de pesca y en ganadería (GRD, con condiciones de sequía y humedad extrema, incluyendo condiciones de El Niño)
- Daños a la vivienda y otras infraestructuras (GRD)
- Sequía, aridez y escasez de agua en general (GRD).
- Degradación de la tierra (GRD con la erosión y sedimentación de los ríos y lagos)
- Deslizamientos (GRD)
- Aumentos en los vectores de enfermedad (GRD con El Niño y otros casos de exceso de precipitación y de agua estancada)
La mayoría de los temas sugeridos en el estudio de WRI se relacionan con los extremos y se cruzan obviamente con aspectos tradicionalmente tratados con la GRD. Además al tratar la necesidad de reubicación de población y opciones de vida asociado con aumentos en los niveles del mar, la pérdida de opciones de vida debido a escasez de agua, etc. la GRD ya tiene mucha experiencia con la relocalización de población, infraestructura y producción después de desastre, como hemos comentado anteriormente.
Dentro de los enfoques o tiempos de la GRD y la ACC los contextos siguientes se pueden identificar en común:
o La necesidad de reducir riesgos existentes para la población, producción, infraestructura, medios de vida etc. que en la gestión de riesgo de desastre se conoce cada vez más como gestión correctiva y en el tema de la adaptación, “protección del clima” o “adaptación planificada”. En el caso de la gestión del riesgo nos estamos ocupando de ajustes o correcciones en la práctica existente cuando estamos frente a acontecimientos previsibles dentro de períodos calculados de retorno de eventos extremos en condiciones estables y normales de clima, mientras que en el tema de la adaptación la “corrección” ocurre debido a cambios en el ambiente físico asociados con transformaciones ya sentidos y confirmados del el clima y que ponen en peligro la producción, los medios de vida, la ubicación establecidos bajo otras condiciones de clima pero que ahora están bajo estrés debido al cambio. Ambos tipos de intervención son correctivos pero en el primer caso la “corrección” es emprendido debido a errores históricos en el desarrollo, y en el otro porque el clima ha cambiado, así poniendo en peligro prácticas existentes. Los dos tipos de intervención son claramente complementarios y pueden incluso funcionar en los mismos contextos territoriales. Así, un hospital inadecuadamente localizado o construido requiere intervención debido al error del pasado pero a la vez si el clima cambia esto tendrá que ser tomado en cuenta en los nuevos arreglos que se buscan para garantizar la seguridad de la instalación y su funcionamiento.
o La anticipación del riesgo futuro que se asocia a la ocurrencia de extremos ambientales hasta cierto punto predecibles (hasta el momento) en el caso de la GRD, y a cambios anticipados pero inciertos en los promedios y extremos, en el caso de ACC. Ambos tipos de práctica se pueden incluir y han sido incluidos bajo la noción de la gestión prospectiva o proactiva e intentan anticipar el riesgo futuro, buscando introducir medidas adecuadas y mecanismos de control de nuevos riesgos en nuevas inversiones y desarrollos sociales y económicos. La diferencia principal reside en que la gestión anticipada de GRD se ha ocupado tradicionalmente de extremos predecibles bajo la formula de periodos de retorno y la formulación de criterios sobre el “riesgo aceptable”, mientras al enfrentar los cambios en los promedios y extremos en el futuro existirán muchos mayores niveles de incertidumbre.
GRD abarca un cuerpo de conocimiento específico que incorpora muchos años de desarrollo y diseño conceptuales y metodológicos y de métodos específicos. Muchos de éstos, con las modificaciones y ajustes necesarios, se pueden aplicar y de hecho se perfilan en la discusión del ajuste al cambio de clima.
En el nivel de métodos particulares, uno puede destacar la importancia de la experiencia de GDR en la: construcción de escenarios de riesgo (que toman en cuenta amenazas, exposición y vulnerabilidad) y con análisis de vulnerabilidades y capacidades locales y nacionales; el monitoreo social y ambiental participativa y científica y el diseño de sistemas de alerta temprana en el marco de los planes locales de gestión del riesgo y de desarrollo; la elaboración
de diagnósticos participativos locales, tomando en cuenta factores económicos, sociales y naturales locales en la búsqueda de un acuerdo común sobre la naturaleza de los problemas y de su solución final; y con el uso de la noción de riesgo aceptable y los periodos de retorno de eventos extremos
La ventaja de muchos de estos métodos es que se han desarrollado en el marco de la vida cotidiana de lugares y comunidades y por lo tanto son informados de manera integral por el contexto en que se desarrolla la actividad.
Probablemente de igual importancia relativa que los métodos particulares para el análisis del riesgo, son los parámetros o los criterios que se han discutido y se han elaborado para dirigir la gestión de riesgo, y la gestión local en particular, y que son totalmente relevantes para el planeamiento y la decisión sobre la adaptación:
o El nexo indisoluble que debe existir entre las intervenciones a favor de la reducción y control del riesgo y las metas y métodos del planeamiento sostenible del desarrollo en el nivel sectorial y territorial. Esto debe tomar muy en cuenta la relación entre el riesgo de desastre y el riesgo cotidiano o crónico.
o El papel y la función imprescindible que se asigna a la participación verdadera de la población y de sus organizaciones, los sujetos del riesgo, en la identificación de los problemas y de las soluciones, y de los procesos de apropiación.
o La importancia de establecer relaciones de colaboración y sinérgicas entre los agentes locales, regionales y nacionales dados los nexos sinérgicos y causales que existen entre éstos en la creación y opción de intervención en el riesgo.
Al considerar los postulados obre formas y estrategias de intervención se percibe un acercamiento importante entre las propuestas y practicadas en la GDR moderna y las que se perfilan como opciones para la ACC, a saber:
o La aceptación de la necesidad de una reducción general y específica en la vulnerabilidad humana como resultado de la promoción del desarrollo económico y social sostenible, y que implicará aumentos en la resistencia, resiliencia, capacidades y oportunidades en general de la población y sus medios, con influencias directas o indirectas en la reducción de riesgo y en la capacidad de ajustarse autónomamente al cambio climático, implementando medidas de autoprotección. Esto corresponde a lo que se llama adaptación “serendipidous” en el estudio de WRI, adaptación autónoma por el IPCC, y qué en GRD se llama reducción en los factores de riesgo cotidiano, crónico, o, simplemente, “desarrollo”.
o Gestión del Riesgo Correctivo: Si constatamos que existen contextos ya donde es real el cambio climático y que exigen un ajuste en la práctica y el comportamiento de la sociedad local, está claro que los mecanismos y las oportunidades ahora utilizados y discutidos en GRD, bajo el paraguas de la “gestión correctiva”, sean totalmente compatibles con muchos de las necesidades de la “adaptación”.
Los mecanismos, los instrumentos y las acciones disponibles y probadas en el caso de la gestión del riesgo correctiva de desastre y de importancia directa a la práctica para la adaptación, basado todo en una comprensión de cómo el riesgo se construye y se expresa en la sociedad, incluyen los siguientes:
8·Prácticas de recuperación ambiental (reforestación, siembra de manglares nuevos, estabilización de pendientes, etc.) para retardar el proceso de construcción de amenazas socio‐naturales y proporcionar una mayor protección natural a la población, su producción e infraestructura.
· Relocalización de la población, producción e infraestructura en zonas de amenaza más bajas.
· El fortalecimiento de estructuras físicas, incluyendo hospitales, escuelas, líneas vitales, etc.
· Ajuste de la producción agrícola y medios de vida a las condiciones ambientales que prevalecen y las nuevas demandas que significan.
· Mecanismos para proteger y a consolidar los medios de vida, incluyendo esquemas de microcrédito y de seguros.
· Sistemas de alerta temprana.
· Esquemas ingenieriles de protección, incluyendo diques, terrazas, esquemas de estabilización de pendientes.
· Aumentos en la conciencia y educación en lo que concierne la reducción del riesgo, diagnósticos participativos locales y el desarrollo de planes de emergencia y de contingencia.
· Desarrollo institucional y de formas organizativas que consolidan la gobernabilidad del riesgo y promueven acercamientos integrados para la reducción del riesgo en el marco del desarrollo.
Tales mecanismos correctivos explícitos de la gestión son básicamente conservadores en que atacan los síntomas del riesgo, pero no las causas. Pueden, sin embargo, ser acompañados por mecanismos que procuran influir sobre las causas de raíz del riesgo, aumentando las oportunidades de vida y de medios de vida de la población y fomentando mejoras en sus niveles de bienestar social, así aumentando las oportunidades para la autoprotección y la protección social. Esto va junto con la idea de que la única manera verdadera de promover la adaptación para millones de personas es reduciendo la pobreza y la vulnerabilidad en general de tal manera que las opciones están abiertas para la toma de decisiones más racionales en el futuro, incluyendo decisiones sobre la localización y la producción. Por otra parte, ésta es la única manera de garantizar que el cambio puede ser compatible con la permanencia del cambio en el clima y en el ambiente en diversas áreas.
Los mecanismos descritos arriba corresponden en buena medida a lo que se llama protección contra el clima‐ “climate proofing”, por los especialistas de la adaptación. Y, si tomamos la idea de un continuo de adaptación desarrollada en el estudio de WRI, tales medidas son ejemplos de la gestión del riesgo del clima, donde la “información sobre clima se incorpora en decisiones para reducir los impactos negativos en recursos y medios de vida, tomando en cuenta el hecho que muchas veces los efectos del cambio de clima no pueden fácilmente ser distinguidos de las amenazas que ocurran dentro del rango normal de la variabilidad del clima“.
En el contexto de la gestión prospectiva del riesgo de desastre, se introducen mecanismos que permiten el planeamiento de inversiones futuras y proyectos que toman en cuenta los extremos, sus periodos de retorno y la noción de riesgo aceptable para garantizar su seguridad futura.
En el caso de la adaptación al cambio futuro en el clima, la noción de la gestión prospectiva o anticipada puede también ser aplicada dado que el desarrollo de las nuevas iniciativas sociales y económicas hoy en día exige una consideración de los ambientes que cambian en el futuro. Donde nos estamos ocupando de los medios de vida, la infraestructura, la producción y el comercio ya existentes y que serán afectados por el cambio de clima en el futuro es posible ver la intervención tanto como “correctiva” como “prospectiva”. Todo depende cuando se introducen las modificaciones para adecuarse al cambio previsto. Si se hace anticipadamente sería prospectiva y si se hace en el momento del cambio seria correctiva
Con las estrategias o los tipos particulares de instrumento disponibles para la gestión prospectiva del riesgo asociado con el clima, no hay diferencias significativas entre aquellos discutidas y practicadas por la comunidad de GRD (véase ISDR 2009 y Lavell, 2009, por ejemplo) y aquellos discutidos en la comunidad de la adaptación (véase WRI, 2007; IPCC, 2007, por ejemplo). Éstos pueden ser resumidos de la siguiente manera (podemos apreciar que éstos correspondan básicamente a las estrategias correctivas y sus instrumentos y solamente el aspecto temporal varía‐ ahora se anticipan en vez de corregir):
· Gerencia ambiental, de los recursos naturales y de los servicios ambientales.
· Organización territorial y planificación del uso del suelo.
· Infraestructura de protección.
· Uso de nuevas y tradicionales tecnologías y ciencia.
· Fortalecimiento de los medios de vida
· Micro crédito y mecanismos financieros y de seguros etc.
· Planeamiento sectorial integral
· Monitoreo ambiental y social permanente y sistemas de alerta temprana
· Educación, capacitación, conciencia y participación
· Mecanismos y procesos que aumentan la gobernabilidad del riesgo.
Examinando estas opciones teniendo en cuenta las discusiones realizadas en cuanto a la vulnerabilidad y su reducción por los especialistas de GDR vemos que pueden ser comprendidos fácilmente en las cinco categorías propuesto por Terry Cannon y sus colegas (Cannon, 2007), es decir:
· Mejoras en las condiciones sociales de vida.
· Aumento de la resiliencia de los medios de vida.
· Auto‐protección.
· Protección social.
· Factores de gobernabilidad.
Finalmente, es de comentarse que esta suma de estrategias o líneas de acción en común para GRD y ACC corresponden a la consideración de los “impulsores de riesgo” considerados en el Informe Global de Evaluación de la EIRD para 2009: la inadecuada planificación urbana, del uso del suelo y territorial, la falta de gestión del medio ambiente y la pérdida de los servicios ambientales, la vulnerabilidad de los medios de subsistencia rurales y la deficiente gobernabilidad y gobernanza a nivel urbano, en particular. Como comenta el aludido Informe, la resolución de estos contextos y deficiencias ayudará no solamente hacer avanzar la GDR sino el logro de las metas del Milenio y la adaptación al cambio climático. Y que es necesario traer los temas de desarrollo, ACC y GDR más juntos y concertados.
PRÓLOGO
Fue en agosto de 1992, hace ya doce años, que se formó La Red de Estudios Sociales en Prevención de Desastres en América Latina, mejor conocida como LA RED. En la edad cronológica de los seres humanos, los doce años significan el fin de la infancia. Para LA RED, esta edad puede significar su momento de madurez, o quizá más bien, de una transformación difusa, manifiesta en la experiencia lograda y la tarea cumplida como parte de ese proceso. Han sido estos unos años muy significativos para la región, en cuanto al desarrollo y la difusión de los estudios y aportes conceptuales en el tema de los riesgos y desastres, caracterizados por profundos cambios en las visiones y paradigmas predominantes. Y en esos cambios LA RED ha tenido sin lugar a dudas, un rol muy importante, a tal grado que no es aventurado sugerir que junto con la OFDA-AID, la OPS y la OEA, constituye una de las organizaciones que más ha contribuido a promover visiones y prácticas alternativas del problema, acogida por muchos a lo largo del continente.
Siguiendo con las analogías cronológicas, en el presente año, 2004, se cumplen 21 años (la edad adulta) desde que se creó la primera ONG dedicada a la prevención de desastres en América Latina. Esa organización, denominada “Centro de Prevención de Desastres” -PREDES- fundada en Lima, Perú, constituye el antecedente organizacional más importante para lo que posteriormente sería LA RED, y uno de sus fundadores, Andrew Maskrey, sería un impulsor principal de esta segunda iniciativa. En el año 1984, 20 años atrás, se organizó en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, la primera reunión regional sobre el tema de los desastres enfocado desde el ángulo del desarrollo regional y urbano y ambiental, e imbuido de un profundo sentido social del problema. Esa reunión, organizada por la Comisión de Desarrollo Urbano y Regional de la Comisión Latinoamericana de Ciencias Sociales, CLACSO, al calor de los impactos de El Niño de 1982-1983, daría lugar en 1985 a la publicación del primer libro colectivo y multinacional en América Latina en el tema elaborado desde una perspectiva social, y cuyo título fue “Desastres y sociedad en América Latina”, editado por Graciela Caputo, Hilda Herzer y Jorge Enrique Hardoy. Varios de los asistentes a esa reunión y a otra posterior organizada en 1989, jugarían un papel importante en la creación y consolidación de LA RED entre 1992 y el presente.
La historia de LA RED, sus antecedentes, formación, desarrollo y consolidación, así como un análisis de su aporte a la evolución del tema de los riesgos y desastres, tanto dentro como fuera de Latinoamérica, en términos del desarrollo de los conceptos y prácticas que hoy en día tienden a convertirse en “main-stream”, nunca han sido documentados o relatados plenamente. Sin embargo, muchos han preguntado y preguntan al respecto, (incluyéndonos a nosotros mismos, a veces), el cómo y el por qué de su existencia; sobre su modo particular de hacer ciencia, construir conocimiento e impulsar la práctica. Modos que, para algunos, por diferir de sus criterios técnicos y conceptuales, consideraron en su momento que no coincidían con la temática de la que debe ocuparse una
organización de esta naturaleza. Por tal razón, así como LA RED tuvo siempre muchísimos adeptos, también tuvo y aún tiene, sus críticos y detractores.
El presente escrito, puesto en escena a los doce años de la creación de LA RED, y a los 21 años de sus antecedentes organizacionales más lejanos, representa un intento de contar esa historia desde dentro, de la forma más objetiva, precisa y completa posible. Presenta, además, una historia de las ideas, nociones, conceptos y prácticas que consideramos fueron inspiradas, consolidadas o promovidas por el trabajo de LA RED, y de las organizaciones que surgieron antes de su creación, entre 1980 y 1992, de las que participaron algunos de sus miembros fundadores y otros investigadores, quienes se unieron a este grupo con el paso del tiempo. El análisis de las ideas y nociones en el tema del riesgo, parte del conocimiento aportado por la investigación en otras latitudes, a partir de numerosos y destacados estudiosos del problema, quienes provienen de ciencias tales como la sociología, economía, geografía social y antropología, particularmente.
Para hacer un análisis de la evolución del pensamiento, es imprescindible fundamentarse en una lectura y conocimiento de los textos y escritos que han surgido a lo largo del tiempo, derivando conclusiones y relaciones que resultan de esa lectura. Esto constituye el método académico y ese método se utiliza en el presente escrito. Por otra parte, la lectura de textos sin relacionarlos con sus autores, sus motivaciones, sus ambientes de vida, sus relaciones profesionales, sus esquemas y sus objetivos e intereses académicos y prácticas, deja un análisis académicamente puro, pero desprovisto de vida y movimiento. Es por eso que, en la medida en que estamos en la posición de hacerlo, por conocimiento de causa, se ofrece un análisis que intenta a veces ubicar los trabajos que comentamos en el contexto vivencial de los mismos autores.
La historia de las ideas no es simplemente una cronología del pensamiento, mecánicamente construida. Se trata de una sinergia de las ideas mismas cruzada por el entendimiento de las circunstancias individuales, colectivas o institucionales en las cuales surgieron. Es un análisis de motivaciones, de circunstancias fortuitas, de oportunidad, de encuentro, de error y visión, de mentores y “atormentadores”, entre otras cosas. Esta es la tónica que pretendemos establecer en este documento: una mezcla de lo académico con lo vivencial. Este método se aplica predominantemente en la consideración que damos a los antecedentes de la formación de LA RED, vistos tanto desde la perspectiva de los profesionales en el tema, quienes tomarán parte activa en la creación de esta experiencia organizada (o tal vez hasta cierto punto ¡desorganizada y anárquica!), como desde la perspectiva de los proyectos y publicaciones que ellos inspiraron en el período 1983 al 1992, en particular. Estaremos limitados en nuestra meta, en la medida en que no conozcamos a cabalidad o con suficiente profundidad las circunstancias, las personas, sus proyectos, etc. Algunos de estos pasajes se conocen de primera mano o por información recolectada en el curso de conversaciones y discusiones en aulas, seminarios, bares o bailes, playas o montañas. Otros no los conocemos tan bien. Con esto, a veces podemos suponer las cosas, pero en otras ocasiones, debido a que pecamos de ignorancia, dejamos un silencio en el escrito. De una que otra manera, estamos convencidos de que solamente se puede conocer la marcha de las ideas y de los proyectos, conociendo a la gente que los promovió. Esto lo intentaremos aquí con grados relativos de éxito, como lo comprobará el lector.
Aunque este escrito lleva el nombre de un solo autor, quien tomó la responsabilidad de documentar y relatar la experiencia, en realidad es un aporte colectivo de todos los miembros fundadores o activos de LA RED.
Para todos nosotros, quienes hemos tenido la oportunidad de participar de esta experiencia conjunta, sin lugar a dudas esa experiencia ha sido de las más fructíferas, imaginativas y amplias que hemos tenido
la suerte de vivir. La experiencia se fundamentó en un profundo sentido de compromiso, de amistad entre sus miembros, de respeto, teñido de controversias con posiciones divergentes y muy firmes, sobre enfoques y formas de actuar, pero siempre con una noción clara de hacia dónde quisimos ir y para quiénes era nuestra labor. Si en estos momentos LA RED ha perdido algo de su imagen organizada y de fuerte presencia visible y protagonista en la investigación comparativa en la región, no por eso ha dejado de existir. Lo que ha pasado es una transición entre una presencia orgánica fuerte, con un grupo limitado de impulsores, hacia una idea más generalizada, donde en la región existen cientos, si no miles, de estudiosos y practicantes quienes aparentemente no forman parte organizada de LA RED, pero quienes son de todas modos miembros implícitos y activos de ésta. Para nosotros siempre la idea era la de la difusión y acogida de un método y práctica, noción y concepto, distinto a los que prevalecieron a principios de los 90. Y eso, creemos, se ha logrado. Tal logro, ya de por sí da vida a LA RED y su futuro está hoy en manos de otras generaciones, estudiosos y practicantes.
El presente documento constituye un comienzo en el intento de reconstruir una historia, una idea, noción o concepto y en fin, una práctica. Se ha puesto en la página web de LA RED antes de cualquier intento de publicarlo de manera formal, porque es un comienzo y no un fin. Esperamos con esto recibir comentarios, nueva información, críticas, etc., que permite con el tiempo ir ampliando el análisis y llegando a un documento más acabado que el presente.
Allan Lavell, noviembre, 2004.
En un artículo de Kenneth Hewitt, publicado en un importante número de la revista “Mass Emergencies and Disasters” (noviembre, 1995), dedicado a una discusión del concepto de desastre, el autor sugirió que “los estudios e ideas más innovadoras (sobre desastres) son producto de trabajos realizados sobre los países más pobres y en contextos del llamado Tercer Mundo o países tradicionales (sic)”. En seguida, ilustra su afirmación citando once estudios sobre estos países, todos publicados en inglés y escritos por académicos norteamericanos o europeos. En el mismo número de la revista, Gary Kreps, destacado sociólogo de los desastres en los Estados Unidos, publica un artículo que incluye un análisis del impacto y de la respuesta gubernamental al terremoto que afectó a la ciudad de México en 1985. No cita a ningún autor mexicano en su texto, a pesar de que el desastre suscitó una serie importante de estudios y publicaciones “autóctonas”, concentradas particularmente en la respuesta de los grupos populares o no oficiales y, muchos otros, de forma crítica, dedicados a analizar la respuesta gubernamental ante ese evento. Hewitt, en su artículo, critica a Kreps por esta falta de mención a los autores mexicanos, y para ilustrar su crítica, cita tres de los estudios mexicanos más conocidos sobre el tema.
Sin embargo, cuando examinamos la literatura que el mismo Hewitt cita en su artículo para sustanciar el argumento sobre el carácter innovador del trabajo producido sobre los países pobres, no hace referencia a un solo estudio realizado por investigadores del “Tercer Mundo”. Parafraseando a Hewitt mismo, en alusión a lo que llama "las voces perdidas" en el debate sobre los desastres, tal vez es correcto afirmar que los investigadores y practicantes de los países del “Tercer Mundo” constituyen una parte de esas “voces”, confrontadas con el dominio de los intelectuales y corrientes de opinión del “norte”.
La falta de referencia a estudios realizados por investigadores de los países del “sur” no es, por supuesto, malintencionada ni despreciativa por sí. Por el contrario, refleja entre otras, dos situaciones objetivas, claramente distinguibles. Primera, la relativa (pero no absoluta) escasez de investigaciones llevadas a cabo por instituciones e investigadores en el “sur” a pesar de la importancia que los desastres asumen en estas regiones por cuanto, en cualquier año, se suscita allí cerca del noventa por ciento del total de desastres registrados en el mundo. Y, segunda, en el caso de América Latina, la barrera idiomática hace difícil para el experto del norte, tener conocimiento de, o acceso a, leer y entender a cabalidad y con facilidad, la literatura publicada en la región. Aquí es de notar también que una revisión de la literatura publicada en América Latina, revela que la barrera opera también al revés, con pocos autores latinoamericanos haciendo referencia o uso de la vasta producción en el tema, que se ha publicado en inglés, pero también en francés, alemán, e italiano, aún aquella escrita sobre su propia región. Esta barrera, que no existe de igual medida en el caso de la investigación realizada en Asia y África, donde el inglés, en particular, es de dominio difundido entre académicos y profesionales, ha constituido una fuerte limitación al intercambio y fertilización mutua de conocimientos entre América Latina y el resto del mundo a lo largo del tiempo y con referencia a múltiples temas de investigación. Sin embargo, en todo esto, y más allá de la ignorancia de fuentes y textos, habrá, también, sin duda, varios rezagos de la antigua actitud colonial de los países “desarrollados” hacia el que ellos mismos llaman “Tercer Mundo”, y que se pone de manifiesto en la idea de que –“lo que no se escribe en inglés (o en francés, alemán, etc.,según sea el contexto,) no existe”, tal como en alguna época no existía lo que no se escribiera en latín.
Para ilustrar la ausencia de textos del “sur Latino Americano” en la literatura del “norte”, solamente es necesario revisar la bibliografía incluida en el libro de Piers Blaikie et al., (1994), “At Risk: natural hazards, people´s vulnerability and disasters”(traducido al español por LA RED y publicado en 1996 bajo el título “Vulnerabilidad: el entorno económico, político y social de los desastres”), uno de los más comprehensivos y social y territorialmente sensibles, publicados hasta la fecha. En este documento, entre más de 750 obras citadas, solamente catorce eran de autores latino o “pseudo” latinoamericanos, y todas menos una de esas obras, fue publicada en inglés. Esta falta de referencia bibliográfica podría en gran medida explicarse en 1994 por una ausencia tanto absoluta como relativa, de publicaciones en América Latina sobre la problemática. Sin embargo, ya para el año 2003, al publicarse la segunda edición de este libro influyente (Wisner et al., 2003), la bibliografía citada superaba los 1400 títulos, de los cuales aún apenas 14 correspondían a autores latinoamericano y solamente tres estaban escritos en español. Casi toda la producción escrita en los 10 años entre 1994 y 2003 en la región, que suma cientos de textos, pasó sin referencia explícita en el libro, y esto, a pesar de que los autores de At Risk generosamente reconocen en su obra, la importante contribución de LA RED y sus hermanas organizaciones: Peri Peri en Africa del Sur y Duryag Nivaran en Asia, en cuanto al aporte que han hecho para el avance del conocimiento durante este período , a tal grado que donan las regalías de las ventas de esta segunda edición a estas tres organizaciones.
El libro de Wisner et al., sin lugar a dudas capta y refleja muchas ideas discutidas y corroboradas en América Latina, África y Asia, y la acción y discusión en esas regiones ha sido alimentado por el contenido de estos libros, pero con el vacío de fuentes regionales inconsultas que se ha mencionado. . Sabemos que esto pasa, aún en este caso, en que se trata de un libro cuyos autores son amigos y han sido “compañeros de viaje” en la labor de los estudiosos del “sur”, porque han participado de debates y reuniones, discutido ideas y nociones en conjunto, pero no necesariamente han leído ellos los estudios publicados desde décadas atrás en los países en desarrollo no anglófonos, principalmente por las dificultades con el idioma. Por otra parte, también sabemos que libros publicados en inglés rehuyen poner citas de obras producidas en países con idiomas distintos Desgraciadamente, esta es la parcialidad del acceso al conocimiento y las fuentes que sufrimos.
Si la situación es tan contundente y obvia en el libro “At Risk”, con la gran sensibilidad de sus autores hacia los estudiosos del “sur” y con las relaciones que guardan aquellos con el circuito académico y practicante de estas otras latitudes, aún peor es el caso en otros textos publicados a lo largo de los años, y que no citaremos para no emplazar directamente a sus autores.
En fin, más que la ausencia de investigación y publicaciones sobre el tema en el sur, hoy en día, es el problema del idioma, el problema de la comunicación y en algunos casos los rezagos del colonialismo intelectual, los que permite explicar la poca o nula mención directa que se hace del pensamiento generado en Latinoamérica, por parte de las corrientes dominantes del “norte”. Sin embargo, es claro que Sí existe un pensamiento social sobre la problemática en la región, que ha visto la luz durante los últimos veinte años, y muy en particular, en los últimos doce. Este pensamiento constituye quizás el aporte más significativo a ese tema, que ha sido ofrecido por investigadores de los países del “sur”, a tal grado que finalmente, se recibe alguna atención por parte de algunos investigadores reconocidos del “norte”. En él se incorpora, modifica, amplía, sustituye o reelaboran conceptos y teorizaciones relevantes, desarrolladas en otras latitudes, además de proveer múltiples aspectos novedosos que ya forman parte del “main stream” del pensamiento en el tema. A partir de él, se han generado ideas y perspectivas nuevas sobre la temática del riesgo y los desastres.
Estas nuevas ideas plantean las relaciones entre la construcción social del riesgo y el problema del desarrollo, su modelo predominante y su aplicación en el sur; las líneas teórico-prácticas del desarrollo sostenible y la problemática ambiental. Tales relaciones entre temas de estudio, se han concentrado en los aspectos relevantes al entendimiento de las formas en que el riesgo se construye y las estrategias más apropiadas para su gestión o reducción, a diferencia de aquél enfoque que promueve el énfasis en los aspectos de respuesta y organización para los desastres, el cual ha dominado parte importante de los estudios y escritos realizados en y desde el norte.
El objetivo general del presente escrito es presentar un resumen selectivo y analítico del desarrollo y evolución de la investigación social sobre los riesgos y desastres en América Latina durante los últimos 20 años en particular, demostrando sus nexos con determinadas corrientes de opinión en otras latitudes, sus propias especificidades, y su trasfondo institucional y profesional. Esto lo hacemos mediante la presentación de una historia sobre los antecedentes, la formación y el labor de La Red de Estudios Sociales en Prevención de Desastres en América Latina - LA RED - cuya creación en 1992 tuvo un muy importante impacto tanto en la magnitud como el contenido y enfoque de los estudios sociales en el tema del riesgo y los desastres en la región y en otras latitudes.
Los objetivos específicos de este escrito son los siguientes:
a) Detallar los antecedentes individuales, profesionales y temáticos de la formación de LA RED, y las circunstancias de su creación en 1992.
b) Proveer un resumen sucinto del desarrollo de la investigación y del pensamiento social sobre el problema del riesgo y los desastres en América Latina, destacando el rol de LA RED, identificando las principales líneas de análisis indagadas y las conclusiones generadas.
c) Relacionar y contrastar el desarrollo de los enfoques sociales en América Latina con las líneas más importantes de investigación que se han desarrollado en los países del " Norte" durante este siglo.
d) Introducir la bibliografía más importante sobre el tema, sintetizando sus principales aportes al desarrollo conceptual y sus implicaciones prácticas.
e) Examinar las bases humanas, disciplinarias e institucionales del desarrollo de la investigación y práctica sobre la problemática del riesgo y la gestión del riesgo en América Latina.
f) Proveer una introducción general, integrada y holística, sobre el desarrollo de la investigación social en la región.
En 1997, un miembro institucional fundador de LA RED, el Observatorio Sismológico del Sur Occidente de Colombia – OSSO - de la Universidad del Valle en Cali, fue acreedor del Premio Sasakawa de las Naciones Unidas de prevención de desastres; el premio mundial más prestigioso asignado por méritos en el trabajo desarrollado en el área de la “reducción de los desastres”. En el año 2004 un latinoamericano, miembro individual de LA RED, Omar Darío Cardona, fue laureado con el mismo galardón de escala global.
A primera vista, al reconocer la trayectoria del OSSO y los enfoques que dan cuenta de su trabajo desde hace varios años atrás, se podría concluir que el premio se entregó a una institución técnico- científica por sus labores en el análisis de la amenaza sísmica, su cartografía y pronóstico, o sea a una institución orientada hacia la visión de los riesgos y desastres que algunos han llamado “fisicalista”, y que consiste en un enfoque que atribuye a las amenazas físicas la causalidad casi única de los desastres,
sin aportar contenido ni hacer referencias a las causales de orden social (ver Hewitt, 1983). Por otra parte, al conceder el premio al Ingeniero, Dr. Omar Darío Cardona, se podría pensar que también sería en reconocimiento a sus aportes en la ingeniería sísmica y el análisis de las amenazas. Sin embargo, esta idea sobre la labor del OSSO y de Cardona no podría estar más lejos de la realidad.
El OSSO, aún cuando ha sido una institución fundamentada en lo técnico-científico, empleando principalmente profesionales de la sismología, geología e ingeniería, se ha caracterizado por la manera en que permanentemente se preocupa por la dimensión humana de la problemática que estudia y la proyección de su trabajo en el plano social, en búsqueda de respuestas adecuadas al problema del riesgo y de su reducción. El OSSO representa un ejemplo, entre los pocos que existen, del propósito dentro de una institución científica, de articular los conocimientos científicos sobre las amenazas con el conocimiento y necesidades de la sociedad potencialmente afectada por los eventos físicos destructivos. Como tal, el OSSO ha intentado seguir el camino de la integración del conocimiento y no el de la especialización y la parcialidad, que tanto ha retrasado la acción de la sociedad hacia la reducción del riesgo, además de establecer falsas divisiones y competencias entre las distintas disciplinas, que por el contrario, tienen cada una, el mérito de haber efectuado aportes relevantes a un campo del conocimiento de por si complejo, un área - problema que desafía, en búsqueda de su esclarecimiento, las nociones y conceptos parciales que cualquier disciplina particular pueda presentar. Esta misma apreciación es de absoluta relevancia en el análisis del aporte de Cardona quien ha sido de los más prolijos en difundir un acercamiento holistico e integral hacía el riesgo y la problemática de los desastres (ver adelante).
Se podría preguntar por qué hemos decidido comenzar nuestro escrito destacando una institución como el OSSO y a nivel individual una persona como Cardona. La respuesta tiene tres componentes. Primero, porque son casos conocidos para nosotros, con mayor detalle que otros que han recibido el máximo reconocimiento a nivel mundial por sus contribuciones. Segundo, porque representa un ejemplo poco típico, aún hoy en día, de instituciones y profesionales cuyo trabajo científico-técnico ha roto de forma contundente y permanente las barreras de la especialización disciplinaria en el tema de los riesgos y los desastres, socializando el conocimiento y humanizándolo. Y aquí debemos estar claros en que esta crítica implícita de muchos esfuerzos, no es exclusiva para las ciencias básicas o aplicadas, sino que también atañe a las ciencias sociales que en gran medida aún han sido incapaces de “” multidisciplinarizarse”, buscando esquemas de trabajo y de investigación más holísticos que aquellos dictados por las esferas del conocimiento que tienden a manejarse de manera aislada o independiente.
La tercera razón, y que es la que más importancia tiene en términos de introducir la parte sustantiva del contenido de este escrito, se relaciona con las premisas básicas que han informado o que se han desarrollado con el trabajo del OSSO y de Cardona, las cuales en gran parte captan el tipo de inquietud y líneas de indagación que han caracterizado crecientemente, el quehacer de la investigación social sobre la problemática del riesgo en América Latina, promovida por LA RED durante el periodo bajo análisis. Como tal, una breve exposición de estas premisas o parámetros servirá para ubicarnos en la discusión que ofrecemos adelante. A saber:
a) Las amenazas (a diferencia de los eventos o fenómenos físicos naturales) no existen como objetividades, analizables y medidas sin referencia a la sociedad. Su consideración solamente asume un valor en la medida en que son relativizadas y vistas en función de su relevancia para la sociedad o para sub-componentes de la misma. La amenaza solamente asume tal característica (o sea, de amenaza), cuando se establece una relación con un conjunto humano vulnerable. En otras circunstancias, reviste solamente la característica de un fenómeno físico que podría asumir la condición de ser una amenaza, si en algún momento adquiere esa relación de daño potencial sobre
un segmento de la sociedad. En consecuencia, las amenazas, consideradas en el marco del análisis del riesgo, no pueden estudiarse sin referencia a la sociedad. Son realidades construidas socialmente, a pesar de su claro y definitorio sustrato físico.
b) El nivel adecuado para el estudio de las amenazas, vulnerabilidades y riesgos, es el nivel local, particularmente si el interés es discernir medidas concretas para resolver los problemas enfrentados. Esto no significa que el nivel local tenga autonomía en términos de la concreción de los contextos de riesgo existentes o en términos de la intervención, dado que lo local forma parte de una dinámica determinada por niveles más globales -regionales.
c) El riesgo no puede considerarse solamente de forma objetiva cuando se consideran las opciones para su reducción. Es sujeto de múltiples interpretaciones, visto desde la perspectiva de actores sociales distintos. Estas subjetividades “científicas” tienen que ser tomadas en cuenta en la medida en que se quieren encontrar soluciones factibles y eficaces para los problemas reales o aparentes que se enfrentan.
d) La participación de las poblaciones afectadas o en riesgo es indispensable en la búsqueda e implementación de soluciones. Las soluciones ideadas por los expertos o tecnócratas pueden resultar infructuosas si no se involucra dinámicamente a los sujetos mismos del riesgo.
e) El riesgo es el concepto fundamental en el análisis del problema, y no, el desastre como tal. El riesgo es dinámico: es un proceso. El desastre es un producto, lo cual no descarta que encierra nuevos procesos de construcción de riesgo. La reducción de la incidencia de los desastres requiere un conocimiento profundo de las formas en que el riesgo se construye por parte de los actores e instituciones de la sociedad. Este conocimiento es social y solamente puede ser construido con el concurso integrado de las ciencias sociales, básicas y aplicadas.
Conforme transcurra este escrito, esperamos poner en perspectiva la evolución del pensamiento que desde la región, ha ayudado a sustanciar estos y otros parámetros que, aún cuando parezcan sencillos y obvios, han sido difíciles de introducir en un ambiente imbuido con visiones fisicalistas o meramente logísticas, fatalistas, parciales y unidimensionales del problema, con un énfasis tradicional en el problema, visto desde la perspectiva del desastre per se y no sus condiciones necesarias de existencia, cuales son el riesgo y sus procesos de construcción social. Para entender de qué hablamos, solamente hay que pensar en la dificultad que aún existe para lograr eliminar de nuestro léxico el mal concebido concepto de “desastres naturales”, y sus connotaciones fisicalistas o de causalidades externas a la sociedad.
La transición de una visión de los desastres vistos como problemas para la sociedad y el desarrollo, productos de una naturaleza agresiva y de amenazas descontroladas, hacia una visión en la cual se consideran productos de una modalidad particular de desarrollo y sus formas particulares de producción, consumo, distribución, asentamiento, expropiación de la naturaleza, etc., ha sido un proceso difícil, lleno de obstáculos y de hecho, aún está incompleta. Esto atañe particularmente a la fase de postulación e instrumentación de soluciones, donde aún predominan enfoques parciales, fisicalistas e ingenieriles, que resisten y estorban la introducción de enfoques más globales, fincados en la necesidad de cambios en los parámetros de planificación, comportamiento y acción social, en fin, en los paradigmas de lo que se llama “desarrollo”. La transformación de un problema tipificado como exclusivamente técnico y científico, en un problema social y político, aún está por lograrse plenamente y se encuentra entre los desafíos más importantes para la investigación, el debate y la acción social que les espera a los especialistas del tema en el futuro. Veamos dónde estamos y cómo llegamos.
No es aventurado afirmar que, aún hoy en día, entre los practicantes y las instituciones de mayor presencia en América Latina que relacionan su quehacer con la problemática de los desastres, los que se encuentran dentro de las ramas de las ciencias básicas y aplicadas, siguen dominando la escena, mientras, por otra parte, es difícil encontrar difundidos ejemplos de centros de investigación y análisis en universidades, otros centros de educación superior u ONGs, con enfoques derivados de las ciencias sociales. Como veremos más adelante, el trabajo en las ciencias sociales lo realizan, en general, pequeños grupos de profesionales o individuos dispersos en centros o instituciones a lo largo de la región. Muchos de éstos son reconocidos por su trabajo en temas más globalizantes como, por ejemplo, el desarrollo, el desarrollo urbano o el medio ambiente, sin la consolidación, hasta el momento, de un número significativo de áreas de especialización o instituciones que se destaquen, per se,por su trabajo en el tema de los riesgos y los desastres. Definitivamente, no se ha llegado ni de cerca a la situación de los Estados Unidos, Europa o Australia, en donde existen numerosos centros o instituciones, con importantes contingentes de profesionales, dedicados al análisis social de la problemática del riesgo y los desastres.
En cuanto a las opciones de educación superior en esta temática, aún dominan hoy en día, como con más persistencia en el pasado, aquellas cuyas raíces e institucionalidad están en las ciencias básicas y aplicadas, aunque, ante el influjo de los tiempos, actualmente adjuntan estas instancias, elementos curriculares que suelen tratar de forma parcial y sin la debida integración, temas sociales de relevancia. A pesar de la creciente aceptación de una visión más integrada y holística de los riesgos y los desastres durante los últimos diez años, en la cual el tema de la vulnerabilidad social o humana juega un papel de creciente importancia, la mayoría de los nuevos esquemas educacionales en los niveles de grado y post- grado, siguen siendo inspirados desde las ciencias básicas y aplicadas, con una inadecuado enfoque sobre los aportes de las ciencias sociales a esta área del conocimiento.
Tomando Centroamérica como ejemplo, durante el período post Mitch, se han promovido cuatro maestrías en el tema de riesgo y desastre, todas desde instituciones científico-técnicas: geología y ciencias de la tierra en Costa Rica e ingeniería civil en Nicaragua y Guatemala. Pese a que profesan ser multidisciplinarias en diversos grados, realmente no cumplen con esta afirmación de manera adecuada, aun cuando avanzan en la concepción sobre alternativas anteriores.
En el caso de las ciencias básicas y aplicadas, la larga trayectoria de las ciencias de la tierra y de las ingenierías en la región, ha garantizado que una vez que la problemática de los desastres se estableció como un tema de importancia o de “moda”, surgieron dentro de las instituciones “madres” de estas ciencias y áreas, especializaciones orientadas hacia el análisis de los procesos físicos o estructurales de mayor relevancia, para el conocimiento de las amenazas y sus impactos en estructuras y edificaciones. Esto se dio en particular después de los grandes desastres ocurridos en la región desde 1970 y se fortaleció con la declaración del Decenio Internacional para la Reducción de los Desastres Naturales, entre 1990 y 1999. En estas coyuntura, y con la existencia formal de muchas instituciones dedicadas en los países a ciencias como la geología, la geofísica, la meteorología, la hidrología, y la ingeniería civil, no era difícil transitar de ser un geólogo o meteorólogo a ser un experto en amenazas sísmicas o meteorológicos, y de ahí a convertirse finalmente en un “desastrólogo”. Esto pudo darse por la visión generalizada que prevalecía, incluso hasta recientemente en algunas partes, en el sentido de que los desastres fueron un problema de la naturaleza o de las amenazas y por eso en fin, desastres “naturales”. No es difícil entender el apoyo y el financiamiento que estos centros recibieron de los años 70 en adelante, con la larga y casi in-interrumpida secuencia de grandes eventos que asolaron la región y que la siguen afectando hasta el presente.
Entre las instituciones prestigiosas de relativamente larga data en América Latina que se apropiaron de una parte del pastel del financiamiento para el tema de los desastres, se cuenta por ejemplo, a la FUNVISIS en Venezuela, el Instituto Peruano de Geofísica y el Centro Regional de Sismología para América del Sur, CERESIS, en el Perú; el Instituto de Geociencias en la Universidad de Panamá, la Escuela de Geología en la Universidad de Costa Rica, hoy en día la Escuela Centroamericana de Geología; el Instituto Nacional de Sismología, Vulcanología y Meteorología en Guatemala, las Facultades de Ingeniería en la Universidad de Costa Rica, la Universidad de Chile, la Universidad Nacional Autónoma de México y la Universidad Nacional de Ingenierías del Perú. El CERESIS, tomado como ejemplo de la relación entre grandes eventos y el financiamiento para las ciencias básicas, recibió un aumento importante en el financiamiento concedido por sus fuentes japonesas tradicionales, durante el periodo posterior a la fallida “Predicción Brady” de un gran terremoto en Perú en 1980. Ello ilustra la importancia que la aprehensión asociada con grandes eventos o su predicción puede tener en términos del acceso al financiamiento y al fortalecimiento de los centros de análisis de amenazas.
Más allá de la especialización de aquellos centros ya existentes en el tema, este período fue testigo de la creación de varios nuevos centros cuya razón de ser, se relaciona directamente con la ocurrencia de algún desastre de magnitud y con su aporte al conocimiento de las amenazas y las debilidades de la infraestructura y edificaciones frente a éstas.
Esta relación entre la ocurrencia o predicción de eventos y el financiamiento de centros e investigaciones en las ciencias básicas y aplicadas, está bien ilustrada con la creación del Observatorio Sismológico y Vulcanológico de Costa Rica – OVSICORI - en la Universidad Nacional, durante la primera mitad de la década de los 80; del Centro de Investigación Sísmica y Mitigación de Desastres - CISMID - en el Perú; del Centro Nacional de Prevención de Desastres - CENAPRED - en México; del Observatorio Vulcanológico de Colombia en la ciudad de Manizales (que luego pasaría a ser parte de INGEOMINAS) en 1986; y del Centro Coordinador para la Prevención de Desastres Naturales en América Central – CEPREDENAC - en 1988-1989.
En el caso del OVSICORI, su formación fue facilitada por un financiamiento concedido por la OFDA- AID, en convenio con la Universidad del Sur de California en Santa Cruz, solicitado después de los sismos de Golfito y San Isidro en el sur de Costa Rica en 1983 y a raíz de la predicción de un sismólogo de la Universidad Nacional, del comienzo de un período de alta sismicidad, que terminaría con un gran sismo en el noroeste del país unos años más tarde. CENAPRED fue resultado directo del sismo de México de 1985, y contó con la asesoría de destacados sismólogos japoneses y la participación activa del Instituto de Ingeniería de la UNAM. El Observatorio Vulcanológico de Colombia fue establecido con motivo del desastre volcánico causado por el Volcán del Ruiz en Armero y Chinchina, en 1985. Finalmente, en el caso de CEPREDENAC, esta institución regional fue resultado de una iniciativa de la Universidad Tecnológica de Panamá y la Real Universidad Tecnológica de Estocolmo –KTH, establecida con fondos de la Agencia Sueca para el Desarrollo Internacional – ASDI
-, y dedicada en gran parte durante sus primeros siete años de existencia, al análisis de amenazas sísmicas, hidrológicas y geomorfológicos en la región, a través del trabajo de varias instituciones científico-técnicas. La idea de su creación claramente fue estimulada por la incidencia de los desastres sísmicos de México y El Salvador, sucedidos entre 1985 y 1986, el impacto del huracán Joan en 1988 y la declaratoria del Decenio Internacional para la Reducción de los Desastres Naturales para los años 90, por parte de las NN.UU.
El trabajo colectivo de las instituciones científico-técnicas en la región, el cual ha utilizado cientos, si no varios miles de millones de dólares de fondos nacionales e internacionales, ha permitido, sin duda, un avance muy significativo en el conocimiento de las amenazas, su proyección, cartografía, análisis y, a veces, predicción. Sin embargo, con escasas excepciones, los análisis no se realizaron tomando en cuenta la dimensión humana del problema, buscando adecuar el conocimiento generado, a las necesidades y posibilidades de la población potencialmente afectada. La demanda por este tipo de enfoque más multidisciplinario por parte de las agencias financieras, aumentó notoriamente durante la década pasada y muchas instituciones han intentado incorporar dimensiones humanas en su trabajo, con grados muy diversos de éxito. Sospechamos, si no sabemos que seguimos estando lejos de la deseada multidisciplinareidad en los enfoques, encontrando, más bien, un tipo de sincretismo donde lo social se rescata sumando un sociólogo o comunicador social, economista o antropólogo, al equipo de trabajo, pero sin haber concebidolos proyectos en sus orígenes desde una verdadera perspectiva multidisciplinaria.
Aún existen grandes problemas para la comunicación y la colaboración mutua entre las ciencias básicas y sociales, muchos de los cuales se derivan de la forma dominante en que la educación secundaria y universitaria todavía se basa en el conocimiento segmentado, con pocos lazos establecidos entre las ciencias llamadas básicas, puras, exactas, o aplicadas, y las ciencias sociales. El conocimiento de un tema como el de los riesgos y los desastres es complejo, escapa del conocimiento disciplinario, y requiere de formas de educación y preparación más integrales y holísticas, so pena de formar especialistas parciales y divorciados de la realidad de las cosas, tal como hasta ahora ha sucedido. El desarrollo de la investigación y el debate sobre el tema, llevado a cabo desde una perspectiva social que ha aumentado en la región durante los últimos 20 años, sin lugar a dudas ayuda a perfilar un futuro de mayor integralidad en el tratamiento del problema y en las opciones para la “socialización” de las ciencias básicas, y viceversa.
LOS COMIENZOS DE LOS ESTUDIOS SOCIALES SOBRE AMÉRICA LATINA:
LOS ANALISTAS EXTERNOS: 1970-1990
Durante los años 70, América Latina fue escenario de una serie de desastres de grandes proporciones. El terremoto de 1970 en el Perú y la destrucción de Yungay por avalancha; el terremoto de Managua en 1972 y de Guatemala en 1976 y el Huracán Fifí en Honduras en 1974, entre otros, se cuentan entre los más conocidos y notorios eventos destructivos. Estos desastres, con sus altos números de muertos y lisiados, desamparados y afectados, destrucción de viviendas y otras infraestructuras, en países pobres y sin los recursos para enfrentar autónomamente la respuesta humanitaria, suscitaron importantes ayudas internacionales y la presencia de numerosas organizaciones externas, durante las fases de la respuesta inmediata y de la reconstrucción.
Las grandes deficiencias e ineficiencias experimentadas en la respuesta en muchos casos, fueron importantes para el establecimiento posterior de varios programas de capacitación en el tema de la respuesta humanitaria, incluyendo el innovador Programa de Preparativos para Emergencias y Desastres que la Organización Panamericana de la Salud impulsó en la región desde finales de los 70, guiada por la visión, compromiso y empuje de Claude de Ville de Goyet, director del programa desde sus inicios hasta su retiro, en 2001. Posteriormente, la labor de la OPS se hizo fundamental, en relación con la promoción de los planes de emergencia hospitalarios, en la respuesta en temas de salud e incluso en el manejo de suministros en emergencia. Un resultado aún más reciente, fue el diseño y uso del sistema SUMA para mejorar la recepción y distribución de ayudas humanitarias. Durante los años 90, la OPS se destacó por la promoción del refuerzo o rehabilitación anti-sísmica y anti-huracán de unidades de salud y por la reducción de la vulnerabilidad en los sistemas de distribución de agua. El trabajo de la OPS de hecho formó un equipo en América Latina con importantes repercusiones en términos del desarrollo de opciones educativas en las universidades, en torno a la salud pública y el manejo de desastres.
Por la magnitud de los eventos sucedidos en los años 70 y por la atención prestada en todo el mundo, estos desastres fueron objeto de análisis y estudio, no solamente desde la perspectiva de los eventos físicos en sí, sino también desde la de varias disciplinas de las ciencias sociales. Estos análisis fueron llevados a cabo casi exclusivamente por académicos, estudiosos y periodistas de fuera de la región. Varios de los resultados fueron publicados durante la década de los 80, invariablemente en inglés, sin preocuparse de que por tal razón, la audiencia hispano parlante no tuviera un fácil acceso a ellos. La presencia de académicos norteamericanos en particular, ligados a las escuelas de sociología, antropología y geografía de los desastres, fue destacada en esta primera ola de estudios y difícilmente se encuentran documentos o publicaciones ampliamente difundidos y escritos por profesionales de la región en sí, aún cuando las tareas de reconstrucción, resultaron en volúmenes de análisis, escritos por los equipos o individuos involucrados en estas actividades en el ámbito nacional. De hecho, está pendiente una labor de investigación que consiste en la revisión de la documentación “interna”, para poder revelar los conceptos y parámetros que se discutieron, así como los enfoques sociales que se emplearon en la época, entre los profesionales de la región. (para algunas consideraciones sobre esto, ver Franco y Zilbert y Lavell, en Lavell, A. y E. Franco (1996): Estado, sociedad y la gestión de los desastres en América Latina: en búsqueda del paradigma perdido).
De los aportes externos al debate social, tal vez el más citado y recordado, se refiere al comentario de un periodista del New York Times, Alan Riding, quien en un reportaje después del terremoto de Guatemala, comentó que fue un “terremoto de clase”, haciendo alusión a la forma discriminatoria en que el desastre había afectado a los grupos más pobres del país, y dentro de ellos, particularmente a las comunidades indígenas. Lo interesante del aporte de Riding es que vino de un periodista que ya se había destacado por sus reportajes sobre América Latina, elaborados desde una perspectiva política, y dirigidos hacia el análisis del desarrollo social y económico en la región. Riding proveía una perspectiva no motivada por el periodismo sensacionalista, sino más bien por un enfoque que ubicaba el problema del desastre como un problema de la sociedad y del desarrollo y de los mecanismos de exclusión o marginación social. Esto no era común en aquel momento, como no lo es todavía en la actualidad, al menos, en lo que respecta al periodismo comercial, donde el sensacionalismo vende más que el análisis serio y constructivo.
El terremoto de Guatemala, como comentamos anteriormente, se produjo de seguido a los grandes desastres del Perú y Nicaragua, a principios de la década de los 70. En otras latitudes fuera de Latinoamérica, estos mismos años fueron también marcados por el impacto notorio de una serie de grandes sequías en África y de devastadores tifones (huracanes) en Asia del Sudeste, que llamaron la atención mundial y suscitaron operativos humanitarios de respuesta sin precedentes. En el contexto de los desastres "hidrometeorológicos" en África y Asia, surge en Inglaterra una escuela de pensamiento social novedoso sobre los desastres, denominada por algunos, la escuela de la “Economía Política de los Desastres”. Esta escuela elabora en detalle el tipo de argumento y enfoque que Riding insinuaba escuetamente en sus escritos periodísticos sobre Guatemala.
Los ideas y aportes más importantes dentro de esta corriente de pensamiento, parten de un grupo de investigadores ligados a la Disaster Research Unit, de la Universidad de Bradford, y forman hoy en día parte de la literatura "clásica" sobre el tema de los desastres (ver, Westgate y O'Keefe, 1976; O'Keefe, Westgate y Wisner, 1977; Wisner, Westgate y O'Keefe, 1976; Wisner, O'Keefe y Westgate, 1977.). El argumento esencial de estos escritos, que toman la llamada "teoría de la dependencia" como marco conceptual para entender el subdesarrollo, es que los desastres son el resultado de procesos económicos y sociales globales, regionales y locales, que crean condiciones de existencia humana insostenibles frente a los eventos naturales extremos. El problema de los desastres es el problema de la vulnerabilidad humana. Los escritos de estos autores marcan el principio de lo que posteriormente se denominaría, la “Escuela de la Vulnerabilidad”, que tanto auge tendrá durante las siguientes dos décadas.
Para entender las raíces del enfoque que se desarrolló en la Universidad de Bradford es necesario resaltar algunas características de sus autores principales. Primero, eran geógrafos o profesionales cercanos a la geografía social y económica, con un interés en las relaciones hombre-naturaleza y sus formas de expresión en el territorio. Segundo, varios de ellos formaban parte de la corriente de la geografía radical, marxista, que surgía con fuerza después de las revueltas estudiantiles en París y otros lugares durante 1968, y que tuvo como expresión escrita, la Revista de Geografía Radical, "Antípode". Tercero, trabajaban principalmente sobre temas de desarrollo rural en África. La importancia de las sequías en términos de las zonas rurales, fue el punto de entrada al problema global de los desastres.
La línea de pensamiento "estructuralista" que comienzan a armar estos autores en torno a los desastres, viene a desafiar frontalmente la corriente dominante desarrollada en la geografía hasta ese momento, por parte de Gilbert White y sus colegas en los Estados Unidos, la cual se derivaba de las teorías funcionalistas de la Ecología Humana, promovidas por Harlen Barrows (1923), de la Universidad de Chicago, también dentro del ámbito de la ciencia geográfica y del “Behaviourism” (Comportamiento). Por otra parte, por su método, enfoque y holismo, la escuela “estructuralista” contrasta notoriamente con los aportes parciales y disciplinarios de la otra escuela de pensamiento dominante en ese momento: la de la “Sociología de los Desastres”, desarrollada por Enrico Quarantelli, Russell Dynes y otros colegas en los Estados Unidos, con su énfasis en el problema de la respuesta social y organizacional a los desastres. Sobre los aportes de White, Quarantelli, Dynes y otros, hablaremos luego en este escrito.
Dentro de esta misma corriente estructuralista, Rolando García, un argentino exiliado durante la dictadura, escribe sobre la sequía en Sahel y produce una metodología interdisciplinaria que se refleja en el libro “Drought and man, the 1972 case history. Volume 2: nature pleads not guilty” (1981). La investigación detrás de éste libro fue realizada por la International Federation of Institutes for Advanced Studies (IFIAS) and the ASPEN Institute for Humanistic Studies. Incorpora capítulos sobre la variabilidad climática, y otro sobre “hechos” (facts), “hechos falaces” (misleading facts) y “pseudo eslabones” (pseudo links) cuya lectura debiera ser obligatoria aún hoy en día.
Regresando al tema de los terremotos de Guatemala, Perú, y Nicaragua, estos por sí mismos, incitaron distintas reflexiones de parte de académicos de fuera de la región. Entre éstas tal vez las más conocidas y exhaustivas, versaron sobre los procesos de cambio y recuperación sufridos en las comunidades y regiones afectadas. Así, en el caso del Callejón de Huaylas, escena de la mayor destrucción en el Perú, Anthony Oliver Smith, antropólogo norteamericano (y más tarde miembro de LA RED), comenzó un proceso de investigación a lo largo de diez años, hasta los 80, trazando las características humanas del proceso de reconstrucción y recuperación sufrida en torno a Yungay, la ciudad arrasada por el aluvión causado por el desprendimiento de la cornisa norte del Monte Huascarán. Este, constituye, hoy en día, uno de los pocos estudios analíticos sobre comportamientos y relaciones sociales en una zona de desastre, que se han elaborado sobre la base de la observación, después de un gran evento y durante un período relativamente largo. Los resultados del trabajo de Oliver Smith fueron publicados en 1986, en un libro titulado “The martyred city: death and rebirth in the Andes”, libro que desafortunadamente nunca fue publicado en español y es aún poco conocido en la región. (Otros trabajos de Oliver Smith pueden conocerse en la revista Desastres y Sociedad, publicada por La Red; ver www.desenredando.org).
En el caso de Nicaragua, Haas y colegas (1977) examinaron el proceso de reconstrucción posterremoto en Managua, haciendo un análisis revelador, entre otras cosas, de las formas en que el financiamiento concedido internacionalmente, fue desviado en beneficio de Somoza y sus allegados, a través de la especulación en la venta de tierras y en la construcción de nuevas viviendas. Kates (1973) elaboró un análisis del impacto humano del terremoto, y más tarde, Bolín y Bolton (1982), dieron seguimiento a la recuperación en el país, haciendo comparaciones con casos de los Estados Unidos. Kreimer (1978) elaboró una comparación de la reconstrucción en Nicaragua y Guatemala. El tema del contexto político en que se genera el desastre de Managua, fue objeto de reflexión por parte de Julian Bommer, un joven ingeniero civil inglés del Imperial College, Universidad de Londres, quien publicó un artículo al respecto que apareció en 1985 en la revista “Disasters”. Bommer seguiría trabajando en la región durante los siguientes 20 años, particularmente en El Salvador, donde contribuyó con importantes conocimientos sobre el desarrollo urbano e infraestructural y la amenaza sísmica, incorporando nociones sobre la vulnerabilidad estructural y humana.
El desastre en Guatemala recibió la atención de un grupo de sociólogos norteamericanos de la Universidad de Georgia, liderados por Fred Bates, quienes a lo largo de los años hicieron un estudio longitudinal del proceso de recuperación y cambio social entre comunidades afectadas en el altiplano, publicando, en 1982, el libro “Recovery, change and development: a longitudinal study of the Guatemalan earthquake”. Finalmente, siguiendo con el interés dominante en la reconstrucción pos desastre que informaron los trabajos de los académicos del Norte en este período, Snarr y Brown, realizaron análisis sobre las características e impactos sociales del nuevo tipo de vivienda, construida en varias comunidades en el norte de Honduras posterior al Huracán Fifí, ocurrido en 1974.
Durante las décadas de los 80 y 90, el interés de académicos del Norte hacia los desastres en América Latina, se mantendría y hasta cierto punto se extendería. El interés o atracción para el proceso de reconstrucción, que dominó en los 70, se ampliaría para incorporar estudios guiados por las ideas de la sociología y la logística organizacional, lo cual resulta en la publicación de varios estudios, otra vez en inglés, sobre la respuesta a desastres en los países de la región. Un número importante de estos estudios fueron financiados por la Fundación Nacional de Ciencias de los Estados Unidos, a través de su Comité de Desastres, siguiendo su política de financiar estudios rápidos inmediatamente después de ocurrido un desastre, para recoger información valiosa sobre los problemas y aciertos de la respuesta. Como tales, muchos de los estudios constituyen una continuidad, transculturizada, de las preocupaciones que generaron el trabajo de los exponentes de la “Sociología de los Desastres” en los Estados Unidos (ver, por ejemplo, Comfort, 1989, 1994; Dynes, 1989; Dynes et al, 1990; Aguirre, 1989, 1991, 1995).
En suma, los primeros estudios serios y exhaustivos que se realizaron desde una perspectiva social sobre los desastres en la región, fueron elaborados por académicos del Norte, publicados en inglés y nunca difundidos de manera importante en América Latina. Varios de los académicos mantendrían su interés en esta región del mundo a lo largo del tiempo y establecerían relaciones con la emergente escuela latinoamericana de pensamiento social que se iba formando después de 1983. Esto lo examinaremos más adelante.
ESTUDIOS SOCIALES PIONEROS ELABORADOS EN AMÉRICA LATINA:
EL COMIENZO DE UN PROCESO: 1980-1991
En 1980, falló, afortunadamente, la “Predicción Brady” de un gran terremoto que afectaría las áreas costeras del Perú, y el Perú descansó después de la incertidumbre generada por la misma. ( para un análisis exhaustivo de la historia y repercusiones políticas de esta predicción, veáse, Olson, Richard, 1994, “The politics of earthquake prediction”).
Entre 1982-1983, la región Andina, en particular, fue severamente afectada por el fenómeno de El Niño, con inundaciones, deslizamientos y sequías manifestándose con gran intensidad en numerosas zonas de los distintos países. En el año 1983 se presentó el terremoto que destruyó una parte importante de la histórica ciudad de Popayán en Colombia y en 1985 la ciudad de Armero en el mismo país, fue arrasada por un lahar, producto de una erupción del Volcán Nevado de Ruiz, con un saldo de más de 20,000 muertos. El mismo año la Ciudad de México fue estremecida por un terremoto generado en las costas del Pacífico de ese país y Chile sufrió otro de gran magnitud; en 1986 sucedió algo semejante en la ciudad de San Salvador, en El Salvador, y en 1988, Nicaragua y, en menor medida, Costa Rica fueron severamente afectadas por el Huracán Joan.
Así, la década de los 80 estuvo marcado por una sucesión permanente de desastres, de los cuales, los mencionados son sólo algunos de los más conocidos. Estos eventos suscitaron, uno por uno, una serie de acciones, estudios e investigaciones, asociados con otras tantas iniciativas institucionales, que constituyen por sí el comienzo del proceso de desarrollo en la región, de los estudios sociales sobre la problemática del riesgo y los desastres. Durante la década, de forma aún dispersa y sin mayores niveles de integración en el ámbito regional, se establecieron las bases humanas, temáticas e institucionales, para una parte importante del desarrollo más orgánico, que se daría en la década siguiente y en particular, para y con la formación de LA RED.
Entre sus aspectos positivos, la “Predicción Brady” renovó el interés en la problemática sísmica del área andina y entre sus resultados indirectos, promovió el aumento del financiamiento disponible para el análisis del fenómeno sísmico. El fenómeno de El Niño de 1982-1983, con sus impactos dramáticos en un número importante de países de la región, sirvió para ampliar y generalizar el interés en el problema de los desastres de manera que un solo desastre no hubiera podido lograr en un país particular. Ambos contextos crearon un ambiente para el desarrollo incipiente de la investigación y la acción social.
En 1983 en Lima, se fundó lo que seria el primer centro u ONG en América Latina dedicada primordialmente al tema de los desastres, el Centro de Estudios y Prevención de Desastres, PREDES. Sus fundadores fueron Gilberto Romero, científico social peruano, Andrew Maskrey, inglés, planificador urbano y radicado en el Perú desde finales de los 70 y el arquitecto, peruano, José Sato. Este Centro, que perdura en la actualidad será de las principales instituciones que promuevan a lo largo de los siguientes 20 años, estudios y acciones en los niveles locales, con énfasis en la reducción de la vulnerabilidad con participación popular. La creación de PREDES resultó de una serie de circunstancias relacionadas con el paulatino involucramiento de Romero y Maskrey en la problemática de los desastres, el cual estuvo muy ligado a los impactos de la Predicción Brady y del Niño de 1982-83 en la región andina.
Maskrey había llegado a Perú en 1979, después de trabajar en Inglaterra como planificador urbano. En 1981, durante una breve estancia de regreso en Londres, trabajó con el arquitecto John Turner, fundador de una escuela de pensamiento sobre la participación popular en la urbanización y la vivienda, que se estableció como una corriente importante a escala mundial, desde los años 60 en adelante. En la misma época, Turner colaboró con otro arquitecto inglés, Ian Davis, en una asesoría a un programa de reconstrucción, luego de un terremoto en Italia y como consecuencia, Maskrey llegó a conocer también a Davis. En la oficina de Turner, Maskrey se apropió en ese momento de un pequeño libro de Davis llamado “Shelter after disaster” al cual en ese momento no prestó mayor importancia, pero que puso en su equipaje cuando regresó al Perú unos meses después. El trabajo de Davis, quien sería ganador del Premio Sasakawa hacia finales de la década de los 90, y su libro, el cual se considera un clásico renovador en el tema, tendrá un impacto directo en la formación nociones y práctica profesional de varios especialistas en América Latina, durante la década de los 80, incluyendo a Maskrey.
Al regresar a Lima a fines de 1981, Maskrey comenzó a trabajar en el gubernamental Instituto Nacional de Desarrollo Urbano – INADUR - donde, junto con Romero, fue contratado para colaborar en proyectos de planificación de servicios básicos en los asentamientos marginales de Lima – Callao. En 1980, la fallida Predicción Brady suscitó un importante apoyo de los japoneses en investigación científica y planificación para la reducción del riesgo sísmico en el Perú, el cual se plasmó en 1981. Un componente de este apoyo fue dirigido al gobierno, con el propósito de elaborar diagnósticos, estrategias y planes sectoriales en torno al riesgo sísmico en Lima – Callao, proyecto conocido como Plan Alfa Centauro. Como parte de este plan, se encargó al INADUR la sección correspondiente a vivienda. Este organismo a su vez, volvió a contratar a Romero y a Maskrey, luego de que concluyeran su contrato anterior sobre servicios básicos. A ellos se unieron José Sato y varios otros profesionales. Ni la institución ni los profesionales encargados del tema, tenían antecedente alguno en el área de los desastres y mucho menos, en los aspectos relacionadas con lo sísmico en sí o con la ingeniería estructural, cuestión que Maskrey ahora reconoce como un golpe providencial de suerte. Apropiándose y divulgando la noción de vulnerabilidad que éste último encontrara en el libro de Davis, (el cual finalmente leyó y compartió tan pronto como fueron contratados para el trabajo de INADUR, dada la ausencia de cualquier otro libro a su alcance sobre el tema de desastres), y echando mano a inquietudes derivadas de su especialización en el desarrollo urbano, el equipo investigó cómo el proceso de desarrollo urbano en Lima-Callao, generaba vulnerabilidad y riesgo y de qué manera, mediante medidas financieras, técnicas y legales, sería posible reencauzar el desarrollo urbano, de una manera que no generara el aumento del riesgo sísmico de forma tan acentuada. Dado la falta total de acceso a bibliografía sobre el tema, el equipo tuvo que armar su propio marco conceptual, desarrollando conceptos innovadores, tales como la vulnerabilidad “por origen” y la vulnerabilidad “por proceso”, entre otros (ver Romero y Maskrey, 1993).
Esta era una época sumamente creativa, recuerda Maskrey, que combinaba mañanas formulando hipótesis, fines de semana haciendo trabajo de campo en los tugurios de Lima y el Callao y tardes en la playa. El resultado fue una lectura de la vulnerabilidad y el riesgo en Lima-Callao, desde la perspectiva del enfoque de los estudios urbanos y regionales de la época y que antecedió por una década, a los estudios internacionales realizados en los 90 sobre la vulnerabilidad de las mega-ciudades. El trabajo para el INADUR se hizo entre 1982 y 1983, terminando con la publicación del diagnóstico y plan, en tres macizos volúmenes.
Este trabajo fue luego resumido para la publicación en 1985 del libro de Maskrey y Romero sobre “Urbanización y vulnerabilidad sísmica en Lima Metropolitana”, teniendo como trasfondo interpretativo la idea de que la vulnerabilidad de la vivienda y de los pobres en la ciudad, era producto de los procesos particulares de urbanización dependiente, sufrida en América Latina. Las características de la vivienda, los patrones de densificación en el uso del suelo, el hacinamiento y otros factores fueron productos directos del modelo de urbanización y de desarrollo experimentados. O sea, se estableció de forma inicial que la vulnerabilidad, como factor condicionante de los desastres, era socialmente construida.
Este postulado, fue establecido originalmente en un pequeño ensayo, escrito en el transcurso de una noche, y como parte de una serie de tres artículos que Romero y Maskrey escribieron para el periódico peruano “El Diario de Marka”, en 1983. Fue luego difundido como el primer número de la colección de “Documentos de Estudio” de PREDES y titulado “Cómo entender los desastres naturales”. El documento salió de las fronteras del Perú y fue una fuente utilizada en la documentación preparado por el CLACSO para una reunión latinoamericana sobre desastres, realizada en Bolivia en 1984, acontecimiento que fue uno de los hitos antecesores de LA RED (ver abajo). Finalmente, el ensayo fue nuevamente publicado en 1993, en el primer libro editado por LA RED (Maskrey, A (compilador), Los desastres no son naturales).
Mientras se realizaba el estudio para el INADUR, la región andina fue severamente afectada por El Niño, evento que sirvió para que Maskrey, Romero y Sato fortalecieran sus intereses en la problemática de los desastres, vista desde la perspectiva del desarrollo. Es en esta coyuntura que fundan el PREDES en junio de1983 y convencen a algunas organizaciones internacionales no-gubernamentales, como OXFAM y Catholic Relief Services, de financiar un trabajo de asesoría enfocado en poblaciones marginales, tanto urbanas como rurales, en el Valle del Rímac, que pretendía lograr resultados dirigidos a reducir su vulnerabilidad y riesgo. Dos consideraciones generales sirvieron de base a la fundación de PREDES.
En primer lugar, se consideró que el enfoque de trabajo sustentado en la identificación de procesos de configuración de vulnerabilidad y riesgo, desarrollado en el INADUR para los terremotos, podría aplicarse de la misma manera a las inundaciones, deslizamientos y sequías que se generaron a raíz de El Niño. En otras palabras, se consideró que lo crítico fue la relación desarrollo-riesgo, más que las especificidades de las amenazas. En segundo lugar, se consideró (influido sin duda por las ópticas de construcción de movimientos populares urbanos y de educación popular que en ese entonces formaron la base del trabajo de muchas ONG peruanas y latinoamericanas) que la reducción del riesgo era una reivindicación más de los sectores populares y que por lo tanto, la clave para reducir los riesgos, era asesorar a la misma población vulnerable en sus relaciones con el Estado.
Con la transición del INADUR a PREDES, la población vulnerable pasó de ser objeto a ser sujeto y sin saberlo bien, en ese momento, empezaron a crear las bases de lo que ahora se llama la gestión local de riesgos, un tema que hoy en día ocupa un lugar central en la agenda internacional sobre los desastres.
El trabajo en el Valle del Rímac y luego en otras regiones del Perú se convirtió en un laboratorio sobre la gestión local de riesgos, y tanto Maskrey como Romero empezaron a sistematizar sus experiencias y a generar conceptos, los cuales se plasmaron en una serie de ensayos como, por ejemplo, los artículos presentados por ambos en el evento regional de CLACSO en 1984 (ver abajo). En 1984, Maskrey presentó una mayor elaboración de sus ideas sobre la gestión local de riesgos - en esa época llamada la “mitigación popular”- en una ponencia presentada en la Conferencia Internacional sobre la Implementación de Programas de Mitigación de Desastres, celebrada en Ocho Ríos, Jamaica, bajo el titulo “Vulnerabilidad y mitigación de desastres”. Esta ponencia, publicada originalmente en inglés en las memorias de la conferencia, editadas por el Virginia Polytechnic Institute de los Estados Unidos (Krimgold, 1985), y más tarde traducida al español y publicada en Maskrey (1993), incorporaba las primeras consideraciones desarrolladas por el autor en torno a la gestión local de riesgos, y sobre las opciones y condicionantes para su implementación. La colección de ensayos publicados en el tomo de Krimgold constituye una referencia obligada con aportes que aún hoy en día son se suma relevancia para la temática.
En 1987, habiendo abandonado el Perú después de los años productivos entre 1981 y 1986, y cuando se encontraba nuevamente trabajando sobre el tema de la vivienda con John Turner en Londres, Maskrey escribió su producto más conocido sobre la mitigación popular: el libro publicado en español en 1989, titulado “El manejo popular de los desastres naturales: estudios de vulnerabilidad y mitigación”. Ese año, Maskrey trabajaba estrechamente con Turner muchos conceptos acerca de la importancia de las redes de conocimiento en el soporte a las iniciativas locales y de la creación de plataformas de organizaciones locales para poder impactar en la política nacional y global. En el último capítulo del libro retomaba estas ideas, las relacionaba con el campo de los desastres y bosquejaba las primeras nociones acerca de lo que luego sería LA RED.En el mismo año, una versión drásticamente recortada y editada del libro apareció en ingles bajo el título “Disaster mitigation: a community based approach” publicado por OXFAM. Fue Ian Davis quien convenció a OXFAM de auspiciar y publicar el libro y quien organizó su presentación en Oxford. Este libro, presentó un análisis y sistematización del trabajo de PREDES, además de otros casos de mitigación popular en América Latina y el mundo, y se convertiría en un clásico sobre el tema, citado y utilizado en distintas partes del mundo. Posteriormente IT-Perú, publicaría un segundo volumen del estudio, editado por Juvenal Medina y Rocío Romero en 1991 bajo el titulo “Los desastres SÍ avisan: estudios de vulnerabilidad y mitigación, Vol. 2”. El titulo del libro fue un “desafío” a la idea difundida por la OPS en la región, en su Programa de Preparativos para Desastres, de que “los desastres no avisan”.
En 1979 se presentaron en Colombia dos sismos en el centro occidente y en la costa pacífica, que marcaron el inicio de las primeras reflexiones “sociales” de investigadores de la ingeniería y las ciencias naturales, como Omar Darío Cardona, Andrés Velásquez y Hans Jürgen Meyer, aportes que serían más adelante de especial relevancia para el desarrollo de una nueva visión sobre el tema de los desastres y el riesgo en la región.
Es así, que durante los primeros años de la década de los 80, Meyer y Velásquez, como profesores de la Universidad del Valle, en Cali, se hicieron cargo del proyecto que se convertiría posteriormente en el OSSO y que jugaría un papel innovador en la investigación sobre los desastres, no obstante su primera orientación hacia la sismología y la geofísica. Por otra parte, Cardona, un ingeniero profesor de la Universidad Nacional de Colombia en Manizales, realizaba sus primeros aportes conceptuales, en seminarios nacionales y a través de las publicaciones de la Asociación Colombiana de Ingeniería Sísmica, AIS, sobre la definición del riesgo y su noción como resultado de relacionar la amenaza y la vulnerabilidad. Después de conocer al investigador inglés, Michael Fournier d’Albe y a los profesores yugoslavos Jakim Petrovski y Zorán Milutinovíç en Europa, en uno de sus primeros trabajos, titulado
“Estudios de vulnerabilidad y evaluación del riesgo: planificación física y urbana en áreas propensas”, Cardona incluyó un enfoque conceptual y metodológico que permitió estimular reflexiones sobre la relevancia de la noción de vulnerabilidad y la diferencia entre los conceptos de amenaza y riesgo, que hasta entonces se confundían o se consideraban sinónimos. Posteriormente, sus aportes involucraron visiones más integrales e interdisciplinarias, en particular después de conocer y compartir sus planteamientos con Ian Davis y Yasemin Aysan, que orientaban el Disaster Management Centre en Oxford Polytechnic en Inglaterra, a finales de los 80 y durante la década siguiente.
Paralelo al desarrollo de las ideas y acciones en torno a la mitigación popular en el Perú, en Colombia, el terremoto de Popayán, en 1983, ofreció una coyuntura para el comienzo del desarrollo de ideas similares pero con matices distintos. Después de este evento, Gustavo Wilches-Chaux, un abogado con dedicación profesional y laboral a los estudios ambientales, la formación profesional, el trabajo comunitario y la comunicación social, en su condición de Director Regional del SENA en el Cauca (la región de Colombia de la cual Popayán es capital) asumió el diseño y la coordinación de un programa de reconstrucción de vivienda popular en la ciudad, con participación popular (véase Wilches-Chaux, 1984 y 1995 para un análisis del proceso de reconstrucción en Popayán). Wilches-Chaux, asumió la tarea sin mayores antecedentes en el problema de los desastres, habiéndose dedicado con anterioridad al tema del ambiente y la capacitación para el desarrollo. En el desarrollo de las tareas de reconstrucción fue influenciado en su pensamiento, igual que Maskrey y Cardona, por los escritos de Ian Davis, arquitecto inglés y especialista en vivienda, y Fred Cuny, norteamericano, especialista en la reconstrucción posdesastre. Ambos autores visitaron Popayán después del terremoto de 1983 y en una carta posterior de Cuny a Wilches-Chaux, aquel afirma que el programa de autoconstrucción apoyada por el SENA marcaba un cruce, un hito, en este tipo de programas.
Davis había publicado, en 1978, el libro, hoy en día considerado un clásico en la materia, titulado “Shelter after disaster” (“Albergue después del Desastre” que se publicó en español con el título equívoco: “Arquitectura del desastre”), en el cual discutían los problemas y alternativas asociados con la provisión de albergue y vivienda para los damnificados, después de un desastre. La noción de la participación popular fue importante en el libro, haciendo eco de las ideas de John Turner mencionadas con anterioridad. Por su parte, Cuny había publicado en 1983, poco antes del terremoto de Popayán, su libro, también clásico, “Disasters and development” (“Desastres y desarrollo”). En el libro, por primera vez, se desarrolla una serie de argumentos exhaustivos sobre la manera en que los desastres podían abrir una opción para el desarrollo, en la medida en que la reconstrucción incorporase la prevención y mitigación de riesgos y el proceso fomentase la promoción de las capacidades y participación de la población. Ese libro fue posteriormente traducido al castellano en versión completa por Wilches-Chaux, por encargo de OXFAM América, y aunque la traducción nunca se publicó, sí circuló ampliamente en Colombia, en especial entre investigadores de varias disciplinas relacionados con el desastre de Armero.
Así, como resultado de su propia formación profesional y de la influencia de los autores citados, es posible entender por qué lo popular, la participación, lo ambiental, y la idea de los desastres como oportunidades para el desarrollo, estuvieron siempre presentes en el esquema de pensamiento de Wilches-Chaux. El trabajo realizado en Popayán, con la reconstrucción de vivienda, significa su primera incursión en el tema, y las lecciones derivadas de la experiencia fueron claves en el desarrollo de su pensamiento sobre los riesgos y los desastres. Estas ideas encontrarían su mayor difusión con la publicación, varios años después, en 1989, del texto titulado “Herramientas para la crisis: desastres, ecologismo y formación profesional”. Más allá de la aproximación al problema de los desastres por la vía de lo ambiental y lo ecológico, y su relación con el desarrollo, este texto es más conocido por el capitulo sobre “La vulnerabilidad global”, en el cual Wilches desarrolla sus ideas a partir de diez
niveles o componentes de la vulnerabilidad humana, los cuales, al desplegarse en el contexto de distintas comunidades o conjuntos humanos, determinan un nivel particular de vulnerabilidad frente a las amenazas ambientales.
Su clasificación, sus ideas e imaginación han informado muchos escritos y debates en la región desde la publicación y difusión de su texto, el cual sin duda representa uno de los textos clásicos sobre el tema en América Latina. El capítulo sobre “La vulnerabilidad global” fue reeditado en Maskrey, (1993). De igual forma que en otras circunstancias, es interesante notar cómo, el origen de la idea de los componentes de la vulnerabilidad global, tan difundida en la región hoy en día, ha sido olvidado o nunca fue conocido por muchos de los que ya se involucran en la problemática de los desastres. Esto ha sucedido en particular, después del Huracán Mitch en Centroamérica, cuando la noción de vulnerabilidad tomó auge con referencia particular a lo que se ha llamado, de forma muy restringida y a veces confusa, la vulnerabilidad social y ecológica. Muchos, si no la mayoría, de los estudios o textos que utilizan esta terminología, lo hacen como que si estos términos fueron un invento reciente de los gobiernos de la región o de las agencias internacionales involucradas en los procesos de reconstrucción post Mitch. El concepto y las nociones de vulnerabilidad, originalmente propuestas por Wilches, pasaron a formar parte de una especie de “patrimonio colectivo” de los nuevos actores del tema, quienes se apropiaron de ellos - y del concepto de “vulnerabilidad global” - como si siempre hubieran flotado en el ambiente.
Colombia, más que cualquier otro país de la región, ofrecería un ambiente propicio para el desarrollo de ideas y debates innovadores en el tema, durante los 80. Esto se debió al ambiente existente desde 1985 en adelante, con la ampliación y modificación de la intervención estatal en la problemática. El desastre de Armero en 1985, con sus secuelas políticas, conduciría a un proceso de profunda reflexión sobre las formas de organización y actuación más apropiadas para enfrentar los riesgos y los desastres. El resultado de esta reflexión, impulsada por el Programa de las Naciones para el Desarrollo, y llevada a cabo por un número de profesionales colombianos de ideas y espectro de pensamiento amplio, quienes vieron claramente que el problema de desastre era un problema ligado al desarrollo y a la problemática ambiental, fue finalmente la creación de una nueva estructura gubernamental para los desastres que reemplazaba a la antigua, originada en torno a la Defensa Civil, con su preocupación única sobre la respuesta a los desastres.
Así fue como se creó en 1986, la Oficina Nacional para la Prevención y Atención de Desastres, la cual, en 1989, se transformaría en la cabeza del Sistema Nacional para la Prevención y Atención de Desastres. La prioridad dada dentro de esta estructura a la prevención, la importancia concedida a la descentralización y la participación local y popular, la visión que informaba su quehacer en el sentido de ver los desastres como dimensiones del problema del desarrollo y del medio ambiente, además de la creación anterior de un Fondo Nacional de Desastres, ofrecían un ambiente en que el estímulo de la búsqueda de nuevas formulaciones, la investigación, y el debate, no quedaban sencillamente en los corredores de la academia y los ONG, sino que encontraban un incentivo desde el mismo Estado. Esto, sin lugar a dudas explica la gran energía que se generaba en el país en torno al problema y el desarrollo de un importante número de ideas innovadoras.
Explica también, por qué Colombia hoy en día, tiene el mayor número de profesionales y estudiosos del tema en toda la región, con un nivel de integración entre la academia y las instituciones públicas bastante importante (para un análisis detallado del desarrollo del Sistema en Colombia, véase Ramírez y Cardona, 1996). Además, era en el entorno del desarrollo del Sistema Nacional en Colombia que se consolidaron las ideas de avanzada, de autores tales como Omar Darío Cardona y Fernando Ramírez, o profesionales como Camilo Cárdenas y Juan Pablo Sarmiento, entre otros, que contribuyeron de forma importante a la transición en las ideas y la práctica alrededor del tema en América Latina.
Destacamos aquí el incentivo que viene del Estado, por la importancia que cabe al estímulo del trabajo e investigación en el tema. Dynes (1987), en un análisis del desarrollo de los estudios sobre desastres en los Estados Unidos, concluía refiriéndose a la importancia que tuvo la demanda de análisis y aportes creada desde el gobierno mismo y sus instituciones, lo cual facilitaba acceso a financiamiento para las universidades y centros de investigación en el país.
El Niño de 1982 a 1983, tuvo grandes impactos asociados con inundaciones en Perú, Ecuador, Chile y Argentina, además de sequía en Bolivia y Brasil. A raíz de estos impactos, la Comisión Latinoamericana de Ciencias Sociales – CLACSO - a través de su Comisión de Desarrollo Urbano y Regional, organizó, en 1984, en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, un seminario sobre el “Impacto socioeconómico y ambiental de las catástrofes naturales en las economías regionales y sus centros urbanos”, seminario al cual aludimos antes, en nuestra consideración de los aportes tempranos de Maskrey, Romero y Sato al tema.
Durante este seminario, se presentaron trabajos originales elaborados por académicos y practicantes de los países del Cono Sur y Andinos. Estos trabajos fueron editados más tarde y publicados en una colección de ensayos compilados por Graciela Caputo, Jorge Enrique Hardoy y Hilda Herzer, de CLACSO, bajo el titulo “Desastres naturales y sociedad en América Latina”. La colección de ensayos comprendería el primer esfuerzo colectivo en el tema de los desastres, elaborado desde una perspectiva social y publicada en América Latina. Debido a la calidad de los trabajos y la amplia difusión que los libros de CLACSO tuvieran en la región, es, tal vez, el único libro publicado en América Latina en los 80, que alcanzó una distribución amplia llegando a la mayoría de los países. Visto desde esta perspectiva, fue el libro de la década en la región sobre desastres y sociedad. Para muchos, quienes no tuvieron acceso a los trabajos de Maskrey, Wilches-Chaux y otros, que circularon en un medio más restringido, este era prácticamente el único libro latinoamericano en existencia sobre el tema, durante esta década.
El libro, fundamentado en gran parte en la idea implícita de la vulnerabilidad, ubicaba el problema de los impactos y consecuencias de El Niño firmemente en el campo del desarrollo y del medio ambiente, y, como el titulo del seminario lo refleja, se asignó gran importancia a la perspectiva espacial, urbana y regional.
Aún cuando el libro tuvo un gran impacto entre los que lo leyeron, resultó difícil dar continuidad al esfuerzo colectivo que significaba, por carecer de financiamiento externo, y después del seminario de Santa Cruz, los distintos autores tuvieron poco contacto entre sí. Hacia finales de los 80, en 1989, se pudo celebrar una segunda reunión del grupo de trabajo sobre desastres, con la participación de algunos de los participantes de 1984, y otros nuevos, reunión que se celebró en Santiago de Chile, organizada por CLACSO, bajo la tutela de Hilda Herzer, y el Centro de Investigaciones del Sur. Los resultados de esta reunión, sobre desastres y ambiente, fueron publicados más tarde, en 1990 por el IIED-AL en su revista “Medio Ambiente y Urbanización”. La reunión constituyó la última que logró celebrar este grupo de trabajo. La revista “Medio Ambiente y Urbanización”, que ha salido sistemáticamente a partir de diciembre de 1982, dedicó varios de sus números al tema ( junio 1987 y marzo 1989), incluyendo varios artículos de investigadores latinoamericanos (ver por ejemplo, la serie de artículos breves escritos por Bruno Revesz, “Los castigos de Piura”; de Nora Clichevsky, “Las inundaciones en el sur de Brasil” y de José Blanes, “Inundaciones en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia” y nueve artículos sobre el tema en Argentina, publicados en octubre de 1989).
En Argentina, durante estos años también se formó una red para sensibilizar a académicos y funcionarios del gobierno en el tema. Su procedimiento consistió en realizar 6 seminarios nacionales durante 6 años consecutivos, seminarios que lograron por primera vez, que se sentaran en un taller en Argentina, académicos de ciencias sociales, biólogos e ingenieros. En el ámbito de la investigación, se realizaron en este país trabajos pioneros sobre desastres en centros urbanos y su vinculación con el ámbito rural, línea que continúa hasta el presente reflejada en el trabajo de Hilda Herzer, Graciela Caputo y Raquel Gurevitch.
Antes de continuar con una consideración de otros desarrollos que se dieron en América Latina durante los 80, particularmente en México y Centroamérica, tomaremos un tiempo para hacer algunos comentarios generales y examinar algunas de las pautas marcadas por los estudios y autores comentados hasta el momento, pautas con referencia al enfoque y a la temática, institucionalidad y trasfondo profesional, los cuales tienen relevancia para el futuro del desarrollo de los estudios sociales en la región.
Un primer aspecto, se refiere a los antecedentes profesionales de los autores e investigadores citados hasta el momento en nuestro escrito. Aquí, es importante destacar que ninguno de los autores mencionados hasta este momento, tenían antecedentes en los estudios sobre desastres, mucho menos un trasfondo académico en la temática. Procedían, genéricamente, del área de los estudios del desarrollo y con preparación académica en temas como el desarrollo urbano y regional, medio ambiente, participación popular, y descentralización, o de las ingenierías civil y geológica. Además, con la excepción de las influencias externas y contactos trasmitidos a través del trabajo de autores como Davis, Cuny y Turner, y a pesar de estar trazando líneas similares de indagación y análisis que informaron el trabajo de Westgate, Wisner, O’Keefe, Oliver Smith y otros colegas en Europa y los Estados Unidos, no tuvieron contacto con estos últimos autores ni conocimiento de sus trabajos y escritos, lo cual ilustra una vez más los problemas de comunicación entre esas regiones y América Latina, situación que en menor medida subsiste hoy en día.
El interés que tuvieron en la temática y el enfoque que postularon, fue incitado por el impacto de los desastres que sucedieron en los 70s, y particularmente en los 80s, y por sus propios antecedentes académicos y profesionales. Estos últimos condicionaron su forma de ver el problema, marcándola de una integralidad y holismo, todo, girando en torno al problema del desarrollo y la producción social de la vulnerabilidad. En este sentido, su punto de entrada al problema es parecido al de los fundadores de la “escuela de la vulnerabilidad” en Europa, en los 70, quienes también entraron a la temática informados por una visión del desarrollo y el subdesarrollo forjado por su trabajo anterior, particularmente en zonas rurales de África. Este enfoque sería el que dominaría los estudios sociales en la región durante la década de los 80 y particularmente en la siguiente. Contrasta notoriamente con la visión fisicalista del riesgo, propio de los exponentes de las ciencias básicas o con la visión ingenieril del riesgo, donde la vulnerabilidad constituye un factor estructural relacionada con las características y calidad de la infraestructura construida.Esta última visión, necesaria más no suficiente, merece no obstante, mencionarse por la virtud de haber sido fácil de comprender y metodológicamente robusta. Su origen se encuentra en los trabajos de los profesores George Housner de CALTECH y Robert Whitman de MIT (1973) en los Estados Unidos y, muy particularmente, de Michael Fournier d’Albe (1979) en Europa. Su heurística y terminología, ajustada y promovida en la región por autores como Cardona (1985, 1986, 1990, 1993), fue la base del primer intento de unificación de términos realizado por la antigua Oficina del Coordinador de las Naciones Unidas para la Atención de Desastres, UNDRO, y que se publicó con el título “Natural disasters and vulnerability análisis”, en 1980. Este documento, resultado de la reunión de expertos que presidió Michael Fournier d’Albe en 1979, se convirtió en una referencia obligada en el momento de definir términos y plantear modelos de evaluación.
Por fin, en América Latina, con algunas excepciones, ni durante la década de los ochenta, ni durante la pasada, se produjo el desarrollo de enfoques disciplinarios puros, como ha sido el caso con la sociología, la geografía social, la antropología, la economía y la administración, en los Estados Unidos, Canadá, Europa y Australia. La tendencia siempre ha sido hacia enfoques más holísticos, multidisciplinarios, y estructurales, sin querer decir que esto es necesariamente una situación absolutamente óptima. Las pautas y enfoques fueron marcados por la particular forma de entrar al problema de los practicantes mismos y sus antecedentes en los estudios del desarrollo. Aquí, es de recordar que a diferencia del norte, en América Latina durante la década de los 80 no existían cursos especializados de pre o postgrado sobre el tema de los desastres y pocas carreras universitarias abordaron el problema desde una perspectiva social, lo cual significaba que cada cual que entraba al tema, lo hacia a través de sus propios filtros temáticos y disciplinarios. La formación “académica” en el tema en la región, se reducía en aquel entonces, a la oferta de capacitación que hicieron instituciones internacionales de prestigio, como la Oficina de Asistencia a Desastres en el Extranjero – OFDA - de la Agencia para el Desarrollo Internacional, AID, de los Estados Unidos, la OPS y la UNDRO. En particular, esto se dio en el tema de los preparativos y respuesta a los desastres o en relación con los enfoques de las ciencias básicas o aplicadas.
OFDA es una de las instituciones internacionales que sin lugar a dudas marcó pauta y formó escuela en la región desde los 80 en adelante, haciendo un destacado aporte en la administración para desastres, particularmente por el lado de los preparativos y la respuesta.
La oficina regional de OFDA, liderada por el ingeniero Paul Bell, desde su apertura en Costa Rica en 1983 hasta la temprana y trágica muerte de Paul en 2003, ha sido fundamental por la continuidad que ha dado en la formación de profesionales para la respuesta a desastres y en el mejoramiento de las estructuras nacionales de emergencia en todos los países. Sus cursos de capacitación de capacitadores en administración para desastres y en evaluación de daños y necesidades, han formado a miles de personas en la región, durante los últimos 20 años. Es importante destacar que a pesar de tener un mandato particularmente en la respuesta a desastres, OFDA ha ejercido también una influencia importante en el desarrollo y consolidación de la prevención y mitigación, con una creciente injerencia durante los últimos cinco años del decenio de los 90 y a partir del 2000.
Guiada por la visión y el pensamiento progresista de Paul Bell, OFDA se convirtió en uno de los más firmes aliados de la noción de la reducción del riesgo y del papel de ésta en la búsqueda del desarrollo sostenible, sin que por eso dejase de lado su necesaria presencia en el área del manejo de desastres. Además, Paul Bell fue siempre un fiel aliado y amigo de LA RED y en su insistencia en la reducción del riesgo como plataforma de acción. Reconociendo las diferencias en enfoque y cobertura de esta organización, comparada con OFDA, manifestó en una reunión de presentación de LA RED en Costa Rica en 1996, su esperanza de que “nunca desapareciera LA RED porque hacía cosas importantes de investigación, sistematización y crítica, que OFDA nunca podría hacer”.OFDA, representada por Paul Bell estuvo presente en la reunión de presentación de LA RED celebrada en San José en agosto 1992, un día después de su formación en Limón, y la acompaño, avaló y apoyó a lo largo de 11 años, incluyendo el respaldo importante que dio a la organización de la primera Conferencia Hemisférica sobre Desastres y Ambiente, organizado por LA RED, la OEA - representada por Stephen Bender - y la Universidad Internacional de Florida - representada por Walter Peacock -, la cual se celebró en Miami en 1996. El presente escrito, además de su objetivo fundamental, es también un reconocimiento a la labor y amistad de Paul con LA RED durante los años de formación y consolidación de ésta como organización.
Un segundo aspecto importante de rescatar en términos de antecedentes, se refiere a las relaciones que se establecieron entre aquellas pocas almas que trabajaron el tema durante los 80. Aquí, en general, había poco contacto físico y definitivamente poca experiencia de trabajo colectivo, a pesar de la similitud de los enfoques que manejaron los distintos investigadores.
Las distancias entre países, el poco interés en el tema dentro de las ciencias sociales en general, la falta de institucionalización del problema y de financiamiento, entre otras razones, ayudan explicar por qué los encuentros y colaboraciones fueron infrecuentes. La primera reunión de CLACSO de 1984 permitió un contacto entre personas como Maskrey, Herzer, Caputo, Romero, y Eduardo Franco, quienes serían quizá los únicos, entre los participantes de esta primera reunión, que seguirían con su trabajo e interés en el tema. Maskrey y Wilches-Chaux se conocieron en la reunión de Ochos Ríos e, inclusive, ascendieron juntos las cataratas de Dunas River inmersos en conversaciones, pero no mantuvieron relaciones de trabajo de ahí en adelante durante los 80. Infrecuentes encuentros se dieron entre profesionales en los países andinos, pero sin amalgamar esquemas de colaboración institucional y profesional. En fin, el pequeño grupo de personas interesadas en el problema desde una perspectiva social se encontró disperso, trabajando en relativo aislamiento. En estos primeros años y a lo largo de la década de los 80, sería difícil hablar de una escuela de pensamiento social en la región; pero al menos, se empezaban a establecer las pautas para la evolución de un tipo de indagación que se mantendría y aumentaría en importancia en el futuro.
Un tercer punto se refiere precisamente a los intereses y temas que informaron el trabajo de Maskrey, Wilches-Chaux, Herzer y colegas, Cardona, etc., y su pertinencia para el futuro. Aquí no es aventurado afirmar que en el trabajo de estos autores se encuentra la semilla e ideas que promoverían una parte importante de los estudios desarrollados en el período posterior y hasta la fecha. Como veremos más adelante, nuevas ideas, precisiones, evidencias empíricas, retos y desafíos, han surgido y sido impulsados, en un medio mucho más amplio que el que existía en aquel momento, pero son estos estudios y debates pioneros los que marcaron la pauta para el futuro.
La noción de la mitigación popular (y las ideas y convicciones que subyacen tras ella) promulgada por Maskrey y sus colegas, siguen en pie hoy en día. La insistencia sobre la participación activa y el rol protagónico de las comunidades, (y de la participación de las comunidades como prerrequisito de la sostenibilidad), sobre la necesidad de un entendimiento profundo de las realidades propias de las comunidades, de la necesidad de orientar el trabajo con comunidades, tomando en cuenta sus condiciones de vulnerabilidad frente a la vida cotidiana, la necesidad de la organización en el ámbito local y la opción de trabajar el tema de la mitigación como opción más duradera a favor del desarrollo social, económico, cultural y político de las comunidades, siguen siendo los pilares de un enfoque exitoso con la mitigación popular o gestión local del riesgo como más se le conoce hoy en día. De la insistencia en la necesidad de tomar en cuenta las necesidades diarias de la población en la búsqueda de promover la mitigación y de considerar de forma cercana la forma en que ella misma ve el problema, se estableció la base para la discusión en los 90, de la idea de los “imaginarios” de la población y de la subjetivización del riesgo, nociones que han tenido gran aceptación entre los estudiosos del problema. La insistencia en la comunidad y en lo local como espacios de acción, presagiaba la fuerza que los enfoques locales asumirían en el futuro, en los planes y estrategias de muchas organizaciones, contrastándose con los enfoques centralizados y tecnocráticos que dominaron en aquel entonces.
Las ideas sobre la vulnerabilidad que desarrollara Wilches-Chaux, a pesar de modificaciones en su contenido y en definiciones, informaron el trabajo llevado a cabo en la región y siguen haciéndolo hoy en día. Su insistencia en el carácter multifacético de la vulnerabilidad, la cual llevaba el análisis mucho más allá de la consideración del problema, en términos de dónde y cómo construyen las personas, fue decisiva en el debate sobre otros muchos componentes que deben estar en juego en lo que se llama la “prevención y mitigación de desastres” — la educación, la cultura, las relaciones con el medio ambiente, entre otros - . Su insistencia en la relación entre desastres y desarrollo y desastres y ambiente, ha sido retomada posteriormente en múltiples ocasiones. Más allá del trabajo de Wilches-Chaux, el ambiente existente en Colombia después de 1986, con los líderes del nuevo sistema estatal promoviendo visiones más holísticas o integrales, ofreció un ambiente propicio para un cambio de enfoque. Los mismos altos funcionarios de las organizaciones nacionales, personas como Omar Darío Cardona, fueron promotores y aliados del enfoque social propuesto y su trabajo abrió oportunidades de investigación y de trabajo en el ámbito local.
Finalmente, el trabajo de Caputo, Herzer, Hardoy y colegas, sirvió para establecer una pauta de análisis fundamentada en la idea de los desastres como problemas del desarrollo y ambientales. Adicionalmente, debido a que los análisis presentados en su libro se referían a casos de inundación y sequía en particular, ampliaron los intereses en los desastres de los temas dominantes de la sismicidad y el volcanismo. Pusieron en contacto, con los seminarios de Bolivia y de Chile, investigadores quienes más tarde establecerían lazos de colaboración que han ayudado a fortalecer la creciente escuela de pensamiento social sobre el problema. Cada área del conocimiento requiere de empresarios académicos y prácticos para promoverlo. Los arriba mencionados jugaron este papel, sin, tal vez, saberlo.
Cuarto, y último, es importante destacar la forma en que el debate y los escritos sobre los riesgos y desastres derivan en gran parte de una combinación entre el trabajo directo con comunidades y el desarrollo conceptual y teórico del problema. El diseño de esquemas de acción desde el Estado y las ONG, en un nivel empírico, que propició una sistematización de experiencias y aprendizajes, se combinó con trabajo aportado desde la academia, permitiendo un desarrollo conceptual basado en la investigación científica más tradicional. En el futuro será la combinación de aportes de distintos actores, ubicados en instituciones diversas - ONG, universidades, organismos estatales e internacionales - , lo que marcará el desarrollo de las ideas en la región con los beneficios de la fluidez que permite la comunicación entre estos sectores. Esto contrasta con la situación en “el norte” donde hay una separación más rígida entre los académicos y los “practitioners”. En América Latina los que dieron los primeros pasos que describimos combinaron el trabajo en la universidad, en su vínculo con el Estado y las ONG, con trabajo directo con la población. Por otro lado, vivieron el riesgo día tras día en sus países de origen. Por ejemplo, Maskrey recuerda que durante El Niño de 1983, los hielos que se sirvieron en los tragos en Lima, tenían un peculiar color marrón debido a la cantidad de sedimento en el río Rímac. En otras palabras, los escritos e investigaciones no partieron de una revisión académica de bibliografía en la aridez de los campos universitarios, sino que surgieron directamente de las vivencias de los autores, confrontados con las discusiones conceptuales y teóricas, todo lo que viene a resultar en una teoría viviente o activa, si se la puede denominar se esa manera.
Volvamos ahora al análisis de los otros aportes de la década de los ochenta en la región detallados como sigue:
México es un país de enormes proporciones, sujeto a los efectos de una gama muy amplia de amenazas naturales. Su historia está repleta de casos de desastres, desde los asociados con las inundaciones que afectaron continuamente a la naciente Ciudad de México después de la conquista y que condujo finalmente a la decisión de drenar el viejo Lago de Texcoco, hasta casos repetidos de sequía en distintas zonas del país. A pesar de esto, con la excepción de los estudios realizados por profesionales de las ciencias básicas e ingenieriles, hasta 1985 era difícil identificar investigaciones llevadas a cabo sobre la temática, mucho menos desde la perspectiva de las ciencias sociales. García Acosta (1993), apunta al hecho de que en términos de los estudios históricos sobre desastres, éstos se limitaron a unos pocos, principalmente de tipo descriptivo, cronológico, casuístico, destacando los aportes de Florescano (1980) sobre sequías y crisis agrícolas, Sanders (1970) sobre eventos meteorológicos sucedidos en el Valle de México desde la época prehispánica hasta el siglo 20, los catálogos sobre temblores (Bustamante 1837; Orozco y Berra 1887), y el de Boyer (1975) sobre la gran inundación del Valle de México entre 1629-1638. Aportes desde la sociología, economía, geografía, por ejemplo, se destacaron por su ausencia.
El terremoto de 1985 y sus efectos en la Ciudad de México, constituyó el desastre más impactante sufrido en el país durante el presente siglo. Los daños sufridos en la vivienda popular, la respuesta solidaria y organizada de la población, la desilusión con la respuesta oficial, entre otras cosas, fueron suficientes para incitar a una serie de científicos sociales a reflexionar y escribir sobre los acontecimientos, conduciendo a una producción de literatura abordada desde una perspectiva social poco usual en el país (ver, Núñez y Orozco 1989, Carbó et al., 1987, Di Pardo et al., 1987, Briseño y de Gortari 1987, Dowall y Perló, 1988). Mucha de esta literatura fue producida por científicos sociales, sociólogos y antropólogos en particular, quienes se desviaron momentáneamente de sus intereses centrales para dedicar tiempo al análisis de los efectos e impactos sociales del terremoto. Después de una efímera participación de tan inagotado tema, regresaron muchos a sus preocupaciones académicas habituales, para nunca más reflexionar sobre la que para ellos fue una nueva problemática. Pero algunos se quedaron con ella y constituyen hoy en día el grupo que más ha aportado al estudio social de los desastres en el país.
Entre los esfuerzos continuos y consolidados que emergieron después del terremoto, se cuenta el del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social - CIESAS - donde se formó un grupo de trabajo sobre el tema de la historia de los desastres en el país. Originalmente se había planteado realizar una cronología o catálogo de la sismicidad en México, pero la gran cantidad de información disponible brindó la oportunidad de plantear un esquema más ambicioso, con pretensiones multidisciplinarias y analíticas. Así se comenzó un proyecto interesante con la participación de científicos sociales y sismólogos, el cual se enfocó en el análisis de los sismos en el país a lo largo de su historia. Durante los 80 se publicaron varios títulos derivados del proyecto (véase, Rojas et al., 1987; García et al., 1987; Molina, 1991), y el objetivo del proyecto era la publicación final de tres volúmenes, incluyendo una cronología georreferenciada de eventos, una serie de estudios de casos y un análisis e interpretación sismológica. El primer volumen del estudio se publicó en 1996 (García Acosta y Suárez) bajo el título de Los sismos en la historia de México,que constituye un catálogo de sismos ocurridos desde la época prehispánica. A éste siguió el volumen 2 que, bajo el mismo título de Los sismos en la historia de México, constituye un análisis social de la información contenida en el primer volumen, acompañado de estudios de caso específicos (García Acosta, 2001).
El interés histórico por los desastres en México se ha ampliado, dentro del mismo CIESAS, con la incursión en la recuperación de información sobre los así denominados “desastres agrícolas”, que incluyen básicamente a aquellos de origen hidrometeorológico que afectaron particularmente la agricultura mexicana (García Acosta et al., 2003). Otra veta importante de los trabajos desarrollados en el CIESAS se relaciona con las explosiones de ductos de gasolina ocurridas en Guadalajara en 1992 (Macías y Padilla, 1993, Macías y Calderón, 1994) y, últimamente manteniendo un énfasis antropológico, con la ocurrencia de tornados (Macías, 2001) y la construcción de riesgos asociada con el fenómeno de El Niño.
Con la excepción del grupo de CIESAS, no se logró formar ningún otro grupo consolidado en torno al estudio de los desastres en México en los años posteriores al terremoto. Sin embargo, de manera más bien individual, se ha puesto de manifiesto el interés de una serie de profesionales dispersos en distintas instituciones en el país, particularmente en las ciudades de México y de Guadalajara, de los cuales se han derivado varias tesis de licenciatura y postgrado alrededor de la temática.
En vista de la importancia del tema y la dispersión de las personas interesadas, fue hacia principios de los noventa que el Consejo Mexicano de Ciencias Sociales, COMECSO, impulsado por su director, Manuel Perló y su secretaria ejecutiva, Elisabeth Mansilla, decidió formar un grupo de trabajo que buscaba estimular la discusión y la investigación sobre el riesgo y los desastres. En este grupo se encontraron muchos de los profesionales que en la década de los 90 producirían una parte importante de los estudios y literatura editada sobre el tema - García Acosta, Mansilla, Jesús Macías, Daniel Rodríguez, Mario Garza, Fernando Pliego y otros, a los que se sumarían posteriormente investigadores como Sergio Puente, Roberto Eibenschutz, Rossana Reguillo, Juan Manuel Ramírez, Aurelio Fernández y Alejandra López.
La última región en que hubo un desarrollo inicial del enfoque social sobre los desastres fue Centroamérica; y esto hacia finales de la década de los 80. Hasta ese momento la región había sido testigo de una importante cantidad de productos de investigación elaborados por sismólogos, volcanólogos, hidrólogos, geotecnicistas, geomorfólogos, meteorólogos y otros, sobre las amenazas, sus patrones temporales y espaciales. En la geografía, en Costa Rica en particular, unos pocos estudiantes habían hecho tesis sobre el tema de la percepción del riesgo, siguiendo la escuela de pensamiento de Gilbert White, Robert Kates, Ian Burton y otros en los Estados Unidos. Como comentamos anteriormente, la formación de CEPREDENAC, en 1988, tendía a fortalecer la visión del problema llevada a cabo desde las ciencias básicas. En las ingenierías, los sismos de San Isidro en Costa Rica, de México (1985) y de El Salvador (1986), combinados con los de Popayán en Colombia (1983) y Chile (1985), sirvieron para aumentar el interés y el trabajo desplegado en el análisis de la vulnerabilidad estructural de edificaciones, particularmente en el sector de la salud, debido a las grandes pérdidas sufridas en estos eventos.
Es en este contexto que surge una primera iniciativa de investigación de dimensiones regionales y de contenido social, promovida por la Secretaría General de la Confederación Universitaria Centroamericana – CSUCA - . Esta investigación, titulada “Desastres naturales y zonas de riesgo en Centroamérica: opciones de prevención y mitigación”, comenzó en 1989, con el apoyo financiero del Centro Internacional de Investigaciones para el Desarrollo-CIID, de Canadá, y comprendía a todos los países de América Central, con la excepción de Belice. El proyecto tuvo un período de ejecución de dos años. Para llevarlo a cabo se conformaron equipos multidisciplinarios de trabajo en cada país, con la presencia de geógrafos, abogados, sociólogos, ingenieros, arquitectos, y trabajadores sociales. Se involucraron las universidades miembros del CSUCA en Guatemala, Honduras, El Salvador, Costa Rica y Panamá y un ONG de desarrollo en Nicaragua, trabajando en cooperación con la Universidad
Centroamericana. La idea de desarrollar una red de instituciones e individuos en Centroamérica, bajo un enfoque social, de hecho, servía de base para el diseño del proyecto. Más de 25 personas colaboraron con él, de las cuales solamente una tenía alguna experiencia relacionada con la problemática de los desastres. Ni siquiera el coordinador del proyecto, autor del presente escrito, había trabajado el tema previamente. Esto reflejaba el contexto en la región en ese momento, donde era casi imposible identificar profesionales de las ciencias sociales con antecedentes en riesgos y desastres.
El proyecto se había elaborado en 1987, antes del impacto de los huracanes Gilberto y Joan, en setiembre y octubre 1988, cuando el suscrito se desempeñaba como Director del Programa Centroamericano de Investigaciones del CSUCA. No recuerdo qué fue lo que me estimuló a elaborar el proyecto, dado que nunca había pensado en los desastres como un problema de investigación. A lo largo de los años me había concentrado en los temas del desarrollo regional y urbano, las migraciones internas, el medio ambiente y el empleo urbano y estatal. En fin, el proyecto se elaboró, echando mano de la poca literatura que se encontraba disponible y definitivamente, el enfoque que se le dio, derivaba más de ideas que surgieron a raíz de intereses académicos previos, que de un gran conocimiento de la literatura especializada disponible. Esto en sí es interesante, porque desde el inicio de la idea que dio luz a este proyecto, parecía claro que el problema del riesgo y desastre tenia una intima relación con los temas que había trabajado con anterioridad — el desarrollo, lo regional, lo urbano, la migración, la participación, la descentralización y los recursos naturales y el medio ambiente. Tal vez la formación como geógrafo, ayudó en encontrar la diversidad encerrada en este nuevo interés académico y la esencia del problema de las relaciones entre la sociedad y su entorno, su medio ambiente.
Entre los trabajos que sí se encontraron, más por casualidad que por otro motivo, y que contribuyeron a dar forma al marco teórico y conceptual global, es importante mencionar el libro editado por Kenneth Hewitt en 1983, bajo el título “Interpretations of calamity” (“Interpretaciones de la Calamidad”) y, en particular el capítulo introductoria del libro escrito por el mismo Hewitt, que él denominó “La idea de calamidad en una época tecnocrática”.
El libro de Hewitt y colegas, casi desconocido en América Latina hasta la década pasada, comprende una de las obras más significativas jamás publicadas sobre el tema de los riesgos y los desastres. Los argumentos que desarrolla, convenientemente "ignorados" durante largo tiempo en mucha de la literatura publicada en el norte, tal vez por su trasfondo marxista y el contenido eminentemente político de sus conclusiones (ver, Varley, 1994), representan una continuidad de la tradición fomentada por los investigadores de la Universidad de Bradford y constituyen la base de una parte significativa de la literatura publicada sobre el tema de la construcción social del riesgo y la vulnerabilidad durante la presente década. Maskrey comentó en 1993, en la presentación del primer libro de LA RED, “Los desastres no son naturales”, que el libro "representa, en nuestra opinión, el esfuerzo más importante realizado hasta el momento de globalizar una teoría social sobre los desastres naturales".
El capítulo introductorio escrito por Hewitt, presenta la destrucción más contundente y elegante jamás escrita, de la visión naturalista o fisicalista de los desastres y del tipo de acciones tecnocráticas que de ésta suelen derivarse para enfrentarlos. El capítulo de Michael Watts provee una crítica epistemológica incisiva de las visiones dominantes de los desastres, incluyendo la desarrollada por los geógrafos sociales de la escuela que giraba en torno a las ideas de Gilbert White, ¡de la cual formó parte el mismo Hewitt en algún momento! Los demás capítulos del libro, con variados niveles de éxito, presentan una serie de casos de estudio, en su mayoría sobre el Africa rural, que muestran las formas en que el riesgo se construye al interior de la sociedad, producto de diversos procesos económicos, sociales y políticos que fomentan la marginación y el subdesarrollo de diversas colectividades humanas, aumentando su incapacidad de ajuste frente a los impactos de las amenazas de sequía, inundación, etc. Hewitt, quien seguiría con interés en el tema de los desastres hasta el presente, publicó en 1997 otro libro de una calidad extraordinaria y de referencia obligada, titulado “Regions of risk”, en el cual da seguimiento al trabajo de años anteriores, extendiendo su análisis para incorporar una consideración del problema de la guerra y del genocidio.
En fin, el proyecto centroamericano se elaboró y se envió a varias agencias internacionales, con la esperanza de que alguna lo encontrara interesante y digno de financiamiento.
Después de varios meses, el Ministerio de Cooperación de Holanda, uno de los lugares donde se había enviado el proyecto, respondió diciendo que les parecía una buena propuesta, pero consideraban que todo ya estaba dicho sobre el tema y no lo iban a financiar. Después de esto, se produjo el silencio de todas las agencias, que ni siquiera se tomaron la molestia de informar que habían recibido el documento del proyecto. La idea se archivó, y se seguía con el trabajo rutinario en la gestión de investigación regional con el CSUCA. Esta indiferencia hacia el enfoque social del tema del riesgo y los desastres, que manifestaron las agencias internacionales, refleja tanto la ignorancia hacia el particular, así como la dificultad que existía en aquel momento de acceder a financiamiento para desarrollar investigaciones en esta área temática, que no se circunscribieran al ámbito técnico – científico, para el cual había entonces millones de dólares disponibles, como se señaló anteriormente. Sin embargo, como en toda aventura académica y científica, las cosas pueden cambiar de día a noche y temas que antes no parecieron de interés para las agencias, de repente, por razones diversas, lo son. Lo que sigue es una ilustración de esto y de la forma fortuita en que contextos y prioridades pueden cambiar.
Así, en octubre de 1988, el huracán Joan asoló Nicaragua menos de un mes después del impacto de Gilberto en esta misma región. Además, ya era conocido que la década de los 90 se había declarado el Decenio Internacional para la Reducción de los Desastres Naturales por parte de las Naciones Unidas. Dos días después del paso de Joan por Nicaragua, recibí una llamada telefónica de alguien desconocido en ese momento, que pertenecía al CIID de Canadá. Expresaba su interés de llevar a cabo estudios sobre desastres desde una perspectiva social en Centroamérica y preguntaba si el proyecto remitido el año anterior, el cual habían encontrado por casualidad en los archivos del CIID, ya tenía financiamiento. Al responderle que no, ofreció de inmediato el apoyo de su institución y en poco tiempo se hizo realidad la disponibilidad de un fondo que hizo finalmente posible desarrollar la investigación, con una cifra que superaba un cuarto de millón de dólares. Claramente, el interés del CIID había sido estimulado por circunstancias del momento que llevaron a que un tema de poca o nula relevancia para las agencias, se tornara de pronto en una prioridad y una excelente ocasión para aportar respaldo institucional y financiera, gracias a una trágica coyuntura. Este mismo cambio de actitud por parte del CIID fue evidente también, a través de conversaciones con investigadores tales como Herzer y Maskrey, quienes en su momento, buscaron igualmente, el apoyo de la misma agencia, sin éxito, hasta después de 1988.
Durante los cinco años siguientes, el CIID se convertiría en uno de los más importantes baluartes de la investigación social en el tema y jugaría un papel importante en la formación de LA RED en 1992, para después, sin embargo, distanciarse, en otro cambio de postura, ya fuera fortuito o debido a razones políticas, a partir de 1993. . Esta circunstancia coincidió con una modificación en las prioridades de la institución, después de la reunión mundial sobre medio ambiente que se efectuó en Río de Janeiro en 1991, cuando el CIID fue llamado a jugar un rol protagónico en este otro tema por parte del gobierno de Canadá, al que le preocupaba fundamentalmente el seguimiento de los acuerdos y prioridades establecidos en esa reunión. A su vez, el tópico de los desastres no apareció en esa agenda de forma explícita, sino más bien de manera subyacente, en forma indirecta, a través de temas tales como el agua, la basura, la agricultura urbana y otras. Afortunadamente para los estudios y proyectos en riesgos y desastres, con la declaratoria del DIRDN, otras fuentes de apoyo para la investigación surgirían, compensando la pérdida del CIID, cuyo rol había sido de suma importancia en la promoción temprana de esta nueva preocupación científico - académica.
El proyecto centroamericano tenía una serie de objetivos ambiciosos y diversos. Primero, pretendía elaborar la reconstrucción histórica de la incidencia de desastres en los países, la identificación de zonas de amenaza y la recopilación de información sobre la vulnerabilidad de la población. Segundo, planteaba un análisis exhaustivo de las políticas, programas e instrumentos legales y normativas existentes, de relevancia para una intervención en la problemática, en el ámbito de la prevención y la mitigación. Y, tercero, la realización de una encuesta de pobladores en cuatro zonas de riesgo en cada uno de los países, para conocer actitudes y percepciones sobre la problemática y la intervención sobre la misma. Los resultados del proyecto fueron plasmados en informes de cinco volúmenes para cada país y en un Informe Regional Comparativo (Lavell, 1991; véase también, Lavell, 1989, 1993 y 1994). Por su cobertura nacional y temática, el proyecto se constituyó en el más ambicioso llevado a cabo hasta la fecha, por una institución académica en América Latina, con base en un enfoque social y sigue siendo referenciado por investigadores de dentro y fuera de la región. Además de su perspectiva social, en él se reivindicaba el rol de lo local y se destacó la importancia de los eventos pequeños y medianos en la constitución del riesgo y el problema de los desastres en la región. Permitió el desarrollo de recursos investigativos y de ciertos compromisos institucionales con el tema, así como la incorporación o la permanencia, según fuera el caso, de varios de los investigadores involucrados con el tema hasta hoy (entre ellos, Gisela Gellert, Nelson Arroyo, Catherine de Castañeda, José Luis Gandara, Allan Lavell). Daría cabida a un segundo proyecto regional financiado por el mismo CIID entre 1992-1994, sobre el tema de la vulnerabilidad de comunidades urbanas, que permitió la consolidación en el ámbito de la investigación, de algunos de los investigadores del primer proyecto y la introducción al tema por parte de otros investigadores en la región (Manuel Arguello, Mario Lungo, Patricio León, Sonia Baires, Cristina Araya, Nora Sequeira). Sobre esta investigación comentaremos en detalle más adelante.
Finalmente, a través del proyecto, su coordinador tuvo la oportunidad de asistir a la segunda reunión de CLACSO en Santiago de Chile en 1989, donde pudo establecer lazos de intercambio y colaboración con profesionales tales como Hilda Herzer, de Argentina y Eduardo Franco, del Perú.
Hemos dedicado bastante espacio en la presentación de una visión relativamente completa de los primeros estudios originados en la región, de los profesionales involucrados, de sus antecedentes académicos y de las instituciones que hicieron parte del proceso durante este período, todo ello porque este es un requisito fundamental para entender de dónde venían las preocupaciones sobre el tema y sus perspectivas de análisis. También, porque tuvo una influencia decisiva en términos del desarrollo más amplio y consolidado que alcanzarían los estudios sociales en la siguiente década. Las bases, las temáticas prioritarias, el enfoque, las instituciones y un número importante de los profesionales más vinculados a esta problemática de estudio, aparecieron en este período.
En lo que se refiere al enfoque, a diferencia de lo que sucedió en el norte, con su fuerte énfasis en la aproximación a la cuestión a partir de esquemas disciplinarios, particularmente en la Sociología y la Geografía Social, y su concentración en el tema de la respuesta, la percepción y la organización, en América Latina, el punto de partida para el trabajo, era la relación entre desastre y desarrollo y entre desastre y medio ambiente, - con un fuerte interés en el problema de la prevención - y mitigación. Esto reflejaba no solamente lo que se podía considerar prioritario para la región, sino también los
antecedentes profesionales de aquellos que se involucraron con el tema, con su fuerte predisposición hacia los estudios del desarrollo y la multidisciplinariedad. La combinación de esfuerzos llevados a cabo desde distintos tipos de instituciones, ONG, académicos, organizaciones estatales e internacionales, permitía una convergencia paradigmática con insumos complementarios generados desde distintas perspectivas. El enfoque mostraba una convergencia con el de la escuela de la vulnerabilidad, desarrollada por profesionales como Westgate, Wisner, O’Keefe y Hewitt, con influencias de Cuny, Davis y algunos sociólogos, principalmente de Europa — Pelanda y Dobrowsky, por ejemplo - .
Al final de la década, sin embargo, aún existían pocos lazos de colaboración directa entre los distintos estudiosos del problema. El grupo en Centroamérica trabajaba sin conocer, en gran medida, a sus colegas del sur y norte; igual sucedía con los profesionales en México. Tal vez era en la región andina donde más contacto había entre los distintos países, particularmente entre Perú, Ecuador y Colombia. De hecho en esta región comenzaron a proponerse ideas en cuanto a la necesidad de consolidar esfuerzos, a través de la creación de una red de profesionales trabajando temas similares, particularmente el de la mitigación popular y el desarrollo local.
LA FORMACIÓN DE LA RED Y SU CONSOLIDACIÓN: 1990-2004.
El contexto
El primero de enero de 1990, comenzó oficialmente el DIRDN. Este acto traía consigo muchas esperanzas para los que trabajaban en el tema de los desastres, incluyendo un aumento en la conciencia sobre el problema en el ámbito nacional y mundial, así como en el compromiso político frente al problema, especialmente en los países del Tercer Mundo y en el apoyo concedido por parte de las agencias financieras internacionales y los organismos nacionales. Estos fueron sólo algunas de las esperanzas implícitas o explícitas que surgieron a partir de la declaración del DIRDN, con el cual, inevitablemente, el número de conferencias, reuniones, seminarios y publicaciones sobre los desastres y el riesgo iba a crecer, abriendo una oportunidad para establecer mayores contactos y la difusión de enfoques y actividades en distintas partes del mundo.
Sin embargo, entre algunos profesionales, dedicados a difundir un enfoque social de los desastres, también existía el temor de que la forma en que los objetivos del DIRDN habían sido formulados, con un énfasis muy definido sobre el estudio de las amenazas y la transferencia tecnológica (¡obviamente de los “avanzados” a los “atrasados”!), iba a incitar un fortalecimiento del paradigma ‘fisicalista’, a costa de visiones alternativas más integrales, fundamentadas en lo social, y con una propuesta que otorga su debido lugar y relevancia a los niveles comunitarios, locales y a organizaciones no gubernamentales de base o de la sociedad civil en general. También se temía que hubiese un fuerte interés en promover una mayor tecnocratización del problema y su canalización casi exclusiva a través de los organismos oficiales, científico-técnicos, e internacionales; todo lo cual no sería otra cosa que un fortalecimiento del status quo, en lugar de la diversificación y la integración, tan esperada y necesaria.
Es dentro de este contexto que surge la iniciativa en América Latina de crear una Red de académicos y practicantes trabajando el tema desde la perspectiva social. De esta forma se esperaba aprovechar, a través de la colaboración y comunicación, los pocos recursos humanos existentes que se dedicaban a la investigación y la acción, llevada a cabo bajo los parámetros del paradigma social y de la vulnerabilidad. Esta idea se concretó con la formación de La Red de Estudios Sociales en Prevención de Desastres en América Latina — LA RED - , en agosto de 1992.
Después de 1985, cuando se retiró de PREDES, y hasta 1990, Maskrey se había alejado paulatinamente del tema de los desastres y había vuelto a ocuparse de temas relacionados con la vivienda, el desarrollo urbano y regional. Entre 1985 y 1987, Maskrey había vuelto a Inglaterra a trabajar otra vez con John Turner y a su retorno a Perú en 1987, como nuevo Director de IT Perú, tuvo solamente un interés parcial en el tema de los desastres, hasta el sismo de 1990 que afectó la zona del Alto Mayo, donde en ese mismo momento el IT estaba trabajando el tema del desarrollo regional.
El desastre ocurrió en una zona de la región amazónica donde Maskrey acaba de terminar un estudio recientemente publicado sobre el proceso de urbanización, razón por la que conocía íntimamente esta región y a sus líderes Casualmente, él acaba de construir una casa en Magdalena-del-Mar, Lima, con una tecnología basada en la quincha (bahareque) mejorada, que el estaba convencido era la solución para la reconstrucción de la zona ahora afectada por el sismo. Maskrey se sintió emocional y profesionalmente llamado a involucrarse y pocos días después del evento, había logrado poner en marcha el Plan de Reconstrucción del Alto Mayo, a través del cual se reconstruyeron miles de viviendas con la tecnología propuesta y con los métodos de intervención desarrollados en PREDES. Alentado por este inesperado éxito, IT Perú formuló un proyecto de reducción de riesgos en dos regiones del Perú (San Martín y Grau) y Maskrey, junto con colegas como Juvenal Medina, quien también había trabajado en PREDES, y Duval Zambrano, se volvió a meter de lleno en el tema de los desastres y sobretodo, retomó la idea planteada en su libro,”El Manejo Popular de los Desastres”, de estimular un trabajo en red.
En febrero 1991, con motivo de una conferencia sobre sismos y tsunamis celebrada en el puerto de Esmeraldas, Ecuador, se conocieron Maskrey, Velásquez, Cardona y Ricardo Mena (miembro este último del grupo “Compañeros de las Americas”), y empezaron a barajar opciones de trabajo colaborativas en la región andina. Una primera propuesta de trabajo conjunto entre Perú y Ecuador no dio mayores frutos, pero quedó latente la idea de una red de colaboración sin que se llegara a visualizar la forma que esta tomaría. No había tampoco hasta ese momento, contactos entre la región andina y los proyectos en marcha en México y Centroamérica, que pudieran haber incitado una discusión para formar una red más amplia.
Muy poco después, sin embargo, con ocasión de una conferencia celebrada en Londres en mayo de 1991, Maskrey conoció por primera vez y muy de paso a Lavell y a Tony Oliver Smith (ver Varley, 1993). Luego, en julio del mismo ano, con ocasión de una conferencia organizada por la Universidad de California en Los Ángeles, Maskrey y Lavell se reencontraron y conocieron a Virginia García Acosta de México. Es en ese momento cuando la idea de una red latinoamericana dio un salto cualitativo. La reunión en Los Angeles fue la primera gran conferencia internacional sobre el tema a la cual había asistido Maskrey desde 1984, cuando se efectuó la de Ocho Ríos, y su reacción fue primero de sorpresa y luego de disgusto, al descubrir que la “comunidad” seguía dominada por un lado, por los “fisicalistas” y por otro, por los operadores de emergencias. Las personas que abogaron en su momento por un enfoque social, eran tan pocas y estaban tan aisladas como siete años antes.
En Los Angeles, durante largas sesiones de fumado y café en el patio de la reunión, comenzaron a hablar en serio Maskrey y Lavell. Luego, aprovechando un encuentro con García Acosta en un restaurante angelino, se llegó a compartir la idea que Maskrey había planteado a Cardona, Mena y Velásquez a principios del mismo año, pero ahora con la idea de constituir una red más amplia, incorporando a la región andina, Centroamérica y México.
Unas semanas después, Maskrey cruzó por primera vez el umbral del Overseas Development Administración(ODA) del Reino Unido y solicitó recursos para apoyar un programa regional para documentar, sistematizar y compartir experiencias sobre mitigación de desastres en América Latina. Fue él, tal vez, el más sorprendido cuando recibió una respuesta afirmativa.
Después, a principios de 1992, por iniciativa del grupo de trabajo sobre Desastres de COMECSO en México, se celebró una Conferencia sobre Desastres Naturales y Protección Civil, a la cual, en adición a los organizadores del evento, Manuel Perló y Elizabeth Mansilla, asistieron, otra vez, Maskrey, Lavell, y García Acosta; además de Tony Oliver-Smith (que posteriormente sería uno de los miembros de LA RED, y que al segundo día del seminario sufrió un desastre propio y se vio obligado a abandonar abruptamente una contaminada ciudad de México debido a un ataque severo de asma); y un grupo de científicos sociales mexicanos trabajando el tema, incluyendo a Fernando Pliego, Daniel Rodríguez, Sergio Puente, Roberto Eibenschutz y Linda Manzanillo y algunos investigadores destacados del área técnico-científico, como Roberto Meli.
En adición a la posibilidad de discutir por primera vez en América Latina con un grupo tan grande y diverso sobre el problema de los desastres desde una perspectiva social (había presente en la reunión un importante número de representantes de los organismos científicos, técnicos y oficiales), fue durante esta conferencia, en restaurantes y bares una vez más, que la decisión final se tomó, por iniciativa de Maskrey y con base en el financiamiento de la ODA, de organizar una reunión regional para discutir la formación de algún tipo de programa latinoamericano. Aprovechando el desempleo temporal de Lavell, Maskrey le solicitó que se encargara de la organización de la reunión en Costa Rica bajo la única condición de que se realizara un componente de la misma en Puerto Limón, en el Caribe de dicho país, región que había sido afectada seriamente en 1991 por el sismo más grande sufrido en Costa Rica desde 1910. La idea de realizar una reunión en una zona periférica del país, no solamente pretendía rescatar su significado en términos de desastre, sino también reivindicaba una idea que LA RED tomaría después en la organización de sus reuniones, la que consistía en promover la noción de integración de la provincia en los debates sobre el tema y una descentralización de las ciudades capitales para sus reuniones.
Así, en agosto de 1992, se encontraron en San José, Costa Rica, un grupo de 16 profesionales de Brasil, Perú, Ecuador, Colombia, Costa Rica, México y Canadá, representando a trece instituciones (Maskrey, Duval Zambrano y Juvenal Medina de ITDG, Perú; Ricardo Mena de Compañeros de la Américas, Quito; Omar Darío Cardona de la Dirección Nacional para la Prevención y Atención de Desastres, de Bogotá, Andrés Velásquez del Observatorio Sismológico del Sur Occidente (OSSO), de Cali, Gustavo Wilches-Chaux de FUNCOP, de Popayán, en Colombia; José Bolivar Vieira de Rocha del Centro de Investigaciones sobre Calamidades, de la Universidad de Paraiba, Campina Grande, Brasil; Lavell y Cristina Araya de FLACSO; Alfonso Jiménez del Consejo de Iglesias para las Emergencias y la Reconstrucción, San José, Costa Rica; Mansilla de COMECSO, Jesús Manual Macias de CIESAS y Fernando Pliego del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, México; Raymond Wiest del Departamento de Antropología y de la Disaster Research Unit, de la Universidad de Manitoba, Canadá; y Luc Mougeot del CIID, Canadá). La participación de los canadienses y brasileños fue financiada por el CIID de Canadá, debido al interés que tuvieron en la idea de una red y a la luz de que recién se había inaugurado el Centro de Investigaciones sobre Calamidades en Paraiba, en colaboración con el Disaster Research Unit de la Universidad de Manitoba con financiamiento de la Agencia Canadiense para el Desarrollo Internacional y el CIID. Los demás participantes fueron financiados por ITDG de Perú con los fondos británicos. El director del DRU Canadá, John Rogge, jugaría después un papel en el desarrollo de algunas actividades de LA RED, dentro y fuera de la región.
En adición a las personas presentes, quienes en su mayoría no se conocieron con antelación, se había invitado sin éxito, a personas de la República Dominicana y de Venezuela con trayectoria en el tema, además de García Acosta de México y Fernando Ramírez, de Colombia, quienes no pudieron asistir por compromisos anteriores.
El resultado de los cinco días de la reunión celebrada en San José y en la ciudad caribeña de Limón, fue la consolidación inesperadamente rápida del grupo, una mutua identificación en términos de enfoque y la producción de un documento guía del trabajo propuesto que recibió por nombre “Agenda de Investigación y Constitución Orgánica de La Red de Estudios Sociales en Prevención de Desastres”, documento que fue producido en dos días de arduo y productivo trabajo, esparcidos con sesiones de comida limonense y baile al puro estilo afro-caribeño en la pista del restaurante Springfields de esa ciudad.
La parte sustantiva del documento establecía una serie de parámetros básicos para el trabajo y un detalle de las áreas de trabajo en investigación que deberían promocionarse. Estas comprendían:
· Estado, Sistemas Políticos y la Prevención de Desastres.
· Desastres y Modelos de Desarrollo.
· Desastres y Cultura.
· Modelos Organizativos-Administrativos para la Prevención.
· Sistemas de Instrumentos para la Prevención, Atención y Recuperación.
La prioridad se daría al análisis de las formas de construcción del riesgo y a los mecanismos de intervención conocidos, a través de lo que se conoce comúnmente como la prevención y mitigación, sin menoscabo de aspectos pertinentes relacionados con la respuesta y los preparativos para desastres.
El nombre de LA RED surgió al final de la reunión, luego de una votación en torno a diferentes alternativas. Nadie sabe a ciencia cierta si el nombre fue realmente el más votado o si su elección tuviera algo que ver con el conteo fraudulento de los votos a cargo de Velásquez y Maskrey. Sin embargo, el grupo que salió de Limón y San José al final de la reunión de agosto, ya se llamaba LA RED, un nombre que aportaría resonancia a sus actividades durantes los próximos años.
Aun cuando LA RED se estableció para promover los estudios e investigación sobre el tema, en sus parámetros básicos se planteaba que éstos debían elaborarse buscando siempre su relación con la promoción de cambios en los comportamientos y en la acción de los actores sociales involucrados en la problemática, y con la participación de los afectados por el riesgo y los desastres. Además, desde el principio, se asignaba gran importancia no solamente a la promoción de investigación comparativa, transnacional, sino a la publicación de los resultados. Esto frente al reconocido déficit en lectura disponible en español, elaborada bajo un enfoque social. Así, se determinó dar énfasis también al desarrollo de un programa de publicaciones, con libros y revistas. El tercer aspecto considerado importante en la estrategia de desarrollo, era la necesidad de promover reuniones, talleres y foros para discutir y difundir las ideas y resultados logrados a través de la investigación.
La estrategia planteada por LA RED durante sus primeros años de existencia, con énfasis en la investigación comparativa, la discusión, la difusión y la formación de nuevos investigadores, se ampliaría durante el período entre 1997 y el año presente, cuando se prestó mayor atención al desarrollo de instrumentos analíticos, como el software DESINVENTAR para el registro de desastres en la región, el desarrollo de propuestas de capacitación en gestión de riesgo y de educación universitaria en el tema y, después de que ocurriera el huracán Mitch en Centroamérica (1998), el desarrollo por parte de los miembros de LA RED, de consultorías para organismos nacionales, internacionales y ONG, las cuales daban la oportunidad de introducir en el plano de la intervención, nociones, conceptos, ideas, etc., vinculadas al desarrollo logrado durante el período 1992 al 1997, en particular. Sobre esta segunda fase y sus productos, volveremos más adelante.
Como organización se insistió desde el principio en el carácter semi estructurado y libre de LA RED, sin pretensiones de formalización o institucionalización en la forma de una ONG o asociación legalmente registrada. Esto parecía más afín con sus pretensiones y las actitudes de sus miembros fundadores. Así se mantuvo durante todo el período 1992 al 1997, y los proyectos que promovía y financiaba a través de varias instituciones internacionales (CIID Canadá, ODA-Reino Unido, ECHO- Comunidad Europea, CEPREDENAC, entre otros) se concretaban por medio de las instituciones base de los miembros individuales de LA RED, en particular, IT-Perú, que servía de coordinador general de la organización, en la persona de Andrew Maskrey, y la Secretaría General de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales – FLACSO - . Fue hasta 1997 cuando, por insistencia de algunas agencias que pensaron que conceder financiamiento a una “no organización” podría ser un problema, se procedió casi por obligación a institucionalizar a LA RED, creando legalmente una ONG Internacional cuya base estaría primero en Perú y, después de 2000, en Panamá, en las instalaciones de CEPREDENAC, que generosamente donó espacio a la organización.
En lo que se refiere a la membresía de LA RED, esto siempre era un problema, porque nadie quería crear una instancia osificada con membresías formales. A lo largo de los años, el número de miembros del grupo de promoción aumentó de sus 14 originales, a cerca de 40 en 2004. Esta ampliación siempre se hizo con el propósito de incrementar la representación regional, con base en la incorporación formal de personas que habían trabajado con proyectos de LA RED durante bastante tiempo. A pesar de este aumento, siempre quedaron decenas cuando no, cientos de profesionales en todo Latinoamérica, con deseos de integrarse formalmente a LA RED y esto se hacía ver a través de cartas de solicitud remitidas a los coordinadores de la organización. La imposibilidad de acudir a estas solicitudes, a veces creaba la impresión de un club selecto de amigos o, como algunos mal intencionados lo han llamado, una “mafia”. No hay nada más lejos de la verdad y la decisión de no crear estructuras formales y membresías, obedecía más bien a la visión de fluidez e informalidad que reinaba en el grupo fundador, además del convencimiento muchas veces manifiesto en distintos foros, de que un miembro de LA RED es quien encuentra en los postulados y enfoques de este grupo, una base para sus propios trabajos, lo que significa que en este caso, la membresía, procede más por la identificación con un mensaje determinado y el trabajo colaborativo desempeñado, ¡y no, por tener una credencial con foto!. En este sentido, sin lugar a dudas se puede manifestar que en la región, existen hoy en día miles de miembros de LA RED, y la estrategia de desarrollo y consolidación escogida resultó a la postre, la más apropiada.
Entre 1993 y 2004, LA RED logra publicar catorce libros sobre temas diversos y nueve números de su Revista, “Desastres y Sociedad”, la cual tiene una sección especializada, sobre una temática distinta, en cada edición. Esta colección de literatura comprende una parte importante de la producción social formal sobre el tema editado en América Latina durante los últimos seis años de la década en particular. Incluye contribuciones no solamente de miembros de LA RED, sino también de profesionales “independientes” de toda América Latina, y traducciones de artículos y contribuciones de académicos de fuera de la región. La mayoría de estas publicaciones, distribuidas por librerías y otros
medios informales, están también levantadas en internet, haciéndolos accesible gratuitamente a cualquier persona con este sistema (www.desenredando.org). Esta página web incluye además artículos y estudios realizados por miembros de LA RED y no editados hasta la fecha en sus publicaciones oficiales.
Gran parte de nuestro análisis y síntesis en lo que resta de este documento, se fundamenta en esta literatura, su forma de gestión y su significado, su contenido conceptual y empírico. Aun cuando el análisis fundamentado en trabajos de los miembros de LA RED se refiere a trabajos individuales debemos insistir que cada miembro de esta agrupación siempre ha reconocido la forma colectiva de generación de ideas, producto de debates y conversaciones sostenidos a lo largo del tiempo.
Nuestros comentarios no seguirán un formato cronológico sino más bien uno temático, buscando trazar el desarrollo de determinados ejes conceptuales y temáticos que, desde nuestra perspectiva, capten fidedignamente los aportes principales logrados a lo largo de los últimos años. Los grandes ejes que consideramos, recogen una parte importante de la orientación de los estudios y debates en las publicaciones y trabajos de LA RED y son los siguientes:
· Los desastres como procesos sociales y la importancia del concepto de riesgo.
· El problema de riesgo y desastre como dimensiones de la problemática ambiental y de la sostenibilidad.
· La priorización y énfasis en los ámbitos locales y comunitarios.
· El análisis de la respuesta y la reconstrucción, con énfasis en sus condicionantes sociales y estructurales.
· Las estructuras organizacionales e institucionales para la gestión de desastres y riesgos y los procesos de toma de decisión.
Cada uno de estos cinco ejes comprende sub-temas, los cuales haremos explícitos en el transcurso de esta síntesis de ideas y literatura. Aquí es importante comentar que aún cuando intentamos clasificar la literatura de acuerdo con su eje dominante de análisis, mucha de ella “cruza fronteras”, incluyendo el análisis de varias facetas del problema de desastre y riesgo. Por eso es que a veces nos referiremos a los mismos estudios en apartados y sub apartados distintos.
CONCEPTOS, NOCIONES, IDEAS E IMPLICACIONES PRÁCTICAS DERIVADAS DEL TRABAJO DE LA RED VISTO EN PERSPECTIVA COMPARATIVA
1. PROCESOS SOCIALES Y RIESGO
Existen dos formas principales de entrar en la definición y el estudio de los desastres. La primera, que fue la dominante durante décadas, ha comenzado desde la definición de desastre como un “producto”, un hecho consumado, una realidad medible, sensible, palpable y sufrida, con ciertas connotaciones de inevitabilidad en el pasado, pero hoy en día matizadas por el reconocimiento de la determinante participación humana en su concreción. Tal énfasis “productivista” trae como corolario una concentración en los estudios de desastre que privilegian los aspectos relacionados con los impactos en, y la respuesta de la sociedad después del evento, incluyendo la respuesta inmediata, los procesos de rehabilitación y reconstrucción.
La segunda opción es la de ver el desastre como “proceso”, concentrándose en las condiciones sociales y naturales que en su conformación e interacción proveen las condiciones para que los desastres sucedan. Esto significa tener un profundo conocimiento del tiempo y la historia, del territorio y de la sociedad. Nos introduce al tema de la “construcción social del riesgo” y a la noción del “ciclo o continuo del riesgo” del cual el desastre es un momento que implica una transformación y una nueva construcción de riesgo en el espacio colectivo. (ver Lavell et al., 2004, para una discusión reciente de estos conceptos y nociones).
Esta segunda opción es la que ha prevalecido en los estudios llevados a cabo en América Latina durante las ultimas dos décadas y particularmente durante la más reciente. Un corolario de este énfasis es la elevación de la noción o concepto de “riesgo” a una posición dominante en la fórmula, y una concentración en la investigación que busca clarificar y dilucidar las formas en que el riesgo se construye por y en la sociedad. Desde esta perspectiva, los desastres se conceptualizan más en términos de su proceso de conformación que por sus características finales o concretas una vez que se suceden. Los desastres comienzan a definirse entonces como, por ejemplo, “problemas no resueltos del desarrollo” (Cruz Roja Sueca, 1984; La Red, 1992), o “actualizaciones del grado de riesgo” existente en la sociedad (ver Lavell, 1993a; Wilches Chaux, 1998). Necesariamente, la construcción social del riesgo requiere poner la atención en el problema de la vulnerabilidad y en las formas en que los cambios en las pautas y modelos de desarrollo la moldean históricamente. La vulnerabilidad se considera entonces en términos de “déficit en el desarrollo”.
Este énfasis concedido al problema, deriva de tres influencias dominantes entre los investigadores en la región. Primera, sus antecedentes en los estudios e investigaciones sobre el desarrollo. Segunda, el interés particular en la prevención y la mitigación (y la gestión integral del riesgo) como actos que deben ser relacionados con el desarrollo como meta. Y, tercera, una fuerte disposición hacia la tarea de desmitificar el sentido de desastre y compensar así el énfasis histórico puesto en el problema de las amenazas y la respuesta, sin querer decir que estos aspectos no deben ser objeto de continua preocupación e investigación.
Una gran parte de la literatura “social” que produce la región a lo largo de los últimos diez años en el tema, promovida por LA RED y sus adeptos, hace eco del enfoque basado en el estudio del riesgo y la vulnerabilidad, pero aún más allá en esta dirección, existe una serie de estudios que tienden cada vez más a concentrarse específicamente en estos aspectos.
Los tratados más globales sobre la vulnerabilidad y el riesgo, aparecen en el libro de Piers Blaikie, Terry Cannon, Ian Davis y Ben Wisner (1996), “Vulnerabilidad: el entorno económico, social y político de los desastres”(segunda edición, publicada en 2003; Wisner et al.), la colección de ensayos editada por Elisabeth Mansilla (1996) bajo el título “Desastres: modelo para armar”, el de Gustavo Wilches-Chaux (1998), “El auge, caída y levantada de Felipe Pinillo, mecánico y soldador o yo voy a correr el riesgo”, todos publicados por LA RED, y en la publicación “Gestión local de riesgo: concepto y práctica”,de Lavell et al., (2004 en prensa), producto de un proyecto de investigación e intervención patrocinado por CEPREDENAC y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, a través de su Buró de Manejo de Crisis y Recuperación, en Ginebra, y desarrollado dentro de los parámetros y enfoque de LA RED.
El libro de Blaikie et al., comprende un trabajo traducido del inglés al español por La Red e incluye uno de los esquemas conceptuales más completos de la vulnerabilidad producidos hasta la fecha;
modelo que se emplea a lo largo del libro para analizar los desastres asociados a un rango amplio de distintos tipos de amenaza natural, utilizando ejemplos tomados particularmente de Africa y Asia. Aunque América Latina es poco representada en el libro, esto no le resta importancia ni grados de aplicabilidad como modelo conceptual de relevancia para la región.
El modelo propuesto por los autores comprende dos componentes:
El primero, que llaman el modelo de "pressure and release" (de “presión y liberación”) destaca las relaciones entre procesos económicos, sociales y políticos, globales (causas de fondo), procesos concretos de transformación social, territorial y ambiental, como por ejemplo, la urbanización, la degradación ambiental y el crecimiento demográfico y la creación de "condiciones inseguras" especificas, que denotan contextos particulares de vulnerabilidad. Este modelo "estructuralista" representa el producto más acabado, construido con base en una amplia serie de investigaciones llevadas a cabo desde 1975-1976, con los primeros aportes del grupo de trabajo de la Universidad de Bradford, hasta la fecha.
El segundo componente está constituido por lo que los autores llaman el "modelo de acceso". Este ofrece una visión complementaria al modelo de presión y liberación. A diferencia del enfoque macro, estructural, que presenta éste último, el de acceso ofrece una visión micro, explicando la vulnerabilidad de las unidades familiares en términos del grado de acceso que tienen a diversos recursos necesarios para su propio desarrollo. La falta de acceso, explicada por su posición en la estructura social, comprende el factor más importante en la construcción de la vulnerabilidad, de acuerdo con esta propuesta. El modelo, que se presenta de forma detallada en el libro, se construye sobre los aportes de distintos investigadores, entre los cuales, en adición a los mismos autores, el trabajo de Amartya Sen (1981) y Peter Winchester (1992) resultan de particular importancia.
El libro aparece en segunda edición hacia finales del año 2003 y hasta el momento sólo está disponible en inglés (Wisner et al 2003). Además de modificaciones y adiciones importantes al texto original, esta nueva edición profundiza en el desarrollo de los modelos interpretativos de la vulnerabilidad presentados en la edición 1996. Entre los aspectos más destacados está el esfuerzo de dotar al concepto de vulnerabilidad de una precisión conceptual y práctica, la cual se había ido perdiendo con el paso del tiempo, debido al uso indiscriminado y generalizado que se ha aplicado al tema de los desastres, en constante auge y diversificación.
Basados en las ideas centrales de Terry Cannon (ver Cannon, 2003), los autores insisten en que vulnerabilidad está referida y circunscrita a la condición de seres humanos y sus medios de vida, individuales o colectivos. O sea, las personas y sus medios de vida son vulnerables. Esta vulnerabilidad física (en el sentido potencial de sufrir la muerte, enfermedad o de ser lisiado) y de los medios de vida (en el sentido de que el sustento económico, social, cultural, o político de los seres humanos puede perderse) se explica por la incidencia de distintos factores, componentes o procesos de construcción de la vulnerabilidad. En particular, identifican condiciones asociadas con el grado de bienestar original de las personas, su capacidad de dotarse de autoprotección contra amenazas, el grado de protección social existente, la resiliencia de sus medios de vida y aspectos relacionados con la estructura de gobierno, la participación, la democracia, los derechos humanos, el papel de la prensa libre, o no, la existencia de capital social. Así, esta formulación reubica y reclasifica aspectos descritos, tales como los tipos de vulnerabilidad, señalados por autores como Wilches-Chaux, y los coloca más bien como factores o procesos causales.
Un corolario de esta discusión o conclusión es, que es más correcto hablar de edificios inseguros, ecosistemas de baja resiliencia, sistemas educativas inaptos, instituciones obsoletas, economías frágiles, etc., que contribuyen a la vulnerabilidad de personas y medios, que ver estos factores como vulnerables en sí mismos. Desde nuestra perspectiva, esta precisión es de suma importancia y facilita mucho proyectar el uso de los análisis de vulnerabilidad hacia la esfera de la acción humana, en aras de su reducción. Además, ayuda enormemente a consolidar el argumento, iniciado por Hewitt en 1983, en el sentido de que el riesgo de desastre es en muchos casos, una continuidad del riesgo cotidiano (ver Lavell, 2004), crónico (ver Sen, 1999) o social, que afecta a millardos de pobladores de escasos recursos en el mundo hoy en día, argumento que ha sido clave para establecer la relación entre riesgo de desastre, el desastre mismo y el problema del desarrollo y su gestión.
El libro de Wilches-Chaux, por su parte, comprende una síntesis imaginativa y sui generis de los aportes e ideas vertidas en numerosos trabajos de miembros de LA RED durante los últimos años, elaborado específicamente para sustanciar un proceso de educación y capacitación en la Gestión Local del Riesgo, proyecto que LA RED impulsa en la región desde 1998 en adelante, desde cuando se han llevado adelante cursos de capacitación en más de 18 países del hemisferio y se han elaborado múltiples esquemas didácticos, con base en los módulos de capacitación originales elaboradas en 1998 (Zilberth, 1998). Dictado de forma eminentemente didáctica y girando en torno a un cuento sobre una familia típica en una zona de riesgo, Wilches hila argumentos vinculados con los factores del riesgo, su construcción social, la participación de la comunidad, el rol de los gobiernos locales en la gestión, las transiciones de la vulnerabilidad a la sostenibilidad y en fin, la gestión local del riesgo como opción de intervención exitosa.
Es tal vez mediante el término “Gestión del Riesgo” (y Gestión Local del Riesgo como derivado específico), sugerido y difundido por LA RED desde 1995 en adelante, , que es posible, medir el paulatino cambio de actitud y mentalidad que existe entre muchas instancias organizacionales y practicantes en torno al problema de los desastres, tanto en los niveles nacionales como internacionales y entre los ONG de desarrollo, especialmente a partir de 1998, cuando esta terminología comienza a tener más eco en la región,. Anteriormente, era común escuchar las nociones de Administración, Manejo o Planificación de Desastres o, con el DIRDN, de Reducción de Desastres. Además de poner el énfasis en el desastre mismo, estos términos siempre trasmiten la idea de una acción neutra, planificada, automática, limpia y logística, que de alguna forma no capta la complejidad de la estrategia social que implica la descodificación y el enfrentamiento de esta problemática. Por lo contrario, la idea de la Gestión